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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La genialidad intermitente

Paul McCartney fue pionero en ahondar en la contracultura de los 60

Diego A. Manrique

Es El Simpático Profesional: un tipo siempre risueño, cordial, bromista. Y generoso en sus conciertos, tras asumir en 1975 que alguien debería mantener vivo el repertorio de, ya saben, su antigua banda.

Ese caparazón amable esconde: 1) un businessman acerado; 2) un jefe controlador; 3) una estrella altamente competitiva. Paul lleva décadas combatiendo ese estigma del beatle blandito, del artista para todos los públicos. Es un perfil incompleto, insiste: fue el primero en sumergirse en la contracultura de los 60, el pionero en la experimentación sonora…

Probó con bandas sonoras (The family way, 1966), debutó como solista tocando todos los instrumentos (McCartney, 1971), publicó discos bajo seudónimos (Thrillington, 1977), factura música electrónica con Youth. Ha firmado varias obras sinfónicas, aunque hay dudas legítimas sobre su verdadera participación en esos proyectos.

Adicto al escenario, mantuvo una banda (Wings) durante los años 70, con músicos contratados (y pagados con tacañería, aseguran los interesados). Para grabar, prefería lugares lejanos, buscando la aventura; estando en Lagos (Nigeria), le asaltaron unos ladrones y McCartney se libró por los pelos de ser agujereado. ¿Hay que decirlo? A veces se comporta estúpidamente (y no sé si sirve la excusa de “Paul fuma demasiados porros”). Entre sus meteduras de pata: llevarse un cuarto de kilo de marihuana a Japón, país nada tolerante con las drogas. Tras nueve días de encierro, su excusa fue antológica: “Era yerba demasiado buena para tirar por el retrete”. Sin olvidar su catastrófica relación con Heather Mills, un matrimonio que desaconsejaron amigos y familia.

Y patinazos como convertir en película un guión endeble, Give my regards to Broad Street. Nadie quiso financiarlo y finalmente lo hizo él, perdiendo millones. Aquel fiasco confirmaba lo que temíamos: en McCartney SL todo el mundo dice “sí, señor”.

No funciona el control de calidad. No existe un contrapeso, a lo Lennon, que compense su atracción hacia lo gracioso, la monería, lo insustancial; pudo ser Elvis Costello, pero el emparejamiento solo duró un álbum (Flowers in the dirt, 1989). En general, McCartney prefiere las citas en la cumbre, las breves colaboraciones con superestrellas tipo Stevie Wonder, Michael Jackson, Kanye West.

No es tonto: sabe que necesita tensión creativa en el estudio. Ha probado con Hugh Padgham, Phil Ramone, Julian Mendelsohn, David Kahne, Nigel Godrich, Tommy LiPuma. En general, esos productores de gama alta se achantan: es Paul McCartney y ¿quién se atreve a llevarle la contraria? El gato sigue sin cascabel.

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