“Podría abofetear al prójimo y luego abrazarlo”
El autor de 'El balcón en invierno' (en Tusquets; premiado por los libreros) regresa al niño que fue. Ahora ve el mundo como un lugar malvado
¿Qué le ha enseñado la vida? Me conozco poco a mí mismo. Soy muy solitario, pero a la vez también soy muy sociable. Me gustaría ser valiente, ja ja ja, detesto la cobardía. A menudo detesto a la especie humana; basta abrir un libro de historia o un periódico para ver hasta qué punto es bárbara y estúpida. A la vez tengo cariño a la gente.
Pero esas barbaridades y estupideces las hace la gente. Por eso el desprecio que yo siento y la piedad van de la mano. Podría abofetear al prójimo y a continuación podría abrazarlo. El panorama que ofrece la humanidad desde lo alto es realmente sombrío.
¿Qué es lo que más le asusta de lo que ve? La falta de escrúpulos; ese es el camino hacia la crueldad, el desmadre del poder: eso me asusta.
¿Somos justos con los protagonistas de lo que sucedió? No sólo aquí, en todos lados. Nunca se ha olvidado tan velozmente como ahora. Se ha olvidado a esas generaciones que hicieron la guerra y la posguerra. Somos la herencia de esas dos generaciones y hemos sido con ellos más que injustos, olvidadizos.
La memoria histórica se sometió aquí a escarnio. Se somete a escarnio todavía, como si eso fuera reabrir heridas. Recordar es un diálogo entre los vivos y los muertos. La memoria histórica se tuvo que solucionar ya con Felipe González, pero no hubo huevos para hacerlo por temor al Ejército…
¿Le ha decepcionado este tiempo? ¿No hemos mejorado civil, ética y moralmente? Civilmente sí hemos mejorado, ética y moralmente no estoy tan seguro. Entre unos y otros han pervertido la democracia, pero se ha conseguido una época de democracia tan larga como no se recuerda en España. Condenar la Transición porque sí me parece una frivolidad absoluta.
¿Qué ha pasado para que ahora no esté muy bien la democracia? Primero, hubo un narcisismo enorme, sobre todo en torno al 82, a la movida, cuando ganaron los socialistas. Nunca nos habíamos gustado, pero entonces empezamos a gustar a Europa. Allí era lunes y aquí era domingo. Todo era una fiesta. Todos éramos geniales y estupendos. ¡España era la hostia!
¿Y ahora qué falta? Un poso de educación, preparación humanística y científica. El fracaso de España se mide con el termómetro del fracaso educativo. Los países con mejor educación son los más prósperos, los que tienen más y mejores librerías.
Imagínese que lo hacen árbitro con poderes para los conflictos que tiene este país. ¡Me dedicaría a dar hostias a diestro y siniestro! Por tontos, por corruptos, porque además subordinan el bien común, el de todos, a sus intereses o de sus partidos… El término política está abaratado, se ha convertido en algo burocrático, para aplicar las leyes. ¡Desde cuándo no se hace política en este país!
¿Desde cuándo? Desde la Transición. Cuando se estrena algo la gente está como una moto. Y se creó el espejismo de que este país estaba destinado a cambiar, que la España eterna iba a dejar de ser eterna.
Es pesimista. ¡Cómo no voy a serlo! El mundo es tan malvado que cómo no va a ser uno pesimista. Pero hay tanta belleza a la vez y hay tanto bien aquí y allá que cómo no va a ser uno optimista.
Su último libro resucita al niño que fue. Sí, y aquel niño se siente un poco forastero en estos tiempos. Ya este no es mi mundo, mi tiempo ha pasado. Incluso mis filósofos, mis escritores, las personas a las que he querido, mis héroes, ya no están. Mi madre fue mi heroína, y murió hace un mes… Siento que estoy viejo, que estorbo.
Babelia
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