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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los guionistas y los Premios Goya

Julio Llamazares

Lo escribe John Steinbeck en sus memorias, recordando sus años de guionista en Hollywood: “Había una actriz tan tonta que para conseguir un papel en una película se lio con el guionista”.

¿Se puede decir mejor? Y, si eso pasaba en Hollywood, donde trabajaron como guionistas todos los grandes novelistas de la generación perdida americana, ¿qué no ocurrirá en España, donde la industria del cine es tan provincial que da para lo que da, lo que no le impide ser a la vez tan hollywoodiense como para que, salvo al director y a los actores principales, al resto se le considere clase de tropa?

Se quejan los guionistas españoles de que en la gala de los Premios Goya les fuera impedido el paso por la alfombra roja, reservada para los vips y las autoridades asistentes. ¿Qué creían, que ellos también lo eran? ¿Pensaban por casualidad que el que todo un premio Nobel se prestase (que ya es prestarse, todo sea dicho) a entregarles los premios correspondientes a ellos se debía al interés de la industria del cine por su trabajo? Creía uno que para ser guionista hacía falta ser más inteligente.

La prueba de que no hace falta es que yo también lo fui en una época. De esa faceta de mi vida podría contar algunas anécdotas, ninguna a la altura de la de John Steinbeck, pero mi discreción me obliga a callarlas, lo que no quita que no sucedieran nunca. Y todas abundan en una opinión: la de que los guionistas son los últimos monos de una profesión llena de egos y vanidad en la que todos se dan codazos por figurar, pese a que en público se abracen mucho, y en la que casi nadie valora el trabajo ajeno y menos el de los guionistas, esas figuras tan prescindibles que muchos directores se los saltan directamente, escribiendo ellos sus guiones, sepan o no sepan escribir. Así, de paso, se ahorran un sueldo que, aunque modesto, siempre viene bien restar a unas producciones que no se caracterizan precisamente por su abundancia económica.

Por eso me sorprende que los pobres guionistas españoles, que llevan toda la vida soportando esa situación sin alzar la voz, lo hagan ahora y por algo tan trascendente como que no les hayan dejado desfilar por la alfombra roja de los Goya en una fiesta hecha para el lucimiento de los actores y los políticos y para el exhibicionismo de los que viven de él.

Ahí tienen un buen guion para una película. Aunque dudo de que ninguno se atreva a escribirlo, entre otras cosas porque ningún productor se lo produciría y menos lo dirigiría ningún director de moda, de esos que sí desfilan por la alfombra roja.

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