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José Tomás en México
Tribuna
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Sinfonía Agridulce

Vine a la Plaza de toros México especialmente para ver un mano a mano de altísima expectativa, como no podría ser de otro modo

José Tomás durante la corrida del domingo en México.
José Tomás durante la corrida del domingo en México. Andrés Calamaro

México es un país agradecido y nunca indiferente, no viven de la nostalgia invertida, pero conviven con una tremenda producción de música popular, regional y melódica. El pueblo musical y taurino, en pleno ejercicio de su praxis cultural y popular, me reclama para saludos y fotos (el nuevo autógrafo), y siempre me sorprendo un poco por la generosidad atenta de las gentes de aquí.

Así me presenté en la Monumental plaza de toros de Ciudad de México, vine —como otros más— especialmente para ver un mano a mano de altísima expectativa, como no podría ser de otro modo considerando que las figuras de la tauromaquia europea relucen en los carteles de la temporada americana, y puesto que se presentaba José Tomás repartiéndose seis toros con Joselito Adame, el gran intérprete de Aguascalientes.

En otra época mas tolerante, menos viral y mas cultural en el mas académico sentido, el mundo en pleno aceptaría con énfasis a los maestros de la tauromaquia por su profundidad estética, pureza litúrgica y heroísmo. Como a grandes figuras del arte fuera de la aburrida discusión en cuanto a la merecida categoría artística y mas allá de la afición practica o constante. En una sociedad no contaminada por una insoportable pereza intelectual, menos inquisitorial y moralista, una figura del toreo seria celebrado por artistas, intelectuales y pueblo, incluso por snobs de categoría.

Así debería ser. Y así fue durante los tiempos ajenos a la pulsión digital y a una corrección política entrecomillada que amenaza con arrastrarnos a una grieta insostenible.

Fue entonces la de La México una tarde agridulce de domingo, de contraluces, de emociones inexplicables en algunos casos y de “oles” como truenos.

La plaza recibió a los diestros con un llenazo hasta el reloj, un lleno que hace 20 años no se veía por aquí. El de Galapagar ofreció el cuerpo y el alma embutido en rosa viejo y dorado, eso y su inexplicable complicidad con las bestias, algo imposible que parece posible en las muñecas de José Tomas. Como si les hablara a los toros que embisten con dulzura y peligro, poniendo en riesgo la vida del torero en cada embestida milimétrica.

Dio eso y detalles hondos que la enciclopedia tauromáquica celebró vibrando instantes compuestos de eternidad y arena. De la forma más pura y soberana, José Tomas se arrima hasta que le enganchan y el pavor sube por los tendidos acojonando las conciencias de más de 45.000 personas. El público estaba entregado en el primero, al segundo le sacó series templadísimas que fueron muy admiradas pero algo ocurrió antes del tercero de su lote: un toro en buenas condiciones fue devuelto a los corrales de forma tan contundente que servidor llegó a dudar si protestaban al toro o al juez presidente por devolverlo con tales urgencias; el toro estaba entero y se había presentado con un alegre galope que prometía más. Entonces el ambiente se trastornó, las peñas protestaron el sobrero durante la abreviada y algo espesa faena de José Tomas a su tercero, birlando al destino un primer epílogo de gloria que la mala suerte en el acero terminó de empañar.

Joselito Adame estaba toreando muy bien con un lote bueno de calidad y de bondad. La poca fortuna en los aceros impacientó al respetable que se dedicó a algo que también saben hacer: embutirse de espíritu nacional en detrimento del menos hidrocálido de los maestros. El resultado fue una tarde agridulce para la mayoría y un triunfo in extremis de Adame, que ofreció un repertorio de valentías de aquellas que suben la temperatura de los tendidos que albergaban una auténtica multitud que, según pasaban los minutos, se mostraba extrañamente intolerante, quizás por aquello de haber pagado una boleta a un precio considerable. Si la multitud despidió al de Galapagar con bronca es algo que optamos por no recordar, determinados contrastes merecen ahogarse de olvido bajo la alfombra del tiempo. Amortajando un sabor incierto en las plumas de aquellos que sabrán rescatar lo grande de una tarde de contrastes para presentar la épica como corresponde.

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