Regreso a la casa de Bernarda Alba
El Ayuntamiento de Valderrubio compra y restaura la propiedad que inspiró el drama
Sobre las paredes de cal blanca, los azulejos originales y la techumbre con restos de azul quizás queden restos de la prisión interior teñida en luto de sus hijas. También de las condenas que Bernarda, trasunto en ficción de la real Frasquita Alba, lanzaba ante las ansias de venganza de gran parte del pueblo de Asquerosa, hoy Valderrubio (Granada), cuando una aterrorizada madre soltera era sometida a linchamiento por haber parido y matado a un hijo: "Que pague la que pisotea su decencia. ¡Matadla! ¡Matadla!".
Dentro de un tiempo, si el Ayuntamiento de Valderrubio consigue suficientes fondos —un total de 500.000 euros— para su proyecto, quizás podamos al atravesar la puerta, rememorar o imaginar el ambiente de opresión que llevó a Federico García Lorca a escribir La casa de Bernarda Alba con base rotundamente real. Restos de una frígida moral que se ahogaba y se pudría en suspiros de libertad abortados o se transfiguraba en rencor de mieles caducas.
Fue el drama que más caro le costó. La inspiración no le vino del cielo, sino de la tierra y del pozo medianero que compartían en el pueblo, pared con pared, sus tías y la familia de Frasquita Alba. Así se lo confesó el poeta al entonces embajador chileno, Enrique Morla Lynch, que tuvo el privilegio de escuchársela entera, de viva voz, cuando Federico se paseaba con el manuscrito por todo Madrid en 1936: "Hay, no muy distante de Granada, una aldehuela en la que mis padres eran dueños de una propiedad pequeña. En la casa vecina y colindante a la nuestra vivía una viuda de muchos años que ejercía una inexorable y tiránica vigilancia sobre sus hijas solteras. Prisioneras privadas de todo albedrío, jamás hablé con ellas, pero las veía pasar como sombras, siempre silenciosas y siempre vestidas de negro. Ahora bien, había en el confín del patio un pozo medianero, sin agua, y a él descendía para espiar a esa familia extraña cuyas actitudes enigmáticas me intrigaban. Y pude observarla. Era un infierno mudo y frió en ese sol africano, sepultura de gente viva bajo una férula inflexible de cancerbero oscuro. Y así nació La casa de Bernarda Alba, en que las secuestradas son andaluzas, pero como tú dices, tienen quizás un colorido de tierras ocres mas de acuerdo con las mujeres de Castilla".
Los Alba, los Roldán y los García eran las familias pudientes de la Vega granadina. Que un descendiente de aquel triunvirato terrateniente pusiera en solfa las vergüenzas de los demás no sentó bien. Les unían conflictos de negocios y lindes, pero también parentescos. De Federico, además, les separaban unas fuertes convicciones tradicionalistas frente al lejano cosmopolitismo y los rumores de homosexualidad que acompañaban al poeta. Así que para las familias contrincantes, el conocimiento de que había escrito un drama tan directamente inspirado en sus vidas, les hizo levantar el hacha de guerra. Hasta el punto de alentar su asesinato.
Hoy, aquellas rencillas sangrientas se han ido curando en Valderrubio. Paqui Blanco, la alcaldesa (PSOE), se ha empeñado en cerrar una herida aún supurante. "La casa de Bernarda Alba se estrenó en este pueblo en 1996. Era un tabú", asegura. Tras ocho años de conversaciones con la familia descendiente de los Alba, les ha convencido finalmente para que vendan la propiedad y convertirla en un centro cultural. El Consorcio de la Vega y de Sierra Elvira, que une a 28 ayuntamientos, se ha hecho con ella y planea un proyecto cultural que, liderado por la actual alcaldesa, "debe servir como ejemplo de reconciliación".
Hasta la fecha han gastado 170.000 euros en la adquisición y 49.000 en la reforma del medio millón que podría llegar a costar la iniciativa. Las obras se encuentran en pleno apogeo, pero una rápida visita dentro de sus muros todavía cerrados muestra los restos de la materia real en la que se inspiró Federico: el pozo medianero, el patio interior, tres habitaciones contiguas, las puertas, los suelos originales, los atrojes donde se almacenaba el grano…
Valderrubio es hoy un pueblo llano, con calles largas, trazado en líneas anchas, donde el rumor de un niño alegre como era Lorca, se estampa todavía en sus aceras y acequias con una memoria de habitantes que, de tan reales habitan transmutados en leyenda y con toda su fuerza en los territorios de la ficción.
Pepe el Romano existió
Los lugareños recuerdan los visos auténticos de Frasquita Alba, certifican que Pepe el Romano, ese pretendiente que no aparece pero desata la tragedia, existió. El deseo… Que aquella mujer, en realidad, se quedó viuda, pero que rompiendo varios esquemas, se volvió a casar. Que no era tan mala como la pintan, pero sí rígida y austera. Y que una de sus hijas, Angustias, efectivamente, se casó con Pepe el Romano. Que también murió, pero no matándose, como Adelita, sino a causa de un mal parto.
El humo de la realidad es la materia que los creadores ingieren del aire para convertirla en ficción. Muchas veces, pocos comprenden ese juego y lo hacen pagar. Algo así le ocurrió a Lorca con sus vecinos.
La obra que García Lorca nunca vio
La casa de Bernarda Alba fue el último drama escrito por Federico García Lorca. Nunca lo vio representado. Pero él jamás se cansó de darle vida. El músico Alfredo Salazar también fue testigo de sus lecturas: "Federico leía su obra a todos sus amigos dos o tres veces cada día. Cada uno de los que llegaban y le rogaban que le leyese el nuevo drama lo escuchaba de sus labios en acentos que no hubiese superado el mejor trágico".
Estaba concebida para Margarita Xirgu. Fue ella, con su compañía quien la estrenó en Buenos Aires en 1945. A España, pese a sus tremendas embestidas contra toda una idiosincrasia amedrentada por el encierro, llegó más bien pronto. Fue estrenada con un éxito inmediato en Madrid en 1950, con Amparo Reyes como protagonista, seguida en 1964 de otra versión dirigida por Juan Antonio Bardem, en la que Cándida Losada encarnaba a Bernarda.
Hoy es un clásico indiscutible y todavía impactante, todo un fresco de lo que en algún momento demasiado largo ha sido el país en que nació, con claros restos que martillean la memoria colectiva. Su obsesión por reflejar la tragedia y el lenguaje rural con un tratamiento poético, la convierte en insólita.
Ese fue el aliento que le llevó a marcar época. Algo que desesperadamente, el propio Lorca explicaba así el mismo año, 1936, que la había terminado: "Tengo un concepto del teatro en cierta forma personal y resistente. El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y, al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre. Han de ser tan humanos, tan horrorosamente trágicos y ligados a la vida y al día con una fuerza tal, que muestren sus traiciones, que se precien sus olores y que salga a los labios toda la valentía de sus palabras llenas de amor o de ascos".
Babelia
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