La Edad de Oro de las ventas privadas
El mercado mundial de las subastas se contrae debido al parón económico global pero emerge, al mismo tiempo, el de las transacciones privadas
El escenario de las subastas públicas es uno de los termómetros esenciales del mercado del arte. Pero no es el único. Las ventas privadas viven su Edad de Oro. Una fotografía que se puede trazar en dos flases. La casa de pujas Sotheby's ha pasado de generar en esa rama del negocio 625 millones de dólares (560 millones de euros) en 2014 a unos 673 millones (603 millones de euros) durante el año pasado.
Como un corazón, este movimiento se explica por un principio de sístole y diástole. El mercado mundial de las subastas se contrae debido al parón económico global pero emerge, al mismo tiempo, el de las transacciones privadas. Hay varias razones que explican esta contradictoria tendencia.
El sobrecalentamiento que ha vivido durante el último decenio el mercado ha provocado que los precios de infinidad de obras y artistas se hayan quedado a vivir en la estratosfera. Las ventas privadas, por el contrario, reflejan un escenario más real a la hora de valorar las piezas y se alejan del ruido de intermediarios, modas y tendencias. Suponen un refugio, más o menos abrigado, contra la especulación y además añaden un elemento de discreción que cuando alguien está dispuesto a pagar 200 millones de euros por una tela se agradece.
La familia real catarí ha hecho de ese transitar en la duermevela del silencio todo un arte. Nunca revela el precio de las obras. Se estima, por ejemplo, que pagó 274 millones de dólares por una de las dos versiones existentes de Los jugadores de cartas, de Paul Cézanne. También habría desembolsado 300 millones por otra joya: ¿Cuándo te casarás? de otro Paul, esta vez Gauguin.
Pero como todo en el arte de hoy es una especie de eterno retorno, esta fortaleza de las ventas privadas también refleja la intensa búsqueda de los privilegiados del dinero de piezas-trofeo. Quieren los grandes nombres de la historia del arte y las mejoras obras disponibles. Porque desde luego cuando uno destina decenas de millones de euros a un cuadro si algo no pretende es equivocarse. Imposible errar cuando se invierten 500 millones de dólares en Pollock y De Kooning.
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