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LOS DISCOS DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vibrante broche de un superviviente

Iggy se apoya en Josh Homme para pulir su mejor disco en muchos años, con ecos actualizados de su fase berlinesa de los setenta

Iggy Pop
Post Pop Depression
LOMA VISTA RECORDINGS
Puntuación: 8/10

En los últimos siete años, Iggy Pop ha visto cómo los hermanos Ron y Scott Asheton, sus secuaces en los míticos Stooges, le dejaban para siempre. También ha visto cómo David Bowie, quien le rescató en los setenta de ese pozo sin fondo en que amenazaba convertir su carrera, nos legaba una vibrante despedida —en forma de disco— a su vida y obra. Incluso ha tenido que ver cómo Lou Reed —protagonista de una icónica instantánea tomada por Mick Rock junto a él y al Duque blanco en 1972, que ha pasado a la historia— también quedaba en definitivo fuera de juego. El de Detroit es, pues, todo un superviviente. Con el cuerpo arrugado, pero aún cincelado para lucir torso desnudo al servicio de esa estampa que ha sido santo y seña del rock en su versión más cruda y electrizante, la venerable Iguana, a punto de cumplir 69 años, nos entrega un decimoséptimo álbum que —avisa— se perfila como el definitivo a una carrera de casi cinco décadas. Y ha decidido para ello reclutar con sigilo a Josh Homme (Queens Of The Stone Age) como supervisor y a dos músicos tan versátiles como Dean Fertita (compañero de Homme en QOTSA), al mando de teclados y guitarras, y Matt Helders (Arctic Monkeys), a la batería. La maniobra se revela rejuvenecedora, e insta a consignar esta clase de liftings sonoros, cuyos auspicios invierten la lógica generacional —esto es, cuando el productor podría ser el hijo de su cliente, y no al revés: el canon de Rick Rubin, que secunda a veces Jack White— como un glorioso capítulo aparte en la historia moderna del rock and roll. Post Pop Depression sería, sin duda, un nuevo hito en esa ingente saga.

Sus cartas quedan a la vista desde el inicio, con la serpenteante Break Into Your Heart, mecida por la misma árida calma chicha que Homme imprimió al Humbug (2009) de los Arctic Monkeys. Cuando irrumpe Gardenia, es fácil constatar que en esos medios tiempos sobrios y elegantes, que remiten a Lust For Life o The Idiot (ambos de 1977) desde un prisma actualizado, más orgánico y seco, ha encontrado Iggy el salvoconducto para trascender de nuevo. Porque esto es rock proteico y adulto, sin necesidad de incurrir en el estéril refrito de Stooges, ni tampoco de situar su grave voz de barítono en territorio crooner (Après, 2012) o jazz (Préliminaires, 2009). Sin alentar material con el que necesariamente perpetuar una vis escénica que ha bordeado la autoparodia más de la cuenta. Sunday, con ese swing bailable (qué versátil es Matt Helders) y sus majestuosos arreglos de cuerda finales; el sulfuro que aún destila In The Lobby, el western rock de Vulture, o la sensualidad embriagadora de Chocolate Drops, son otros de los puntos álgidos de un álbum gestado a la antigua, en nueve temas para poco más de 40 minutos. Y que tiene, en consecuencia, todos los números para convertirse no solo en el mejor epílogo posible, sino también en uno de los grandes clásicos de su carrera. Un disco de factura imperial, cuando ya pocos lo aguardaban.

Artista: Underworld. Disco: Barbara Barbara, We Face a Shining Future. Sello: Astralwerks. Calificación: 8/10

RAÚL DE TENA

Carátula del disco 'Barbara Barbara, we face a shining future', del grupo Underworld.
Carátula del disco 'Barbara Barbara, we face a shining future', del grupo Underworld.

LCD Soundsystem, Guns N’ Roses, Massive Attack, Tortoise, Violent Femmes, Lush, Richard Ashcroft… Muchos y muy diversos están siendo los artistas que han decidido tomarse el año 2016 como el de su regreso después de un tiempo de silencio. Así que, si vas a sumarte a la larga lista, tendrás que hacerlo con el mayor ruido posible para no pasar desapercibido. La presión es alta. Pero hay algunos que, estimulados por esta misma presión, ya han empezado a enseñar sus mejores colores. Incluso empieza a haber colores brillantes que no muchos esperaban como los de, por ejemplo, Underworld.

Para algunos, Karl Hyde y Rick Smith nunca fueron (ni serán) mucho más que los culpables de machacar las cabezas de varias generaciones con el icónico Born Slippy, como parte de la banda sonora de Trainspotting… Pero hay que reconocer que Underworld jugaron un interesante papel en la electrónica de los noventa y de principios del siglo XXI: primero, como moldeadores del zeitgeist sonoro del rave británico de principios de la década, gracias a dos discos seminales como Dubnobasswithmyheadman (Wax Trax, 1993) y Second Toughest in the Infants (Universal, 1996); y, más tarde, como una versión más adulta de aquel mismo estilo que consiguió sonar contemplativo sin perder la mordida, en álbumes tan redondos como Beaoucup Fish (V2, 1999).

