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La ciencia gana su primer Premio Nacional de Ensayo

El físico y académico es galardonado por 'El mundo después de la revolución: la física de la segunda mitad del siglo XX'

Vídeo: BERNARDO PÉREZ
Javier Sampedro

No es fácil ver a José Manuel Sánchez Ron sufriendo un ataque de euforia, y ayer tampoco lo tenía. “Me agrada”, fue lo más fogoso que comentó sobre el Premio Nacional de Ensayo que acababa de recibir. Pero bueno, al menos no piensa rechazarlo. Es la primera vez que un jurado de ese valioso galardón se acuerda de la ciencia en sus deliberaciones. Mucha gente culta parece pensar, de hecho, que la ciencia es lo contrario del pensamiento, y que ensayos científicos son los que hacía Mengele. “Siento cierto orgullo institucional”, dice el autor con su proverbial propensión al exceso verbal. Si el jurado quería verle jubiloso, ha tirado a la basura 20.000 pavos.

Físico, historiador, docente, editor científico, escritor luminoso y académico de la RAE, Sánchez Ron (Madrid, 1949), ha dedicado su vida a la ciencia desde cualquier ángulo que pueda mirar a su biografía rebosante. Desplegar toda esa actividad febril y diversa debe de ser imposible sin estar movido por la pasión, la pasión por la ciencia en su caso, pero este ensayista dispone además de otro poderoso motor: la convicción íntima de que sin la ciencia no se puede entender nada. Ni la política ni la economía, ni el arte ni la historia. Nada.

“Nuestra sociedad es prácticamente una hija de la física cuántica”, dice. “Es radicalmente imposible entenderla sin el transistor y el chip, el láser y el máser, los rayos X, la medicina nuclear y la resonancia magnética, la computación y la algorítmica, el GPS y la web”. Le cito también el ejemplo de la bomba atómica, y está de acuerdo, pero le gusta menos. Desde aquella portada de Time en que Einstein encendía una cerilla y salía de su pipa un hongo nuclear, el ejemplo resulta molesto o contraproducente. También el sol brilla gracias a la energía nuclear, no lo olvidemos.

Lecturas minoritarias

Rechaza cortésmente, mientras está hablando con este diario, una llamada del gran editor Gonzalo Pontón. Junto a él y a Carmen Esteban, Sánchez Ron convirtió la colección Drakontos de Crítica en la referencia obligada de la divulgación científica en español. Pero ahora Pontón está en la competencia, al frente de su propia editorial, Pasado y Presente. Cuando se lo hago notar, se disculpa diciendo: “Es que es el editor de mi libro”. Se refiere al libro premiado con el Nacional de Ensayo (El mundo después de la revolución: la física de la segunda mitad del siglo XX): este es un mundo pequeño en verdad.

Estas colecciones, como la Metatemas de Tusquets dirigida por Jorge Wagensberg, están dirigidas al lector general. Pero lo general que pueda ser ese lector es objeto de debate. Sánchez Ron sabe que cualquier título de divulgación científica vende en España 3.000 ejemplares, y que esto significa probablemente que hay 3.000 personas que compran todo lo que sale, y una aplastante mayoría —redondeando, el 100% de los lectores— que no compran jamás ninguno. “El lector de ciencia no es mayoritario”, reconoce. “Hay títulos que se convierten en best sellers, desde luego, pero no creo que eso sea ciencia, honestamente; no voy a dar nombres”. Así que yo tampoco.

Sánchez Ron forma parte del exiguo grupo —de tres, para ser exactos, o de cuatro si contamos al arquitecto— de académicos de la RAE que se ocupa de gestionar el flujo abrumador y creciente de términos científicos y técnicos que llaman cada día a las puertas del español no ya para uso y abuso de pedantes, informáticos y economistas, sino con una legítima aspiración a medrar en el lenguaje común. Un ejemplo clásico es el “giro copernicano”, uno más reciente es el “agujero negro”, y tal vez el último es el ADN, pero en plan “esto está en el ADN del Atleti”.

“El mero hecho de que me invitaran a la Real Academia quiere decir que son sensibles al papel creciente que tienen los términos científicos y técnicos en el lenguaje común”. La bióloga molecular Margarita Salas y el médico Pedro García Barreno comparten con el físico la tarea hercúlea de ir incorporando estos términos al diccionario. Cuando no llegan a tiempo, los jóvenes los adoptan en inglés y santas pascuas. Así evolucionan los lenguajes: mal, las más de las veces.

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