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Arco pinta sobre seguro

Qué comprar en una feria que ofrece en su 35º aniversario un viaje intenso pero sin riesgos por el arte de nuestro tiempo

Miguel Ángel García Vega

“El arte debe ser un espacio donde lo que se hace es perder dinero, no ganarlo”. La frase del crítico y comisario peruano Gustavo Buntinx tendría que ser, a partir de ahora, el lema de Arco. Algo así como: “Señores, ustedes han venido aquí a perder plata”. Por eso la feria, que ayer abrió sólo para profesionales y coleccionistas (a partir del viernes, para el público en general), da algunos excelentes pretextos para hacerlo. Aunque sea una de las ediciones más conservadoras. Poco vídeo, nada de excentricidades y rictus serio; hace falta vender.

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En ese perder dinero a manos llenas, hay algunas recomendaciones que surgen como un barco entre la niebla. La suiza Silvia Bächli firma unos guaches sobre papel muy delicados en las galerías Barbara Gross y Raffaella Cortese. ¿Precios? Desde 7.000 euros. También resulta conveniente detenerse (para entender por dónde transita hoy el milenario oficio de pintar) en las telas (16.000 dólares) de Maria Taniguchi así como en la reinterpretación de la historia antigua que plantean las esculturas (25.000 euros) de Iman Issa. Ambas trabajan con la alemana Carlier i Gebauer.

Mientras llega el aire, o no, la galerista parisina Chantal Crousel sostiene que la feria “tiene muy buena pinta”. Trae a Mona Hatoum y Danh Vo. De este último exhibe una pieza de su serie más conocida: We the People. Unos 39.000 euros. Pero ya “está casi vendida”, asegura. Buenas noticias para un Arco que arranca de “manera espectacular”. Al menos eso relata Daniel Canogar. En un par de horas ha colocado en Max Estrella cuatro ediciones de un trampantojo digital que mezcla a Fernando Torres y YouTube. Una extraña pareja que la actriz Rossy de Palma fotografía con su móvil, quizá persiguiendo la imagen de la imagen. Otro engaño.

Pero lo que no miente es la geopolítica del arte. Consecuencia de los nuevos aires en Cuba, cada vez más galerías fichan a artistas de la isla. En la galería toscana Continua, la pintura de luz y color del treintañero José Yaqué busca comprador por 28.000 euros. Más inquietante es June Crespo y su propuesta de vestir las esculturas (5.800 euros) en etHall. Y no muy lejos, en Maisterravalbuena, el estadounidense B. Wurtz lleva al límite (5.000 euros) de lo lírico un alfiler y una sencilla bolsa de plástico.

Fuerza de gravedad

Sin embargo, ajeno a la atracción de la fuerza de gravedad del mercado, algunas galerías reclaman su derecho a rehuir del dinero y recuperar la mirada del arte. El marchante turinés Giorgio Persano vuelve tras años de ausencia. Presenta un estand con una escultura-instalación de Pedro Cabrita Reis con aspecto de museo. Le escoltan sus habituales Kounellis y Per Barclay. Casi en silencio, la galería valenciana Espai Visor le replica con fotografías históricas de Lothar Baumgarten y la francesa Mor Charpentier apunta al presente con Rossella Biscotti y Edgardo Aragón. Todo esto sucede en un tiempo actual en el que también habita Carlos Garaicoa, quien traslada a la galería Elba Benítez una “acera” que ya pavimentó el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M). El artista cubano se siente “cómodo” en las ferias, solo —apunta— hay que “tratar de hacerlo correctamente”. De momento, el teléfono también suena para creadores de otras geografías del sur. “Nos ha llamado el MoMA. Quiere reservarnos obras de Matta y Jorge Riveros. Para mí, es la mejor edición de Arco”, observa, sonriente, el galerista Leon Tovar, mientras revela un pequeño museo de mattas en la trastienda.

Pero si algo es una feria de arte, además de un lugar de comercio, es un viaje. Y a veces, no muchas, ofrece una parada con las mejores vistas a la creación de su tiempo. Ese espacio suspendido se siente, por ejemplo, en las transcripciones de Irma Blank (Galería P420), en la radicalidad de adobe de la pintura de N. Dash (Mehdi Chouakri), en el terco empeño de rescatar la memoria colectiva de la Croacia actual de David Maljkovic (Annet Gelink) y en el talento de Cory Arcangel (Team Gallery) para utilizar el software como una caja de óleos del nuevo milenio. Propuestas que dialogan con la potencia cinematográfica de Rosa Barba (Parra & Romero) o la escultura, liviana, de Karla Black (Raffaella Cortese).

Reflejo del mercado con alguna salvedad

Quizá porque la creación es un juego de espejos con infinidad de destellos, Arco también es un reflejo de lo que ahora brilla en el mercado del arte. Aquellas obras que las subastas consumen con voracidad. En la feria estas piezas representan, entre otros, a Julian Opie, Anish Kapoor, Jason Martin, Idrish Khan, Allan McCollum, Michaël Borremans o Jacob Kassay. Nombres que contribuyen a esa saludable ludopatía que es coleccionar.

También hay espacio para apuestas más arriesgadas, como la del mexicano Emilio Rojas (en la galería José de la Fuente), encerrado desnudo entre palés coloreados y colocados a modo de prisión.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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