Derribos Arias, el accidente perfecto
Su vida, por trágica y enloquecida, ni siquiera podría ser albergada en una novela
Alejo Alberdi, miembro fundador de Derribos Arias junto al insustituible Ignacio Gasca Poch, sostiene que la palabra que mejor retrataba al grupo era caos. No solamente eran el caos, también se dedicaron a perpetuarlo a través de la música que hicieron durante los primeros años ochenta. Más allá de que quedara mejor o peor reflejada a lo largo de su discografía, su obra fue producto de la química, la que ingerían y la que generaban entre ellos. La primera es la que utilizaba Poch para atenuar el terrible destino al que estaba condenado por la enfermedad de Huntington que padecía. La segunda es la que –con ayuda de la primera– le mantenía creativamente unido a Alejo y sus otros compañeros de grupo, Juan Verdera y Manuel Moreno Paul. La metáfora sirve también como pobre explicación para referirse a prodigios sonoros tan perversos como Dios salve al lehendakari, Tupés en crecimiento o Lo que hay.
Poch y Alejo abandonaron su Donostia natal rumbo a Madrid en busca de nuevos horizontes creativos. Como consecuencia nacería en 1981 Derribos Arias, uno de los pocos grupos de la llamada movida que no tenía parangón ni en Madrid ni en ningún otro lugar de España. Según Alberdi, la mezcla de estilos ejercida sin autocensura les convirtió en algo especial que desconcertaba a los críticos. El productor Paco Trinidad elogiaba la capacidad de Poch para "sacarle el máximo partido posible a las ideas. Generaba una sensación que te empujaba a ser creativo". Poch y los derribos usaban frecuentemente la palabra aberrar, como si la única salida posible para el rock después del punk fuera esa, destruir los convencionalismos y seguir el ejemplo de otros –Suicide, Pere Ubu, Velvet Underground– que en su momento hicieron algo similar.
El camino del grupo fue errático porque no podía ser de otro modo. Sus dos primeros sencillos, Branquias bajo el agua y A flúor, ambos aparecidos en 1982, crearon un espacio sonoro propio, inventando algo que, insertado en una película de Cronenberg, podría ser denominado música pop. Sus directos también reflejaban ese caos, dando de sí conciertos legendarios y una energía malsana en perpetua transformación que, desgraciadamente, no pudo ser ni capturada ni plasmada en el único álbum del grupo, En la guía en el listín (1983). Jesús Ordovás lo definió perfectamente cuando afirmó que la discografía del grupo "recoge tan sólo una ínfima parte de lo que fueron en realidad".
Contemplada su historia desde la perspectiva que da el tiempo, imaginar una carrera lógica para Derribos Arias resulta una quimera. La personalidad de Poch, un tipo amparado en una personaje que hizo de la excentricidad su única arma ante lo que le el destino le deparaba, difícilmente posibilitaba otra cosa. Después de leer la historia del grupo contada por Carlos Rego en el libro Licencia para aberrar, da la sensación que la realidad de su vida, por trágica y enloquecida, ni siquiera podría ser albergada en una novela. En Inglaterra, Francia o Estados Unidos, sería constantemente venerado. España, país que solo se acuerda de artistas que suenan mucho en la radio, apenas parece interesada en recordarlo. Por eso mismo, la biografía de Rego, la primera que se escribe sobre una banda cuya historia debía ser contada para poder ser finalmente comprendida, resulta esencial. En dicho texto, Julián Hernández abunda en algo ya expresado en estas líneas: "No se parecían a nadie". Puede parecer redundante pero es una realidad que formó parte de la idiosincrasia de la formación. Ni siquiera llegaron a separarse oficialmente. Dejaron de existir allá por 1986, cuando Alberdi y Verdera desistieron de intentar controlar a Poch. Este falleció en 1998 a causa de la enfermedad que le marcó durante su vida y que no le dejó otro camino que hacer música perversa y fascinante.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.