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Cuando cuatro son 16

'La Crazy Class' es un aplauso al teatro desde el esqueleto, una oda a la víscera y al germen

Isabel Valdés
Santiago Sánchez, Carles Castillo y Carles Montoliu, director e intérpretes de 'La Crazy Class'.
Santiago Sánchez, Carles Castillo y Carles Montoliu, director e intérpretes de 'La Crazy Class'.LUIS SEVILLANO

Un hombre entra al escenario, vacío. Llama a alguien: "¿Antonio?, ¿Antonio?". Antonio no está. Se va, dejando una silla con una carpeta encima. Por uno de los accesos al patio de butacas llega un hombre más. Y poco después vuelve a entrar el primero, siendo una persona distinta, ahora es una mujer. Son de repente otro, u otra, y durante el breve instante de la metamorfosis —apenas con un par de pasos, cogiendo un trapo o encasquetándose una gorra— parecen desaparecer, ser nadie. Después del primer cuarto de hora queda claro que son cuatro actores (Carles Castillo, Carles Montoliu, Santiago Sánchez y Elena Lombao) pero 16 personajes. Y que La Crazy Class, el último proyecto de la veterana compañía L’Om Imprebís, es un aplauso al teatro desde el esqueleto, una oda a la víscera y al germen, y a todas sus formas. 110 minutos emocionales y sintéticos, reveladores de cómo el teatro deja, a veces, de ser una ficción para fundirse con la vida, la de todos los días.

'La Crazy Class'

Dirección: Santiago Sánchez y Michel López.

Idea original: Michel López.

Intérpretes: Carles Castillo, Carles Montoliu, Santiago Sánchez y Elena Lombao.

En los Teatros del Canal, Sala Verde, hasta el 3 de enero de 2016.

Alrededor de 360 horas de grabación guardan el proceso de conversión de los Carles y Elena en varios personajes, aunque ellos aún no las han visto —y piden que esto sirva como reivindicación para con quien lo guarda—. Ensayaron una media de seis horas durante 60 días para ser personas diferentes, con respiraciones, movimientos, ritmos, miradas y voces distintas. Montoliu es un coronel, un niño, una bailarina... Castillo es un par de hermanas, un actor venido a menos, un padre y un hijo... Lombao pasa la fregona mientras habla de la fuerza de la Nora de Ibsen y es técnica de luces. Y todos son verdad bajo la dirección, teatral y sobre el escenario, de Santiago Sánchez, Antonio en la pieza, el profesor de la escuela municipal de teatro que da las clases a las que acabarán apuntándose cada uno de ellos.

Empezó con unas sesiones en las que Montoliu y Castillo tenían que pensar en un par de personas que podrían apuntarse a una clase de teatro amateur. “Y Santiago nos iba haciendo como entrevistas, al principio era un poco terapia…” cuenta el primero. Y cada día, cada una de esas vidas inventadas iba teniendo una parte más del armazón, aunque no todo se muestra después. El desdoble no es nuevo para el grupo, pero este tiovivo continuo lleva, al menos, al asombro y la atención absoluta sobre cada movimiento. “Cincelamos, hacemos síntesis, inventamos pasado, relaciones… hay tanto en el subtexto como en el texto”, añade tras el último sorbo a un cortado. Castillo completa: “Todo está muy pasado por el filtro. Creo que es un homenaje al teatro y también a nosotros mismos”.

En el patio de butacas es inevitable alguna carcajada, algún suspiro, algún chasquido de lengua. Se escuchan en momentos distintos, desde lugares diferentes de la sala. “En cada uno de los personajes hay un punto donde nos identificamos, realmente hay una especie de abanico de la sociedad”, reflexiona Sánchez. Y la aparente ligereza solo es parte del juego: “Parte de la fuerza del teatro es la capacidad de transformación social. ¿Cuántas personas se pierden un cambio en su vida por una falta de acceso a la cultura?”. De eso también habla esta obra salpicada de todo: política, amor, corrupción, resentimiento, culpa… Emociones e historias que van moldeándose con cada clase hasta que, durante los últimos cinco minutos, queda claro que los que entraron, ya no son los mismos.

Esa capacidad pedagógica y educativa que no solo tiene el teatro, sino cualquier expresión artística, ha sido cercenada durante los últimos años por la crisis. "Durante años se ha ido deteriorando la imagen social de la cultura, minusvalorando, desconsiderando", explica Montoliu. Ahora, a tres días de las Elecciones Generales, el actor cree que debería haber un pacto nacional por la cultura. "Un país culto es un país mejor". La realidad actual es la que es, y Castillo lamenta no ver "nunca a un político en el patio de butacas, a no ser que sea en grandes estrenos para la foto".

Un momento de 'La Crazy Class'.
Un momento de 'La Crazy Class'.L'om-imprebís

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.

Esa idea de Eduardo Galeano la recuerda Sánchez. "Por suerte sigue habiendo gente que, pese a todo, siente esa responsabilidad por el teatro. Asociaciones, colectivos... y lo fundamental es el público, y ellos siguen queriendo ir". Dice el director que lo suyo es de risa: "La cultura debería ser una parte importante de los Presupuestos Generales del Estado, porque además contribuye al PIB de una forma importante".

Lo dice él, que en 1987 fue, de alguna forma, el personaje que ahora encarna en la obra. Durante seis años dio clases en la escuela de teatro municipal de Aldaya (Valencia), allí propuso hacer un trabajo con la serie de monólogos que Darío Fo escribió sobre las mujeres. "Una de las alumnas, después de recoger su texto, me confesó que no sabía leer. Lo aprendió de memoria, repetía y repetía, con una voluntad envidiable". Después de que la muestra se representara, el marido de aquella mujer se acercó a Sánchez: "Que sepas que has hecho de Luisa la mujer más feliz del mundo, me dijo". Momentos como ese es lo que se pierde el mundo cuando no hay teatro. 

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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