Explosión de arte en Beirut
La Fundación Aïshti abre en la capital libanesa para albergar una colección de 2.500 obras, en plena ebullición de nuevos museos
Paseando por el edificio que acaba de erigir junto a un mar de un intenso turquesa, Tony Salamé observa lo que Nerval describió como uno de los más alucinantes panoramas del mundo, uno de esos lugares “donde el alma se ensancha, como para alcanzar las proporciones de tal espectáculo”. A su alrededor, se distinguen distintos estratos causados por una guerra interminable. Aparecen en edificios de paredes laceradas, separados por montañas de basura acumulada desde el verano, que los vecinos, hartos de esperar a que alguien se la lleve, se han puesto a quemar en plena calle.
En este Beirut lleno de irresistibles contradicciones, la Fundación Aïshti acaba de abrir sus puertas para albergar la colección de 2.500 obras de arte contemporáneo de Tony Salamé, propietario del imperio libanés de la moda que da nombre al museo. Esta fundación privada, calcada del modelo desarrollado en Europa por otros magnates del lujo como Miuccia Prada o François Pinault, ha encontrado sede permanente en un nuevo edificio del arquitecto británico David Adjaye: un gran rectángulo recubierto por una cenefa de acero rojizo que reinterpreta la celosía tradicional de la arquitectura árabe. “En este país donde nada funciona y nadie tiene reloj de pulsera, hemos logrado terminarlo en dos años y cuatro meses”, decía Salamé a pocas horas de la inauguración. “He querido devolver algo a esta comunidad que me ha dado tanto, y también mejorar la imagen de mi país en el extranjero. Con este museo, aspiro a que la gente que nunca ha puesto un pie en el Líbano se plantee venir”, añade.
Figuras de primer nivel
El mecenas no ha dudado en rodearse de figuras de primer nivel. La exposición inaugural corre a cargo del comisario Massimiliano Gioni, director del New Museum de Nueva York y responsable de la penúltima Bienal de Venecia. Gioni ha seleccionado cerca de 200 obras de autores como Lucio Fontana, Gerhard Richter, Daniel Buren o Giuseppe Penone, que conviven con jóvenes valores del arte contemporáneo, como Wolfgang Tillmans, Danh Vô, Sterling Ruby o Camille Henrot. El recorrido analiza cómo la cultura digital ha ejercido durante las últimas décadas una presión creciente sobre disciplinas clásicas como la pintura o la escultura.
Con vocación internacional
Estrellas y jóvenes astros. Masimiliano Gioni, director del New Museum de Nueva York, se encarga de la exposición inaugural. Ha seleccionado cerca de 200 obras de Lucio Fontana, Gerhard Richter, Daniel Buren o Giuseppe Penone, que coexisten con jóvenes astros del arte contemporáneo, como Wolfgang Tillmans, Danh Vô, Sterling Ruby o Camille Henrot.
Artistas del mundo árabe. La muestra incluye obras de siete artistas libaneses, entre los que figuran Mona Hatoum, Walid Raad y Etel Adnan, a quienes no les importa estar en minoría.
A Salamé y a Gioni no les interesó centrarse en la escena local, como muchos esperaban. Y, por ello, han recibido críticas. “Nunca quisimos hacer algo específicamente libanés”, confirma el comisario. “El arte es un vehículo para conocer qué sucede en otros lugares. Igual que el arte libanés está presente en todas las bienales del mundo, es importante traer a artistas internacionales que nunca han sido vistos en Beirut”, añade. A los siete artistas libaneses expuestos en la muestra —entre ellos, Mona Hatoum, Walid Raad y Etel Adnan—, no parece importarles no ser mayoría entre las 200 obras expuestas. “Creo que es más interesante analizar cómo el lugar se beneficia de la obra y viceversa. No es lo mismo ver a Fontana en Nueva York que en Beirut”, afirmaba el joven autor Rayyane Tabet, también expuesto en Aïshti.
Pese a la explosiva situación en la región y a la inestabilidad creciente en el país, que lleva un año sin presidente y con un Gobierno inoperativo, la ciudad vive un gran momento de ebullición cultural. Tras pasar ocho años cerrado, el Museo Sursock, que posee una inmensa colección de arte libanés, del siglo XVIII a la actualidad, reabrió a mediados de octubre en una elegante mansión del barrio cristiano de Achrafieh. En la zona portuaria acaba de inaugurarse Marfa, una nueva galería dedicada al arte contemporáneo. “Somos un país pequeño, pero el interés por el arte no deja de crecer. El problema es que tienes que hacerlo todo tú solo. Nadie te va a ayudar, porque tenemos problemas más importantes”, sonríe la galerista Joumana Asseily.
Otros proyectos
El escritor libanés Elias Khoury señaló una vez que cada vez que la ciudad muere, sus habitantes la levantan de entre los muertos, “incluso contra su voluntad”. Otros proyectos culturales surgidos de la iniciativa privada confirman sus palabras. Un museo arqueológico proyectado por el arquitecto Renzo Piano tendría que ver la luz en 2018. Poco después llegarán Beirut Contemporary, gran museo de arte contemporáneo que expondrá a autores del mundo árabe, y la Fundación Saradar, que mostrará la colección contemporánea perteneciente al banco libanés homónimo.
La nueva Cinemateca de Beirut, impulsada por artistas como Khalil Joreige y Joana Hadjithomas, debería abrir sus puertas a finales de 2017. Su principal promotora es Hania Mroué, que dirige el único cine de arte y ensayo en la ciudad. Opina que este nuevo paisaje refleja “un entusiasmo y una demanda creciente por parte de artistas y ciudadanos”, pese a que considere que proyectos como la Fundación Aïshti no se dirigen “al público general, sino a una élite”.
El propio emplazamiento de la pinacoteca ha despertado suspicacias. Sus salas se encuentran dentro de un gran centro comercial de 35.000 metros cuadrados que ha costado 91 millones de euros, repleto de tiendas de lujo, una librería, distintos restaurantes y un spa. “Nunca he visto nada parecido. Es sintomático de lo que se ha convertido el arte: un negocio como otro cualquiera. Por lo menos, me parece honesto”, ironiza el cineasta Ghassan Salhab.
En cambio, el artista Akram Zaatari, cuyas obras forman parte de la colección de Aïshti, le resta importancia. “Muchos temen esa proximidad entre arte y moda. Temen que dé la sensación que adquirir arte es como ir de compras. Son cuestiones legítimas, pero no le restan magnitud y valentía a este gesto”, sostiene Zaatari, surgido de la escena libanesa de los noventa. “Por aquel entonces, muchos artistas creaban sus propios espacios para exponer su trabajo. Trabajaban sin financiación y sin mercado. Muchos idealizan esos tiempos, pero esos días han terminado y no es posible revivirlos”, sentencia.
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