“Las canciones son como fantasías”
El cantante publica su séptimo álbum, ‘El último hombre en la Tierra’
Es una mañana de invierno fría, especialmente fría en la sierra madrileña de El Escorial, pero la conversación es cálida en la cocina de Coque Malla (Madrid, 1969). Ofrece vino, té, agua “y no mucho más” porque se le pasó ir a “hacer la compra”. Habla de su nuevo disco, El último hombre en la Tierra, y repite varias veces una palabra: “clima”. “Era lo más importante. Conseguir el clima”, apunta sentado junto a la ventana y con sus dos gatos, Lula y Carlo, paseándose en la habitación contigua presidida por un piano. “Y el clima que buscaba era hacer un disco de rock con un acercamiento modesto a lo sinfónico”, añade.
Como la casa cerca de la montaña en la que vive, rodeada por un amplio jardín verdoso cubierto de hojas secas, el clima de El último hombre en la Tierra es de una calidez extraordinaria. Canciones elegantes de un delicado latido clásico y una exquisita producción orquestal. “Creo que los arreglos de cuerda y metales funcionan porque hay una conciencia inicial de que estuviesen ahí. Son composiciones muy trabajadas desde el primer día”, explica. Aunque el sonido de cuerdas ya había tenido su protagonismo en álbumes anteriores como Termonuclear, Malla reconoce que nunca antes en su vida había sentido tanta necesidad de alcanzar este clima instrumental, que en el caso de su nuevo disco le otorga un aroma arrebatador. “La orquesta se introduce para engrandecer el espectro armónico. No tiene por qué ser mejor. Bob Marley con la acústica tocando Redemption Song es tan emocionante como el Golden Slumbers de los Beatles. La orquesta es una opción y yo la quería”, cuenta. “La culpa la tiene una conversación con Suso Saiz. Me impresionó mucho que un día me dijese que hoy en día no había conversación melódica en el rock y el pop. Decía que los músicos van todos a la vez. Esto hace que se pierda el movimiento armónico”.
Ese movimiento armónico es la parte esencial de El último hombre en la Tierra. La conversación entre instrumentos crea armonías bellas que remiten al pop de la era del Brill Building o, tirando un poco para el legado español, a la herencia artística de Juan Carlos Calderón. Vestido de negro, mientras por la ventana asoman frondosos pinos, Malla afirma que Neil Hannon, el creador detrás de The Divine Comedy, fue el verdadero “catalizador” de esa atención en este aspecto musical. Y, en menor medida, el británico Richard Hawley. “Fue una inmersión casi obsesiva”, confiesa. “Luego, mi hermano Miguel, que se dedica al jazz y es gran amante de la música clásica, me ayudó a llevarla a cabo. Escuché mucho jazz, mucho canon clásico, incluso me obligué a reescuchar material de Frank Sinatra”.
Miguel Malla dirige los arreglos y José Nortes está en las labores de producción. Junto a ellos, una banda que grabó en los estudios madrileños Black Betty. “Los Beatles tenían Abbey Road, mucha pasta y todo el ácido del mundo para hacer este tipo de música. Y, salvando todas las distancias con ellos, nosotros no. Nosotros hemos tenido mucho atrevimiento para acercarnos a lo que queríamos. Eso sí, nos hemos divertido mucho. Estamos acostumbrados a ir la tónica, en plan Do-Fa-Sol-La, y esto se salía de lo habitual”.
Es difícil encontrarse con este tipo de obras en la escena española. Compositor y cantante, Malla lo sabe y considera que es un problema de salirse de los cajones estilísticos. “Tal vez hay mucho complejo de no escuchar muchas músicas distintas. A mí me ha pasado. De decir: ‘Si escucho a los Rolling Stones no soy indie, y si escucho música española de los ochenta no puedo escuchar otra cosa’. Es como ser un cocinero y solo comer y cocinar pasta con tomate”, apunta. De hecho, él también sabe que ha tenido que luchar durante años contra su pasado en Los Ronaldos, con los que conoció el éxito siendo un chaval y que, con su rock festivo, marcaron a la generación de los noventa. El último hombre en la Tierra es el séptimo disco en su cuenta particular desde que se disolvió la banda en 1996 —aunque por el camino hubiese un efímero y celebrado reencuentro—. Debería ser una obra incontestable para reconocer a Coque Malla como un solista destacado de la música española tras trabajos como Mujeres o La hora de los gigantes.
Como sus arreglos, la lírica del nuevo álbum es rica en su profundidad sentimental, que bucea en la imperiosa necesidad de amar y ser amado, pese a todas las grietas que surgen en el contacto humano. “Buscaba ese momento cuando te sientes tan amado que te sientes el último hombre en la Tierra”, dice. “Trabajo con las emociones, pero, desde el subconsciente, sé que estoy escribiendo una fantasía. Las canciones son como fantasías. Son cuentecitos”. Con el invierno imponiendo su ley estos días, el catálogo de fantasías que forman El último hombre en la Tierra, que acaba con la nana Duerme, invita, como pocos discos en castellano de los últimos años, a recrearse en una primavera sentimental, real o imaginaria, como la vida misma.
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