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El fracaso de un testigo ejemplar

Para valorar el Holocausto, Primo Levi proponía analizar la inmoralidad de las víctimas, no la de los verdugos. Así fue Auschwitz reúne sus primeros escritos como superviviente

Primo Levi (izquieda) junto a Alberto Salmoni.
Primo Levi (izquieda) junto a Alberto Salmoni.

Así fue Auschwitz recoge trabajos fundacionales de Primo Levi, es decir, escritos de primera hora, como el Informe sobre la organización higiénico sanitaria del campo de Monowitz, redactado apenas liberado al alimón con el médico De Benedetti, o la declaración minuciosa e inédita que hizo al llegar a casa de 30 deportados italianos para que sus familias supieran de ellos, o testificaciones para los procesos de Höss, Eichmann o Bosshammer, amén de una quincena de artículos sobre su vida de deportado. Lo que tienen en común —y lo que justifica según sus editores esta edición— es captar ese momento de novedad que trae el superviviente, consciente de que ha vivido lo impensable, y que tiene que hacerlo comprensible a un mundo que no se le puede tomar en serio porque carece de categorías conceptuales donde registrarlo.

¿Lo consiguen? ¿Consiguen que nosotros, hoy, que ya conocemos bien a Levi, nos sintamos golpeados por las noticias del campo? En parte, sí, porque, aunque sepamos todo del campo, apenas si hemos querido hacernos cargo de los graves problemas morales o políticos que Levi desliza, con maestría y discreción, en medio de sus relatos biográficos. Levi sigue siendo tan molesto hoy como lo fue en su tiempo. Un botón de muestra puede ser el alcance moral de la significación del campo, algo que debería interesar a los profesores de ética y a los políticos, pero que no se han dado por enterados. Levi tenía claro que, para calibrar la hondura del “naufragio moral” de la humanidad que tuvo lugar en el Lager, había que mirar a las víctimas y no a los verdugos. Estos son por definición malos y cabe esperar cualquier cosa de ellos, pero ¿del comportamiento de las víctimas? Ellas son las habitantes de la zona gris, ese espacio de envilecimiento que englo­baba la cámara de gas y los hornos crematorios. Judías eran las víctimas pero también los que accionaban las cámaras, incineraban los cuerpos o molían los huesos. No salimos mejores, dice Levi. Y él se negó a que los trataran como héroes, ni siquiera como mártires. No tenían la grandeza de los partisanos porque no hay ninguna nobleza en el hecho de ser obligado a ser y vivir como deportado.

Si les tuviéramos que juzgar con los criterios morales que enseñamos en la escuela o en la iglesia, habría que decir que eran seres inmorales o depravados. Y ahí, precisamente ahí, aparece Levi, defendiéndolos como inocentes, pero obligándonos a plantear la ética de otra manera. No como respeto a la propia conciencia, sino como respuesta al título de su gran obra: Si esto es un hombre. Porque desde una cultura burguesa, que es la nuestra, gente así no es humana. Sería difícil encontrar entre nuestros afamados profesores de ética —y hay muchos— alguno que se haya atrevido con la pregunta de Levi. Por eso es tan actual.

En lo que quizá se equivoquen los editores es en presentar a Primo Levi como el testigo ejemplar, alguien, pues, “capaz de no repetirse jamás”. Le­­­vi lamentó “haber contribuido a la leyenda” de que escribía de un tirón, con claridad meridiana y con la precisión de un químico. Es verdad que es meticuloso hasta el extremo, que escribe para que le entiendan todos y que necesitaba contar lo que le había ocurrido.

Pero dar testimonio le torturaba, y esto no por tener que revivir el pasado, sino porque su palabra sólo tenía sentido si remitía al silencio de los que no podían hablar. Le torturaba que sus relatos en vez de facilitar esa comunicación, la interrumpieran, por eso se esforzaba cada vez en recrear la situación, añadiendo un detalle, atendiendo al público o introduciendo un nuevo punto de vista. Eso explica su grandeza y esa genialidad a la que se refiere Georg Steiner.

Pero el éxito y el empeño en dar la cara le llevó a la repetición y a la rutina. Poco antes de morir confesaba con pesar: “A estas alturas soy un profesional; me he convertido en un superviviente de profesión, casi un mercenario”. Poco después se suicidaba. Esta confesión no le quita grandeza, pero sí plantea el rigor y la peligrosidad de la memoria. Al nutrirse ésta del sufrimiento de las víctimas, se convierte en caricatura de sí misma cuando pesa más quien recuerda que la ausencia recordada. Y a eso no estaba dispuesto Primo Levi. Por eso sigue siendo tan actual y tan útil esta publicación.

Así fue Auschwitz. Testimonios 1945-1986. Primo Levi y Leonardo de Benedetti. Traducción de Carlos Gumpert. Península. Barcelona, 2015. 304 páginas. 20,90 euros. (digital, 12,99)

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