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CRÍTICA / LIBROS

Un capitán justiciero

Ignacio del Valle demuestra un gran poder como fabulador en 'Soles negros', un thriller sobre pederastia y tráfico de niños

Un grupo de escolares en Barcelona en 1951.
Un grupo de escolares en Barcelona en 1951.Getty

Leo otra novela de crímenes que empieza con el hallazgo de una niña muerta, asesinada: si Víctor del Árbol (La víspera de casi todo, premio Nadal 2016) situaba a su cadáver en nuestros días y en un páramo malagueño, Soles negros, de Ignacio del Valle (Oviedo, 1971), nos traslada a 1950, al campo seco de Extremadura. La pederastia infanticida se mezcla con el tráfico de niños procedentes de las cárceles de mujeres y de los hospicios de Falange regentados por monjas. El destino de las víctimas será la adopción irregular o, mucho peor, un prostíbulo o una orgía. La coincidencia entre las dos novelas prueba la solidez del vínculo entre la ficción de crímenes y las noticias de la actualidad más sensacional.

Soles negros es la cuarta entrega de las aventuras del capitán del servicio secreto Arturo Andrade, veterano de la División Azul, héroe en Leningrado y en Berlín, y curtido en experiencias carcelarias y éxitos policiaco-militares: un desertor, un impostor, antiguo combatiente republicano que supo confundirse con los franquistas y pasar por uno de ellos. Ahora lo encontramos retirado temporalmente en Cáceres, tierra de guerrilleros antifascistas, decidido a cazar al asesino de la niña. Vigila a los sospechosos, observa con instinto detectivesco y hace sus deducciones, pero entiende que el método definitivo para llegar a la verdad es la tortura.

La contundencia de la acción contrasta con la voz narradora: el aire parado del verano marca el ritmo largo de las frases, una imperturbable serenidad de fondo, presente incluso en las inserciones con apuntes autobiográficos de una de las víctimas. Pero Del Valle equilibra el flujo reposado de las palabras dividiendo los capítulos en secuencias que se suceden abruptamente y en la última línea dejan al público en vilo. Y, sin embargo, como avisándonos de que la solución de los enigmas policiales es lo de menos, en el momento en que se acerca el final, nos entretiene con un baile en las ferias de un pueblo asturiano, un idilio que dura un pasodoble y una escena de amor en la playa. Lo principal es contar el cuento, e importa poco la identidad del asesino: más que un individuo, será el representante o el fruto de una jerarquía social masculina y perversa.

El poder y el gusto de fabular que demuestra Ignacio del Valle es grande. Al fin de su aventura, el héroe siente una “devastadora sensación de incredulidad” ante los sucesos vividos, y lo entiendo: es difícil imaginar a un capitán del servicio de inteligencia del Alto Estado Mayor ejerciendo funciones de policía en una aldea, sin sujeción a la cadena de mando, mientras las fuerzas del orden registran en 1950 un hospicio regido por monjas. Pero lo destacable es que la autoridad de la voz fabuladora se impone a la incredulidad que el público lector comparte con el capitán Andrade.

Soles negros. Ignacio del Valle. Alfaguara. Madrid, 2016. 358 páginas. 18,90 euros

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