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Padilla, un torbellino por la Puerta del Príncipe

El diestro jerezano cortó tres orejas tras una meritísima y entregada actuación ante los mansos y desiguales toros de Fuente Ymbro

Antonio Lorca

La corrida comenzó con 25 minutos de retraso a causa de los trabajos de acondicionamiento del ruedo, que quedó impracticable tras la intensa lluvia que cayó en Sevilla desde hora y media antes de que comenzara el festejo. Solo los plásticos que cubrían el albero permitieron que a las siete menos cinco sonaran los clarines. Gracias a los plásticos impermeables y a los más de veinte esforzados operarios que se dejan la vida —las fuerzas y el sudor, desde luego— para retirar una pesadísima carga, y que entre unos y otra componen una imagen que recuerda a la construcción de las pirámides egipcias. Estas cosas solo pasan en la fiesta de los toros. Se trata, no obstante, de un espectáculo sorprendente, entretenido y poco edificante.

Dejó de llover antes de que se iniciara el paseíllo, y, momentos antes, el público había saltado de alegría cuando por medio de una ininteligible megafonía se le anunció que la corrida se celebraría por decisión unánime de los espadas. Venía dispuesto a divertirse de la mano de dos ídolos populares, Padilla y El Fandi, que gozan del favor incondicional de unos aficionados conformistas y muy exigentes con el presidente a la hora de conceder trofeos.

Fuente Ymbro / Finito, Padilla, El Fandi

Toros de Fuente Ymbro, correctos de presentación, mansos, blandos y descastados. Encastados quinto y sexto.
Finito de Córdoba:
pinchazo y bajonazo (silencio); estocada (silencio).
Juan José Padilla:
estocada (oreja); estocada (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.
El Fandi:
casi entera (silencio); estocada trasera y baja (oreja).
Plaza de La Maestranza.
Decimocuarta corrida de feria. 16 de abril. Casi lleno.

A excepción de los dos últimos, decepcionó la corrida de Fuente Ymbro, bonita de cara, pero ayuna de cualidades; blanda de remos, mansa y descastada. Así, el lote de Finito de Córdoba no le permitido desarrollar esa tauromaquia tan suya y escasa, que exige un noble animal, obediente y bondadoso. Amuermados ambos, el cordobés solo pudo esbozar una verónica honda al recibir a su primero, una tanda de redondos suaves en ese toro, y una porfía sin premio en el otro, que llegó a la muleta cansado de vivir.

Pero estaba Juan José Padilla, un torbellino animoso y decidido, permanentemente alentado por un público que lo reconoce como un héroe cargado de méritos. Recibió a su primero de rodillas en los medios con dos largas cambiadas, pasó el quinario en banderillas ante un animal remiso a la obediencia y al que clavó solo en la suerte del violín, lo cual no fue impedimento para que las ovaciones fueran atronadoras. Muleta en mano, comenzó de rodillas por alto hasta que el toro lo desarmó. Consiguió, eso sí, una buena tanda de redondos, asentadas las zapatillas, pero el animal no pudo aguantar más y acortó el viaje para siempre. Una estocada le valió para pasear una oreja de poco peso pero muy trabajada.

Tomó de nuevo el percal cuando se anunció la salida del quinto y volvió a arrodillarse en los medios. Así esperó a su oponente con otra larga cambiada, suerte que repitió momentos después en el tercio, y le añadió unas verónicas apasionadas y trazadas con gusto. Brilló el toro en banderillas con prontitud y alegría, y Padilla estuvo a su altura, sobre todo en el segundo par, de poder a poder.

Llegó muy vivo el animal a la muleta, hincó de nuevo las rodillas el torero, acudió de largo el toro, con muchos pies y lo puso en un verdadero apuro; pero aguantó Padilla con encomiable valentía y salió con bien del difícil encuentro. Encastado el manso, repitió con la cara a media altura, y le permitió lucirse con la mano derecha en un par de tandas muy meritorias. Mató de una buena estocada y el fervor popular y la generosa decisión presidencial le abrieron la Puerta del Príncipe. Se le puede cuestionar su toreo, pero no su entrega.

El Fandi sigue siendo un dechado de facultades en banderillas. En sus dos toros clavó los pares con picardía, pues en ninguno de ellos se asomó al balcón, y siempre levantó los brazos cuando ya había pasado el toro, pero a sus muchos incondicionales les da igual. En su primero, que galopó con brío, lo aguantó con facilidad y así lo paró entre el entusiasmo general. En ese toro pasó desapercibido con capote y muleta, pues ni el animal ofreció facilidades ni él posee el garbo necesario. En el sexto, manso y encastado como el quinto, hizo un gran esfuerzo y toreó con más hondura. Una tanda de largos y hondos naturales fue muy meritoria.

La corrida de hoy

Decimoquinta y última corrida de feria. 17 de abril. Toros de Miura, para Rafaelillo, Javier Castaño y Manuel Escribano.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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