Underworld llevaban casi seis años sin editar nada nuevo (su último trabajo fue el poco memorable Barking (Cooking Vinyl, 2010): el tándem ha estado altamente ocupado con sus carreras en solitario, en el caso de Hyde con resultados tan reseñables como su colaboración con Brian Eno. Y, como siempre ocurre cuando las dos partes de un dúo creativo se toman un respiro el uno del otro, el resultado es mucho más que positivo: Barbara Barbara, We Face A Shining Future muestra a Underworld en una buena forma que remite al tránsito de un siglo al otro. Eso sí, para consternación de muchos, aquí no hay ni rastro de Born Slippy.

Contra la hipermusculación del tempo agresivamente hiperactivo, los nuevos Underworld contraponen otra de sus especialidades: las progresiones largas que son capaces de enseñar muy diferentes caras, pero que, al fin y al cabo, tienen todas el objetivo común de la hipnosis (ya sea esta efectiva en el club o en casa). El disco se abre con tres temas que exhiben una poderosa vocación de baile: el single I Exhale, la encabalgada Low Burn y la pletórica If Rah. Pero pronto da paso a un interludio de tiempos lentos que acaba desembocando en un tramo final con el que Hyde y Smith (en compañía del coproductor High Contrast) consiguen brillar entre los regresos musicales de 2016: la dupla formada por Ova Nova y Nylon Strung apuesta por la épica emocional en una celebración del amor extasiado y comunal que flotaba ingrávido sobre las raves noventeras. Si corrieran otros tiempos, ya serían himnos.

Artista: Emitt Rhodes. Disco: Rainbow Ends. Sello: Omnivore Records. Calificación: 8/10.

EDUARDO RANEDO

Algunos escarceos de pequeña intensidad habían disparado los rumores acerca de un regreso definitivamente confirmado. Nada menos que 43 años después de Farewell To Paradise, disco con el que dijo adiós al negocio en 1973, tras cuatro títulos de pop excelso —y otro previo, no menos interesante, con The Merry-Go-Round—, harto de problemas legales con su discográfica y de la presión de un contrato que le exigía un LP cada seis meses, Rhodes vuelve a un negocio que le guardo un sitio entre los compositores e intérpretes de culto y en el que tampoco le ha faltado nunca un selecto grupo de fieles.

Si entonces su trabajo era fruto de un empeño individual exacerbado, hasta el punto de que —sin salir de su estudio doméstico— se encargaba de todos los detalles de composición, grabación e interpretación, ahora basta echar un vistazo al plantel de colaboradores para certificar que esta operación-retorno ha venido precedida de mucha cocina. Para arroparle se diseñó cuidadosamente un all-star que incluye a Nels Cline y Pat Sansone de Wilco, a miembros de Jellyfish como Roger Joseph Manning o Jason Falkner, a Susanna Hoffs de The Bangles, Aimee Mann o Jon Brion, y a secundarios de lujo como Nelson Bragg, habitual tras la batería de la banda de Brian Wilson. Bajo la batuta del productor Chris Price, el resultado conjuga todo lo que el más exigente seguidor de Rhodes podría demandar de un regreso idealizado. Canciones primorosas que solo ligeramente parecen querer retomar las cosas allá donde se dejaron, melodías que partiendo del típico y embriagador sonido de cantautores del setenta californiano terminan presentando un mensaje tan contemporáneo como atemporal y una voz modelada por el tiempo hasta convertirla en una mezcla entre el Warren Zevon de la época Mr. Bad Example y Jackson Browne. Una gloria.

Rhodes no ha perdido su magia. Su pop aparentemente sencillo pero de construcción elaborada, lleno de intrincados detalles, sigue tal cual. Sus letras mantienen el tono de cierta desesperanza que siempre fueron marca de la casa, hoy actualizada por la previsible retahíla de rupturas, divorcios, soledades y achaques de la edad. Pero, como entonces, el envoltorio suaviza los mensajes y abre la puerta a la esperanza. Los hallazgos son innumerables —ya desde el tema que lo abre, Dog on a Chain, con una genial e inesperada parada mediado el mismo, el diseño de las melodías vocales durante todo el LP, la contenida guitarra de Cline o los elegantes dibujos al órgano de Roger Manning—, inabarcables en las primeras escuchas, promesa de que el disco irá creciendo a medida que vaya soltando toda su esencia. De puro clásico en formas y respetuoso con las hechuras tradicionales, se percibe tan alejado a lo habitual en estos tiempos que hasta resulta enternecedor. Paro no hay nostalgia aquí, ni un gramo, solo un artista con poso y en forma del que desafortunadamente nos hemos visto privados durante demasiado tiempo.

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