Buster, siempre seguirás ahí
Era un poeta que jamás utilizó el sentimentalismo ni apeló a la compasión del público, el personaje del cine que más quiero
El cáncer, o la espiral alcohólica con la que trató de aliviar su sentimiento de fracaso, el olvido del público, la ruina económica y artística le enviaron al otro barrio, al cielo o a la nada hace ahora cincuenta años, el 1 de febrero de 1966. Se llamaba Joseph Frank Keaton, pero desde muy pequeño, cuando hacía cabriolas increíbles en el music-hall que dirigían sus padres, todo mundo le conocía como Buster. Es el personaje de la historia del cine que más quiero. También fue uno de los creadores de formas visuales más impresionantes que han existido. Y la gracia en estado puro, aunque su rostro no sonriera jamás delante de la cámara (aseguran que lo hizo una vez, pero yo no lo he visto). Era un poeta que jamás utilizó el sentimentalismo ni apeló a la compasión del público.
A diferencia de Chaplin, Laurel y Hardy o Harold Lloyd, con cuya obra estuve gozosamente familiarizado desde crío, a Keaton lo descubro (solo había visto antes la maravillosa El maquinista de La General) a principio de los años setenta, cuando la distribuidora española Cineteca reestrena y en algunos casos estrena los restaurados largometrajes y cortometrajes (uno de estos últimos, La casa encantada, es un prodigio de imaginación, un torrente de ideas entre surrealistas y prácticas en el que no falta ni sobra un plano, una obra maestra en 15 o 20 minutos) de un hombre que poseía algo más que talento, que era complejamente genial. Recuerdo haber programado un exhaustivo ciclo de Keaton en una especie de cineclub (sin coloquios posteriores, por supuesto) que habíamos montado un grupo de gente en un colegio mayor. Y aquello fue un éxito. Siempre estaba a tope. Y era bonito escuchar las ininterrumpidas risas de un público entregado, con la expresión feliz al terminar que solo proporcionan los clásicos, comentando sin tregua los gags y las situaciones, la diversión que provocaba ese personaje dotado de una inventiva torrencial.
Keaton representa la determinación, la pureza moral, la épica en las condiciones más adversas, la infatigable lucha por las convicciones propias contra los enemigos más poderosos, incluida la naturaleza cuando decide ponerse salvaje.
Filmografía seleccionada
Keaton entre bastidores (1919).
Pasión y boda de Pamplinas (1920).
El herrero (1922).
La casa eléctrica (1922).
Las tres edades (1923).
El moderno Sherlock Holmes (1924).
El rey de los cowboys (1925).
Las siete ocasiones (1925).
El maquinista de La General (1927).
El héroe del río (1928).
El cameraman (1928).
Es un héroe que no espera aplausos ni recompensas, que hace lo que tiene que hacer. Sobrevive a todos los peligros y acorralamientos con una astucia, una fortaleza y un sentido práctico admirables. Y, cómo no, después de múltiples malentendidos y hazañas termina llevándose a la chica que ama. Se lo merece.
Después de haber hecho dichosa a tanta gente, de haberles hecho reír, la vida se le torció a este artista irrepetible. El cine sonoro se lo tragó. No pudo rodar más películas. Su presencia se limitó a apariciones episódicas como actor. La más larga, con Chaplin en una secuencia memorable de Candilejas. Cuentan las malas lenguas que Chaplin la acortó porque su colega se lo comió vivo. La viuda de Keaton, en una entrevista imposible, me contó que no era cierto, que Keaton fue muy feliz, que todo le fue bien en su compañía. Ojalá fuera cierto.
Me pregunto cómo reaccionarían los niños actuales ante el cine de este hombre. Tienen pocas posibilidades de comprobarlo. Sería una utopía que las televisiones exhibieran su obra. Yo sigo disfrutándolo cada cierto tiempo en mi casa. Y siempre me eleva el ánimo, aunque ande por los suelos, me hace reír, me emociona. Cortázar lo incluyó entre sus grandes cronopios, Buñuel le declaró su amor incondicional cuando solo existía un monarca en el cine llamado Chaplin. Quiero pensar que su arte está destinado a la eternidad. Por mi parte, le amaré siempre.
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