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¿Y esto es obscenidad?

D. H. Lawrence rompió esquemas morales con una carnalidad nada habitual en su época. 'El arco iris' dibuja las consecuencias de la revolución industrial

El lector del siglo XXI puede sentirse abrumado, agobiado, con la lectura de esta novela excepcional. Le resultará farragosa, repetitiva, insistente, excedida…, todo menos escandalosa, que es la razón por la que fue secuestrada por obscenidad a pesar de que, a petición del editor, Lawrence ya había suavizado muchas escenas (más las que suavizó por su cuenta el editor). No se volvió a reeditar hasta 1989. D. H. Lawrence era una escritor vehemente, torrencial, y un vitalista, lo cual explica sus problemas en parte (recordemos El amante de Lady Chatterley, otro juicio por obscenidad), pero era todo menos obsceno. Lo que sucede —y eso ha de tenerlo en cuenta el lector actual para acceder cabalmente a este libro— es que se publicó en 1915 y en esa época un novelista que se preciara no se inmiscuía en la sexualidad de sus personajes porque no se podía hablar explícitamente de sexo. Pero un escritor como Lawrence necesitaba dar salida a la tormenta de pasiones que enreda a hombres y mujeres, y la simulación o la referencia velada no iban ni con su temperamento ni con su escritura. Y necesitaba explorar sin veladuras los sentimientos, el sexo, el matrimonio, los instintos, la espontaneidad e incluso la religión. El resultado, por aquello de ir de un extremo a otro, fue que introdujo la carnalidad de los sentimientos y del espíritu en su literatura y allí ardió Troya.

Para que se hagan una idea, un beso en Conrad, James o Madox Ford era un simple detalle, una delicatessen ofrecida por unos señores de orden; en Lawrence, un beso es un terremoto de 7 puntos en la escala de Richter; conque imaginemos lo que puede ser una escena tórrida en sus manos. En El arco iris se pasa del éxtasis al abismo, de la negrura a la luz, del estremecimiento a la desolación en un solo párrafo; y, sin embargo, no puede decirse de Lawrence que sea otra cosa que un hombre resuelto a explorar y exponer lo que de verdad hay en el origen del encuentro y la lucha entre los sexos. Él pone el acento por igual en hombres y mujeres, aunque sus heroínas suelen ser más complejas. Y se expresa con la vehemencia y la fuerza de un joven salvaje. Esto le hace excederse, repetirse, enrollarse…, pero al lector de su época le estaba descubriendo un mundo real con la ambición y el descaro de un guardabosque lleno de sensibilidad.

La novela es recorrida por tres generaciones. Detrás de ellas, el escenario histórico es el del paso de la mentalidad agrícola a la mentalidad urbana, el tránsito del paso a la ciudad que ocasionó la revolución industrial, un momento histórico en el que se va a producir tal cambio de costumbres, mentalidad y organización social y económica que la sociedad debe hacer una terrible violencia sobre sí misma para adaptarse a los cambios del nuevo mundo que se avecina. Y Lawrence, con una inteligencia soberana, lo cuenta a través de las relaciones sexuales, personales, matrimoniales, familiares de estas tres generaciones, desde el joven Brangwen en su granja hasta sus nietas Úrsula y Gudrun (esta última en sordina) viviendo en la ciudad y viajando por el mundo.

D. H. Lawrence es un hombre resuelto a explorar y exponer lo que de verdad hay en el origen del encuentro y la lucha entre los sexos

Lawrence odiaba lo que la revolución industrial representaba y amaba la vida al aire libre, la plenitud de la naturaleza contra el imperio de las máquinas, el fuego de la vida en el individuo contra la masificación. No quería ser “uno de esos seres espectrales y sin vida a los que en nuestra lengua muerta llamamos gente”. Por eso en su escritura hay una fisicidad exacerbada, la presencia física de los personajes es constante y va unida a los vaivenes del sentimiento, a la expresión. Veamos un ejemplo de su estilo fogoso: “Y William volvió a casa con las estrellas del cielo girando ferozmente en la oscuridad como un torbellino y con el corazón enardecido, insistente, pero enardecido, como si tropezara con un obstáculo. Tenía ganas de destrozar algo”.

Si el lector tiene todo lo anterior en cuenta, entrará en la novela de otro modo: dejándose ganar por la potencia expresiva y dramática de Lawrence, por su explosión de vitalidad, por la ingenuidad conmovedora de sus excesos. Donde parecía haber un loco desatado hallará una calidad expresiva emocionante, una escritura de maravilloso cromatismo, una sensibilidad exacerbada capaz de extraer de un conflicto toda su fuerza dramática, y hallará, cómo no, la emoción y la paz de espíritu que produce la belleza.

La novela se remansa un tanto a partir de la aparición de Úrsula Brangwen. En un momento dado dice de Tom y Lydia: “Dondequiera que fueran, bien estaba: el mundo resonaba a su alrededor, revelándose”. Así se encontrará el lector que supere la apariencia y entre de verdad en la novela. Después, Úrsula y Gudrun nos esperan en la otra obra maestra de Lawrence que es continuación de ésta: Mujeres enamoradas.

El arco iris. D. H. Lawrence. Traducción de Catalina Martínez Muñoz. Alba. Barcelona, 2015. 536 páginas. 32 euros

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