Barishnikov se mete en la piel de Nijinski
‘Letter to a Man’, de Robert Wilson, recrea el final del bailarín a partir de sus diarios
En una exposición que tuvo su origen en Hamburgo y que presentó en Madrid la Fundación Mapfre en el invierno de 2009, se vieron por primera vez en España originales de los dibujos de Vaslav Nijinski (Kiev, 1889-Londres, 1950). El coreógrafo y director John Neumeier, devoto compilador de los retales materiales que han llegado hasta nosotros del bailarín ruso, escribía en el catálogo que su fascinación por él empezó cuando leyó The Tragedy of Nijinsky, de Anatole Bourman, cuyo título da en la diana: todo lo relativo a Nijinski es tragedia.
Desde hoy y hasta el día 15 en los Teatros del Canal de Madrid, una excepcional y prometedora cita con el bailarín y actor letón Mijail Barishnikov (Riga, 1948) llevará al espectador al universo onírico y desesperado de la enajenación del otro bailarín, el del salto indescriptible, a partir de los diarios que escribió y de las cartulinas que emborronó.
Barishnikov protagoniza la obra de Robert Wilson Letter to a Man, espectáculo de cámara, íntimo y muy pensado donde se recrea de manera simbólica y distanciada esa última etapa de la vida de Nijinski, que, como apuntan sus biógrafos, discurrió entre las sombras de la locura.
El estreno mundial de Letter to a Man se produjo en el Festival de Dos Mundos de Spoleto en 2015. Fue aplaudido por público y crítica, aunque el bailarín no se quedó satisfecho ante algunos fallos técnicos en el mecanismo de relojería que exige Wilson.
Todavía hoy, en pleno siglo XXI, hay al menos dos libros que siguen siendo básicos para acercarse a Nijinski: A Leap into Madness, de Peter Ostwald, y la biografía de Richard Buckle, a la que sumó otro título: A Life of Genius and Madness. Además, está el texto de Geoffrey Marsh redactado para la muestra del Victoria&Albert Museum de Londres en 2010 dedicada a Diaghilev. En ellos se especula con la oscuridad, los rumores, los testimonios de terceros... Y así también pasa en la pieza de Wilson, cuya referencia literaria son los diarios de Nijinski, esos trajinados textos, muy manipulados por herederos y editores espurios. A ello contribuyó especialmente la viuda, Rómola de Pulszki.
Wilson, en ese estilo suyo que se sitúa bajo la égida del teatro clásico japonés, con ritmos de la corriente más ascética del minimalismo y una forzada geometría de masas de color luminiscente, usa a Barishnikov como una arcilla poderosa y brillante, modela un Nijinski histriónico y con halo trágico que no deja de ser una porcelana delicada y transparente, esa que siempre guarda el secreto de su fórmula magistral. Sobre las pantallas se ven dibujos del artista ruso, que creó con anarquía una visión de su propia demencia. El reglado del movimiento es de la coreógrafa Lucinda Childs, de quien Wilson usa la voz en off, para dejar oír unos lacerantes textos de Christian Dumais-Lvowski.
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