El asombro del público ante ‘El jardín de las delicias’
El famoso y enigmático tríptico del artista es la obra más comentada entre los visitantes del Prado
La inteligencia intuitiva se suele definir como la capacidad para conferir sentido a una experiencia efímera. Si se aplica al mundo del arte, se puede apreciar la esencia o la autenticidad de una obra de un vistazo, en tan solo dos segundos. Por ejemplo: un reducido grupo de expertos descubrió que la escultura griega de un hermoso joven desnudo, adquirida en 1983 por el museo J. Paul Getty de California tras exhaustivos exámenes técnicos, era en realidad una falsificación, excelente, pero una copia. En cuanto la vieron sintieron un "rechazo intuitivo", algo fallaba, no podía ser. Luego ya vino la investigación artística y detectivesca más concienzuda y la confirmación del engaño, relata el sociólogo que acuñó el concepto, Malcolm Gladwell, en su libro Inteligencia intuitiva (Taurus).
De un vistazo también, en apenas dos segundos, cualquiera que se aproxime al tríptico de El jardín de las delicias se percatará de inmediato que se encuentra ante algo extraordinario. No solo por los numerosos visitantes que se agolpan ante la obra capital de El Bosco, lo que sucede también con otras pinturas icónicas del Museo del Prado, sino porque se produce una reacción inmediata entre quien los observan solo con atisbar por encima de la concurrencia alguna de sus fantásticas figuras. Algunos parecen enfocar la mirada, dilatando sus pupilas, mientras sostienen el aparato de audio sobre una de sus orejas; otros esbozan una leve mueca en los labios de asentimiento; un tercer grupo acelera el paso para acercarse o llama la atención de su acompañante con un codazo o un gesto. No faltan tampoco quienes se quedan con la boca entreabierta, sobre todo ante las escenas concupiscentes de la tabla central de la lujuria; ni quienes (los menos) parecen estar de paseo por el museo, como si se hallaran en el vecino El Retiro y les diera igual observar los increíbles bichos anfibios o reptantes con los que El Bosco (imbuido de la cultura e iconografía cristiana de principios del siglo XVI) simbolizó el pecado femenino.
La gran mayoría (al menos durante las casi dos horas en que dos informadores de este periódico estuvieron mirando a los que miran) muestra un especial interés por El jardín de las delicias. Una explicación es muy prosaica, además de incompleta: el público en general presta sobre todo atención a las obras maestras consagradas, a las que tiene que ver, según el canon artístico-publicitario, que ha visto reproducidas miles de veces. La otra es más particular y tiene que ver con la propia naturaleza enigmática y espectacular del tríptico de El Bosco y con la modernidad y el atractivo de sus personajes (mujeres, hombres, seres asexuados) y bicharracos, que han llegado a inspirar tanto al cineasta George Lucas para su primera (por el año de producción) entrega de Star Wars como a Salvador Dalí.
No en vano, el propio museo del Prado ha comprobado que la observación de El Jardín de las delicias suscita más comentarios entre los visitantes que cualquier otra obra de la pinacoteca. Por ello, el tiempo de permanencia delante de la obra es mayor. En algunos casos, el tríptico es sometido a una mirada escrutadora que planea lentamente desde la primera tabla del Génesis y el Paraíso hasta la última del Infierno, deteniéndose en la central, de mayores dimensiones. En otros, los visitantes se valen de un dispositivo móvil manejado por el más versado para aumentar los detalles de la obra que tienen a dos metros con el fin de desentrañar sus misterios. Así, una docena de japoneses se pasó unos minutos mirando consecutivamente a la tableta y a las tablas del creador.
Se dejan ver muchos visitantes asiáticos por delante de El jardín de las delicias, si bien muchos de ellos renuncian a expresar su opinión sobre la obra a petición de este diario. Lo hacen con tanta amabilidad y aparente timidez que sabe mal haberlos importunado. Más abiertos se muestran los latinos (los españoles, mexicanos o argentinos consultados) y los anglosajones que desfilan ante la desbordante imaginación del artista, principal característica que destacan
La mayoría del público apenas repara en otra de las joyas de El Bosco como la cercana Mesa de los pecados. El jardín de las delicias mantiene todo su magnetismo y sus enigmas perduran a través de los siglos hasta hoy.
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