La bella sobriedad modernista de Miguel Blay
El Prado recupera la obra de un escultor esencial del XIX en su 150 aniversario
Cuando en 1910 Miguel Blay (Olot, 1866 - Madrid, 1936) leyó su discurso de entrada en la Academia de San Fernando, definió lo que la escultura significaba para él: “Solidez y Belleza… Solamente cuando la solidez y la belleza se hallan extremadamente unidas, es cuando se logra el resultado que se busca: crear una verdadera obra de arte reposada y estable”. Y esos dos vocablos son los que dan título a la exposición que hasta el 2 de octubre se puede ver en las salas 60 y 47 del edificio Villanueva en un homenaje que el Museo del Prado ha querido dedicar a este escultor esencial del XIX en el 150º aniversario de su nacimiento. Las 19 obras que integran la muestra (cuatro piezas escultóricas, medallas y dibujos) pertenecen a los fondos del museo madrileño
Hijo de una modesta familia de Olot, con solo 14 años, Miguel Blay inició su aprendizaje como escultor de figuras religiosas en un taller de santos donde aprendió los rudimentos del oficio. Una beca para estudiar en París, le hizo descubrir el sentido de la expresión escultórica, más allá del dominio de los materiales. Sin hablar ni una palabra de francés y teniendo que enviar a la familia parte del dinero de la beca, logró sumergirse en los ambientes artísticos parisinos mientras recibía clases de dibujo y asistía a la Academia de Bellas Artes. Desde Francia viaja Roma para empaparse del mundo clásico y después a Madrid.
El príncipe de la elegancia y de la corrección, en palabras de su amigo y coautor de algunas de sus obras, Mariano Benlliure, no tardó mucho en recibir encargos y premios. España, Francia y, después, Latinoamérica, fueron los lugares de destino de la mayor parte de los trabajos del artista. Algunos ejemplos de esa intensa actividad son el monumento a Federico Rubio en el madrileño parque del Oeste, el recuerdo del Doctor Carlos María Cortezo en el parque de El Retiro; el homenaje a Víctor Chávarri en Portugalete (Vizcaya), su intervención en el Palau de la Música de Barcelona, el grupo escultórico dedicado a Pedro Varela en Montevideo (Uruguay) o el panteón del mecenas Ramón de Errazu en el cementerio de Père-Lachaise, de París.
Solidez y belleza
Leticia Azcue, jefa de Conservación de Escultura y Artes Decorativas del Prado, ha alternado las esculturas con dibujos preparatorios de las obras que después llevaría al mármol. Las piezas muestran el recorrido del artista por el realismo, el modernismo y el simbolismo. Los hitos elegidos son Al Ideal (1896), Niña desnuda, un fragmento de Los primeros fríos (1892) y Miguelito (1919), el busto de su quinto hijo, Miguel, fallecido antes de cumplir los 8 años. En la otra sala, se encuentra Eclosión (1905), una de sus obras más conocidas en la que representa a una pareja de jóvenes desnudos en el momento en el que se produce el primer roce de sus cuerpos. Premiada en el Salón de París de 1905, logró también la medalla de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1908.
“Blay eligió un camino sobrio, moderado y elegante, obviando la gestualidad en favor de la naturalidad”, explica la comisaria, “Buscaba la belleza que emociona con ritmos delicados, sugerentes y armónicos”. Instalado en Madrid, sus últimos trabajos se encuentran en céntricas fachadas: la decoración exterior del edificio del Tribunal Supremo con dos alegorías dedicadas a la Justicia y la Ley y el grupo de la fachada del Banco Vitalicio en la calle Alcalá.
Miguel Blay murió en enero de 1936, con 69 años, tras un derrame cerebral. Aunque no creó escuela, sí fueron muchos los alumnos que aprendieron en taller: Julio Antonio, Juan Bautista Adsuara y Manuel Piqueras. Ayer, nietos, bisnietos y tataranietos, celebraban en el Museo del Prado esta exposición de Solidez y belleza con la que se recuerdan los 150 años de su nacimiento.
Babelia
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