Amarillismo
Supongo que vivir entre barrotes debe de ser molesto, pero si tienes guita y la administras bien, tu existencia allí va ser muy confortable
Si eres creyente sospecho que la única alegría que puede embargarte ante la revelación de que existen delincuentes masivos entre la gente de orden y los sagrados pilares de la sociedad, es la seguridad de que Dios les va a castigar enviándolos al infierno, para que ardan eternamente entre el rechinar de dientes y el crujir de huesos. Los agnósticos y los ateos ni siquiera tenemos ese consuelo.
Pero en lo que estamos de acuerdo los que creemos que todo empieza y acaba en este puto mundo y los convencidos de que no hay recompensa o castigo por tu conducta en la tierra al abandonarla, es en la seguridad de que los encarcelados villanos jamás van a entregar la pasta que robaron. Al parecer, la ley tampoco se lo exige o es tan inepta que nunca sabe dónde ocultaron el botín Alí Babá y su universal pandilla.
Supongo que vivir entre barrotes debe de ser molesto, pero si tienes guita y la administras bien, tu existencia allí va ser muy confortable. Y a la salida, a ser felices y seguir comiendo perdices. Qué lástima que al banquero guaperas le hayan vuelto a trincar con su antiguo hurto en la mesa. Y a lo peor, se lo requisan. Pero debe de ser el único.
Por ello, la única venganza que sentimos los descreídos cuando pillan en mentiras excesivas a los próceres es que nos provoquen la risa. Por ejemplo: contemplar las tenues aunque reveladoras cosas que le ocurre a la nariz, la boca y los ojos de Rajoy cuando Jordi Évole le preguntaba por lo escandalosamente evidente. O la cómica descomposición física y anímica del primer ministro de Islandia cuando le implican en la repugnante aunque lógica movida panameña. Según algunos, son cosas del periodismo amarillo. El primer ministro de Pakistán no dice nada. Sale corriendo de su misérrimo país. E imagino que con su robo intacto.
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