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DANZA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Acerca de ‘Las bodas de Camacho’

Ballet 'Don Quijote'.
Ballet 'Don Quijote'. Jaime Villanueva

Tras la buena acogida del programa miscelánea de la semana pasada del Ballet Nacional de Cuba (donde brilló y sorprendió especialmente la Carmen encarnada con notorio refinamiento por la primera bailarina Sadaise Arencibia), le ha llegado su noche y su turno estelar a Viengsay Valdés en el estreno de Don Quijote, pues este es evidentemente su título bandera y donde despliega toda su pirotecnia y virtuosismo, a la vez que mueve los resortes para encandilar al público, algo que el personaje de Kitri (o Quiteria) admite con agrado.

Fue Don Quijote el último de los grandes títulos que entró en el repertorio del BNC, en 1988, y desde entonces, ha recibido pequeñas modificaciones que en algunos aspectos redondean el producto y en otros no, si bien, como pasa con todos las producciones cubanas, las danzas de carácter se sienten hoy día un poco deslavazadas, fuera de su eje estilístico, que es ruso. No puede olvidarse que estamos ante un esquema peculiar de la España rusa (definición muy acertada del compositor y musicólogo Asáfiev) a través de un largo, complejo y ecléctico proceso de adiciones y cambios estructurales pero donde, mal que bien, las características de ese estilo rampante y algo expeditivo se han ido sosteniendo en una progresión favorecida por el pulimento de la técnica misma del ballet. Explica Vadim Gayevski que en la redacción original de Petipa (1867) “la naturaleza teatral era más notable que en la redacción de Gorski, hoy ampliamente conocida”, y es que lo que se baila hoy en todo el orbe, es herencia y desinencia precisamente de Gorski (que hizo dos versiones bastante diferenciadas de Don Quijote, donde incluyó músicas que aún se oyen hoy de Anton Yulévich Simon y de Pyotr Oldenburgski, entre otros), si lo pensamos un poco, primer moderno previo a Fokin, como asegura Gavrilóvich en su estudio. Hay mil ejemplos dentro de esta literatura coréutica, desde el baile de los puñales del primer acto (proveniente de un ballet anterior de Petipa: Zoraya) hasta el pastiche de la taberna (suprimido en la versión cubana, pero no toda su música) que es creación de época soviética; hasta alguna danza tabernaria fue específicamente ideada para Nina Anisimova (su primer gran éxito fue Una boda andaluza con música de Chabrier), especializada en “lo español”. La estética, la plástica españolizante y esquemática, es la que nos legaron Korovin (habitación del Quijote) y Golovin (la plaza de Barcelona), por citar dos decorados que permanecen.

DON QUIJOTE

Ballet Nacional de Cuba. Coreografía: A. Alonso, M. García y M. E. Llorente (sobre la original Petipa/Gorski); música: Ludwig Minkus. Teatros del Canal. Hasta el 4 de octubre.

Notable es también la ejecución de Estheysis Menéndez como Reina de las Dríadas en el segundo acto en cuanto gusto y musicalidad, y vigorosos la Mercedes de Jessie Domínguez y el torero espada de Dani Hernández. La indiscutible heroína fue Viengsay Valdés, acompañada por Víctor Estévez en el papel de Basilio el barbero. Valdés exhibió aplomo y dominio en equilibrios que parecían no tener fin y en giros múltiples, dotando a su actuación de un cierto gracejo particular y animoso. El segundo acto, con sus dos escenas (campamento de los gitanos y sueño de las dríadas) fue el mejor en cuanto presentación de conjunto.

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