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El artista Juan Giralt y la generación silenciada del 60

El pintor madrileño es el protagonista de una gran antológica del Reina Sofía

'Cuadro de ciervos', realizado por Juan Giralt entre 2001 y 2002, que se exhibe en el Reina Sofía de Madrid.
'Cuadro de ciervos', realizado por Juan Giralt entre 2001 y 2002, que se exhibe en el Reina Sofía de Madrid.

La historia es muchas veces injusta. Nunca se acaba de saber bien por qué hay artistas que pese a su valía y al reconocimiento circunstancial acaban cayendo en el olvido más incomprensible. Ese injustificable silencio ha acompañado a una gran parte de los creadores nacidos después de la Guerra Civil y que en las décadas de los sesenta y setenta fueron los protagonistas de la raquítica vida cultural española. Uno de los grandes artistas de aquella etapa fue Juan Giralt (Madrid, 1940-2007). Desde hoy protagoniza una retrospectiva en el Museo Nacional Reina Sofía con 90 obras de sus diferentes etapas creativas. Comisariada por Carmen Giménez, permanecerá abierta hasta el 29 de febrero.

Hijo de una familia tradicional madrileña y pilarista hasta que fue expulsado por intentar quemar el colegio, Giralt decidió muy pronto dedicarse a la pintura. Republicano y de izquierdas sin militar en ningún partido, en sus primeros viajes por Europa (París, Londres, Amsterdam) toma influencias de la figuración expresionista del grupo Cobra y del Pop Art británico, con unas primeras obras llenas de color que recuerdan a las de su amigo Luis Gordillo. Con la mítica galería Vandrés como plataforma, pasa a formar parte del grupo de artistas compuesto esencialmente por el propio Gordillo, J. L. Alexanco, Darío Villalba, Zush, Mouliaá, Teixidor, Robert Smith, Elena Asins y Rodolfo Arrieta. Algunos sobreviven, otros no.

Tras la Transición

Carmen Giménez explica que después de la Transición había una consigna no escrita que asigna el inicio de la historia del arte contemporáneo en España con Miquel Barceló, José María Sicilia, Ferrán García Sevilla y pocos más. "Yo misma hablé de exponer a los artistas anteriores, de los sesenta y setenta, y se me decía que no, que eran historia pasada. Suena injusto, pero así fue. Podías exponer a Tàpies, Saura y pocos más. El salto era obligatorio", señala.

Giralt fue el artista del momento en los setenta Carmen Giménez, comisaria de la exposición en el Reina Sofía

El historiador y crítico Francisco Calvo Serraller indica en el catálogo de la exposición que antes del grupo de Juan Giralt hubo otras dos generaciones precedentes: en primer lugar, la de los supervivientes tras la Guerra Civil, nacidos a fines del XIX y comienzos del XX, a los que podríamos calificar como "vanguardistas históricos", la mayor parte de los cuales eran emigrantes en París y, luego, tras la guerra, los más jóvenes, simplemente exiliados, cuando no, silenciados. En segundo lugar, los llamados "niños de la guerra", nacidos después de 1925, incapaces de tomar partido durante aquel episodio, pero que asomaron la cabeza a partir de 1945; esto es: los que protagonizaron el cambio artístico ente la década de 1950, los informalistas y expresionistas abstractos que conectaron con la vanguardia internacional.

En medio quedaron artistas como Giralt que tuvieron que hacer su carrera casi en solitario. Giménez afirma que Giralt fue "el artista del momento en los setenta. Todo lo que exponía se vendía. En la galería Vandrés no sólo era uno de los artistas más importantes, sino que actuó de animador y reclamo de otros que, como él, defendían la pintura frente a cualquier otra manifestación artística. Ese amor por la pintura, también le jugó a la contra en unos años en los que algunos decidieron que ya no estaba de moda". La comisaria explica que la gran aportación de Juan Giralt consistió en "romper la pintura desde dentro del cuadro e incorporando palabras e imágenes que a veces tenían sentido y otras contribuían a la armonía visual de la obra".

Fidelidad sin amargura a sus convicciones

Su hijo, el escritor Marcos Giralt Torrente, en un bello texto incluido en el catálogo, habla de la determinación que acompañó al artista ante la indiferencia general: “Esa fortaleza, junto a la fidelidad sin amargura a sus convicciones estéticas que le hizo rehuir los atajos, no plegarse a caminos trillados que tal vez le habrían asegurado una proyección mayor, es el mejor legado que como creador me ha dejado. No fue fácil lo que hizo. Encerrarse en el estudio con brochas y telas mientras el mundo caminaba con sus alharacas y tentaciones en otra dirección. Y tampoco debió de serlo, superado el trance solitario, dar lo mejor de sí a una edad en la que otros se repiten y recogen frutos sembrados décadas atrás”.

En sus obras de los ochenta, Giralt aumenta el tamaño, pega o reproduce trozos de telas que recuerdan los adamascados de su admirado Matisse. A la comisaria Carmen Giménez estas piezas le traen reminiscencias de Roy Lichtenstein. El cierre de Vandrés y la transformación del mercado y del mundo del arte coincidieron con una crisis personal del artista. Viajó y realizó en Nueva York algunas exposiciones, pero ya no volvería a conocer el éxito de los setenta.

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