Desesperanza y felicidad en casa de la familia Prózorov
La Guindalera produce ‘Tres hermanas’, de Chejov, que se estrena en los Teatros del Canal
Nada es lo mismo desde hace un año en la familia Prózorov. Recuerdan aquel maldito día, un 5 de mayo, en el que hacía frío y aullaba el viento. Hoy es domingo y, por el contrario, el sol reluce con fuerza. Los Prózorov, más sosegados, parecen haber superado el duelo y se disponen a celebrar el santo de la pequeña de las hermanas, ya vestida de blanco. A pesar de la felicidad aparente, la desesperanza anida en esa casa familiar en un lugar no determinado de la Rusia rural. El retrato de la decadencia de la aristocracia rusa de finales del zarismo que hizo Antón Chéjov (1860-1904) en Tres hermanas, salta ahora a los Teatros del Canal, en una producción de la sala La Guindalera dirigida por Juan Pastor que se estrenó ayer y que estará en escena hasta el próximo 7 de febrero.
La memoria del padre, un general de brigada que inculcó a sus hijos el afán por los idiomas, y el deseo de abandonar esa ciudad “atrasada y vulgar” para regresar a su amado y añorado Moscú, de donde salieron once años atrás, recorren la obra del autor ruso en un montaje que respeta de manera fiel el texto y del que se desprende el choque entre las dos realidades de una sociedad y una familia en decadencia incapaz de afrontar los cambios necesarios para mantener los valores que atesoraba la aristocracia rusa de entonces. Protagonizada por un elenco de once actores, en el que los personajes de las tres hermanas están interpretados por Victoria Dal Vera, María Pastor y Ariana Martínez, Tres hermanas se sumerge en la desesperanza presente pero también en una reflexión sobre la felicidad futura. “Queridas hermanas. Nada acaba como esperábamos. Nuestra vida no ha terminado aún. Nos queda mucho por vivir”, les dice Olga a Masha e Irina, una vez ya perdida la vivienda familiar y aparcado definitivamente el sueño de volver a Moscú.
Juan Pastor, que también actúa en la obra en el papel del militar Chebutikin, ha cumplido un sueño. No ha sido fácil y asegura que este montaje es el último cartucho en esa lucha desesperada por impedir el cierre del Teatro de la Guindalera, al que junto a su mujer, Teresa Valentín, ha dedicado una vida entera. “Nos hemos embarcado en esta aventura para salir de nuestro pequeño reducto de la Guindalera y acometer de nuevo un gran montaje en una sala grande y dirigida a un público más amplio con la esperanza de conseguir los ingresos suficientes para poder seguir manteniendo nuestra sala”, explica Pastor, a punto de ponerse el uniforme caqui antes de uno de los últimos ensayos de la obra, en un gélido espacio de las Naves del Matadero. “Tres hermanas es una obra de una actualidad feroz. Creo que fue eso lo que nos impulsó a lanzarnos a esta aventura. Es el mismo choque de realidades que vivimos hoy en Europa y en el mundo entero. La obra habla de la necesidad de un cambio, y de cómo sus personajes son incapaces de enfrentarse a lo que sucede, tal y como lo estamos experimentando en la actualidad. Un mundo que se acaba y otro que empieza. Pero más allá de esa reflexión general, también el texto tiene mucho que ver con mi profesión y mi realidad. El desposeimiento espiritual y material de la casa de los Prózorov se puede comprender como resultado del estúpido comportamiento de sus protagonistas que son incapaces de defender valores como los de la belleza o el sacrificio compartido, valores que hoy defienden nuevos colectivos que están apareciendo en Europa y en nuestro país y que intentan preservar el Estado del bienestar frente al pragmatismo de muchos de nuestros políticos”, reflexiona Pastor, cuya compañía ha tenido que recurrir al crowfunding para levantar el montaje de Tres hermanas.
Con vestuario y mobiliario de la época, trajes ricos en encaje y exquisitos enseres desperdigados por el escenario, la puesta en escena es contemporánea y parte de un supuesto ensayo de una compañía que decide montar este texto de Chéjov. Los actores se enfrentan a las mismas dificultades que los personajes de finales del XIX, con el añadido de una serie de elementos metafóricos que acercan al espectador a esa realidad. Mientras que los intérpretes están constantemente cambiando los muebles de un sitio a otro, para ver los distintos espacios de a obra, los personajes son incapaces de un cambio, atenazados ante un mundo que se derrumba y del que ellos son prisioneros.
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