La segunda vida televisiva de los crímenes reales
‘Making a Murderer’ y ‘The Jinx’ avivan la moda y dignifican las series que recrean sucesos
La semana pasada, la televisión se coló en un mitin de la candidata a la presidencia estadounidense Hillary Clinton cuando un ciudadano preguntó por Steven Avery, preso en cadena perpetua cuya inocencia defiende la serie documental Making a Murderer. “No la vi, pero está claro que el sistema judicial tiene un problema endémico”, respondía. El caso, olvidado desde 2005, había trascendido de la pantalla de Netflix para convertirse en asunto nacional. Días después, la Casa Blanca se vio obligada a responder en un comunicado una petición de 350.000 firmas reclamando el perdón: “No está en manos del presidente”.
La producción estrenada en diciembre ha devuelto a la actualidad el caso de este chatarrero que fue exonerado de una violación que lo mantuvo 18 años preso (de 1985 a 2003) solo para ser condenado por homicidio al salir. En el documental subyace la supuesta falsificación de pruebas de la policía, a la que Avery investigaba por su primer juicio. 10 horas de emisión cuestionaban la eficacia de todo el sistema judicial.
El sistema judicial a juicio
El entretenimiento se inspira en crímenes reales desde el auge de la literatura pulp, pero el fenómeno televisivo actual nace de pretensiones distintas. Hasta ahora, las recreaciones protagonizaban melodramas baratos y escabrosa telerrealidad en Crímenes imperfectos o Dateline. El género era denostado. La nueva oleada de series sobre sucesos reales, que nace con la radiofónica Serial que pronto saltará a TV, trata de superar el morbo con estudios sociales. Más cerca de Truman Capote que de un telefilme.
Debate abierto
Desde el estreno de Making a Murderer no hay día que Avery y su sobrino Brendan Dassey, supuesto cómplice del asesinato, no aparezcan en las noticias. Una década después de emitir veredicto, un jurado ha revelado que otro miembro era padre de un agente de policía de Manitowoc, precisamente acusados por la defensa de incriminar a Avery. En Internet, a su vez, echan humo los foros dedicados a discutir teorías sobre quién lo hizo.
Ken Kantz, fiscal caracterizado como villano y que abandonó en 2010 el cargo por un escándalo sexual, no quiso hablar en cámara, pero se ha defendido de las acusaciones asegurando que la serie "deja fuera pruebas cruciales". Es esa versión la que explorará un especial de Investigation Discovery, canal especializado en este género de moda. Mientras, una asociación que denuncia falsas condenas ha calificado el caso de Avery, que ya tiene nuevas abogadas, de prioridad. Nadie puede asegurar que la vista se reabrirá como en Serial, pero Netflix ya tiene material para la segunda temporada.
En los sesenta, Capote viajó a un pequeño pueblo de Kansas para narrar cómo lidiaban sus vecinos con la cruenta muerte de una familia modelo. Cuando dieron con los asesinos, A sangre fría pasaba de detallar la puesta en escena a narrar cómo el sistema crea criminales sin esforzarse en rehabilitarlos.
Making a Murderer utiliza 10 años de rodaje para analizar el contexto y alcanzar su tesis. No se recrea tanto en la sangre como en el juicio; detalla evidencias supuestamente colocados, llamativos errores y la labor de los abogados. “Es la ventana para explorar el sistema judicial y su evolución”, explican las directoras Moira Demos y Laura Ricciardi: “No sabemos si es culpable, pero ¿es el proceso justo?”.
La serie tiene punto de vista y una estructura propia de la ficción, con buenos y malos, finales que enganchan a ver otro capítulo y una narrativa sin orden cronológico. Eso sirve a sus detractores para acusarlo de conspirativo y sesgado: “No es un documental. No muestra todo”, argumentó el Sheriff acusado de falsear pruebas.
Desde Ley y orden, escarbar en los informativos es también rutina de las mesas de guionistas. Una mujer muere en su mansión al comienzo de un episodio de The Good Wife. Su marido, un rico heredero, es el sospechoso. 40 minutos después el juicio está cerrado y el jurado duerme en casa. Pero en la realidad, como refleja la serie de Netflix, no existe lo autoconclusivo. Décadas después, Robert Durst, en quien se basó aquel esposo, seguía libre. Hasta que HBO repasó su historial en The Jinx. El último plano era clave: “Los maté a todos”, confesaba. Un día antes de emitirse, era detenido.
Su caso es la otra cara: un poderoso se libra gracias a una defensa millonaria. Pero la denuncia era la misma. La protección que reciben unos frente a la indefensión de otros causa problemas sistémicos en la justicia. Las consecuencias palpables del documental renovaron el interés por estos crímenes dramatizados. Las redes sociales no tardaron en abrir juicios paralelos.
En febrero, las series volverán a cuestionar un veredicto que décadas después sigue despertando dudas. American Crime Story: The People v OJ. Simpson narrará el culebrón que rodeó uno de los juicios más célebres. Ryan Murphy, creador de Glee y American Horror Story, apuesta desde la ficción por el espectáculo de los crímenes reales. Cuba Gooding Jr. es el futbolista acusado de asesinar a su mujer, pero el protagonismo también salpica a su abogado Robert Kardashian (David Schwimmer), patriarca del clan del famoseo. Los crímenes reales tienen una segunda vida en la televisión.
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