Miguel Picazo
Miguel Picazo era muy glotón. Y prácticamente comiendo se ha muerto. Fue el pasado sábado cerca de Cazorla, el pueblo en que había nacido hace 89 años. Me cuentan que tras acudir a unas jornadas gastronómicas se zampó luego, con sus sobrinos, una buena chuletada, y que poco después le dio un mareo, y se murió.
Pero no fue esta la primera vez que Picazo se lo comía todo. Recuerdo que hace años yendo yo hacia el festival de Huesca, un percance del coche me retrasó tanto que cuando por fin llegué, los demás comensales habían terminado la cena. En el restaurante me la sirvieron a pesar de todo, y Picazo dijo con pícara generosidad: “No le vamos a dejar comer solo”, y repitió conmigo el suculento y abundante menú. Por eso, cuando me han explicado las circunstancias de su muerte no he podido dejar de sonreír recordando a aquel hombre bueno que fue engordando de forma implacable, evidenciando de esa manera su gran afición. La otra que tenía era el cine, que ocupó buena parte de su vida. Cuando contaba el gran éxito que había tenido en 1964 en el festival de San Sebastián con su obra maestra La tía Tula, no dejaba de recordar al mismo tiempo las cazuelitas de arroz que servían en un bar cercano al que se escapaba con frecuencia. Y muchos le recuerdan en los estudios de TVE comiéndose a escondidas enormes bocatas mientras estaba dirigiendo magníficos programas dramáticos que, por cierto, deberían volver a verse.
Dio la casualidad de que en vísperas de su muerte Historia de nuestro cine de la 2 volviera a emitir La tía Tula, y quizás él la estuvo viendo de nuevo desde la aburrida residencia a la que se había ido voluntariamente a vivir. Para él, el cine era sobre todo esa gran película, hasta el punto de que en ocasiones se ponía algo pesado rememorándola. Pero tenía derecho a hacerlo porque La tía Tula sigue siendo una obra viva y admirable. Desde luego, la mejor de las que hizo.
El público joven identificará más fácilmente a Miguel Picazo con el personaje que interpretó en la ópera prima de Alejandro Amenábar, Tesis, el de un viejo profesor de cine –obeso- que muere mientras está viendo una película en solitario. Es decir, su segunda gran pasión. Fue un bonito homenaje. A Picazo le divertía hacer de actor, y lo fue con amigos como Erice, Olea, Drove, Suárez, Villaronga… En realidad le interesaban muchos aspectos del cine y de la vida. Pero quizás ninguno tanto como el de la buena mesa. Tuvo esa suerte.
Babelia
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