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Inauguración de la temporada en Madrid

Puerta grande en Las Ventas para el buen gusto y la torería de Curro Díaz

Oreja para David Galván, que cayó herido, y decorosa confirmación de Juan Ortega

Cogida de David Galván en la corrida de ayer domingo en Las Ventas.
Cogida de David Galván en la corrida de ayer domingo en Las Ventas.ALBERTO SIMÓN (AFP)

Curro Díaz: media tendida y atravesada, y dos descabellos (oreja); estocada (oreja); y estocada (silencio en el que mató por Galván).
David Galván: estocada (oreja tras dos avisos en el único que mató).
Juan Ortega, que confirmó la alternativa: pinchazo y media (ovación); y tres pinchazos y estocada (silencio).
En la enfermería fue atendido David Galván de "una cornada en tercio medio, cara interna de pierna derecha, con orificio de salida por cara externa, que produce destrozos en músculos sóleo y gemelos, de pronóstico reservado".

El torero Curro Díaz inauguró a lo grande la temporada en Las Ventas, con un triunfo de puerta grande después de bordar el toreo al ralentí, en una tarde en la que David Galván logró también un apéndice después de resultar herido.

Con algo de un cuarto de entrada en tarde gris y progresivamente fría, y con lluvia intermitente, se lidiaron cinco toros de Gavira, de buena presencia y aparatosas y astifinas defensas. Corrida mansa aunque con un fondo de nobleza, de la que sobresalió el cuarto. Los reservones y complicados quinto y sexto, los más deslucidos. El segundo fue un sobrero de Torrealba, de buenas hechuras, noble y bueno.

Un tarde fría y gris inauguró la temporada en Las Ventas por la festividad del Domingo de Ramos. Pero el ambiente triste y taciturno se tornó luz celestial gracias a la torería de Curro Díaz, que nueve años después volvió a abrir la puerta grande de la plaza madrileña. También destacó la raza de David Galván, que cortó una oreja después de caer herido, mientras que Juan Ortega, con el peor lote, protagonizó una confirmación de alternativa de lo más decorosa.

A Curro Díaz le correspondió en primer lugar un sobrero de Torrealba, a la postre el mejor del sexteto que salió por toriles. El pinturero y aromático inicio del linarense ya despertó un run run en el tendido, que se tornó en clamor en las dos primeras tandas a derechas por el gusto, la torería, el encaje y la manera de descolgar los hombros del torero, que se abandonó por momentos, creando un clima de obra grande.

Los naturales brotaron también con una naturalidad y una largura exquisitas, amén de los remates y adornos, auténticas filigranas. Hubo gente que le censuró la colocación, pero la belleza de cada pintura que ejecutó Díaz pudo con todo. A todo esto, el toro respondió finalmente con nobleza y buen son. Lo que sí es algo preocupante es que con una media estocada y dos descabellos se le concediera la oreja, premio condescendiente siendo en Madrid, donde tantos triunfos se han ido en años pasados en la suerte suprema, tristemente devaluada.

El cuarto pareció estar tocado de los cuartos traseros, lo que le impidió que acabara de afianzarse en la muleta, hasta que la varita mágica del temple de Curro Díaz obró el milagro: el toro respondió y la gente se volvió a estremecer paladeando su maravilloso toreo en otra labor cumbre, y a más, de torerísimos pasajes y con epílogo de antología, bordando el toreo al ralentí. La estocada esta vez sí entró a la primera, y consiguió la oreja que le abrió la puerta grande.

Debido al percance del compañero, Curro tuvo que dar cuenta del manso y deslucido sexto, con el que apenas se dio coba.

Preciosa fue la lámina del astifino y cornivuelto toro que abrió plaza; pero, aunque noble, pecó de falta de fondo en la muleta, constándole un mundo tirar para adelante. Se le vio muy puesto al confirmante Ortega, perfectamente colocado en toda la faena, cruzadito, muy de verdad; y así logró templados pasajes sobre la diestra más que estimables. Digno doctorado del sevillano. El quinto fue uno de los dos garbanzos negros del envío por reservón y complicado, imposible para hacer el toreo. Ortega solo pudo quitárselo de encima.

Galván salió por los aires en el pendulazo de apertura de faena, en el que cayó herido. No se miró, y volvió a la carga para realizar una labor de lo más emotiva, sobre los mimbres del pundonor y el amor propio, aunque pecara de cierta frialdad, que, sin embargo, los tendidos obviaron al ver tanta entrega a medida que su pierna se iba cubriendo cada vez más de sangre. Faena de raza del gaditano, que despenó al mansito pero manejable gavira de gran estocada, que, por sí sola, valía la oreja que paseó.

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