Penosa flojedad, docilidad perruna
Fracasaron los toros de El Pilar-Moisés Fraile y solo López Simón pudo cortar una oreja
La corrida se anunció como un mano a mano cuajado de expectación, pero entre los toreros, el ganadero, la empresa y la presidenta, con la ayuda inestimable del público y la banda de música, se la cargaron. Hicieron el paseíllo dos toreros de moda, revitalizados a lo largo de una exitosa campaña, eligieron una ganadería comercial, el ganadero escogió los toretes más bonitos que tenía en el campo, los aprobó la autoridad y el público se hartó de aplaudir.
Pero todo fue un engaño, una estafa, un desastre y un espantoso ridículo de cuantos algo tuvieron que ver con tan bochornoso espectáculo.
La corrida, en general, estuvo muy mal presentada, inválida en mayor o menor grado toda ella, descastada y mansa. Un regalo. Noble, sí, dócil como un perrito, al estilo de todas las ganaderías apetecidas por las figuras, pero incapacitada para el toreo que encierre unas gotas de emoción.
Error mayúsculo, pues, de los dos toreros, que se estrellaron ante toros sin sangre en las venas, pura carne fofa y mustia, en estado comatoso. Pero la banda de música no cesó de tocar sin causa justificada y el público de aplaudir como si estuviera viendo a Belmonte y Joselito en tarde de gloria.
El Pilar-Fraile/Escribano, López Simón
Toros de El Pilar-Moisés Fraile, -el primero, como sobrero-, anovillados, inválidos, descastados y nobles.
Manuel Escribano: estocada tendida (silencio); casi entera (ovación); estocada (ovación).
López Simón: estocada (vuelta); estocada (oreja);dos pinchazos y media baja (ovación).
Plaza de la Maestranza. Primera corrida de la Feria de San Miguel. 26 de septiembre. Tres cuartos de entrada.
Pues, no; no hubo gloria ni nada que se le pareciera, a pesar de la oreja que cortó López Simón, entregado como su compañero, pero sin posibilidades de lucimiento verdadero.
Para empezar, sucedió algo muy extraño: Escribano esperó a su primer toro de rodillas en los medios; sale el animal con andares beodos, pasa por allí como quien no quiere la cosa y, de pronto, se despanzurró en el albero; se levantó a duras penas y ya no pudo mantener la verticalidad, se derrumbó varias veces y fue devuelto. ¿Qué le pasó a ese toro? Extrañísimo comportamiento el suyo.
El sobrero fue una piltrafa, y el torero trató vanamente de justificarse; el tercero, inválido como sus hermanos, fue muy protestado, pero se quedó en el ruedo. Se le caía la cara de bondadoso, pero no podía con un alfiler. Algún natural dibujó Escribano en una labor desdibujada por la ausencia de ánimo de su oponente.
Lo intentó de veras ante el quinto, de la misma especie, con escaso recorrido y nula casta, pero sus muletazos no movieron la pasión de los bullangueros espectadores, dispuestos a aplaudirlo todo. Tanto es así, que ovacionaron con alto interés par de banderillas olvidables, puyazos inexistentes y muletazos insufribles, pero así está la fiesta, incluso en esta plaza, otrora sabia.
La música sonó con fuerza y de manera inexplicable en la primera faena de muleta de López Simón ante un animalito insufrible, con el que el diestro hizo alardes de valor ante un proyecto de cadáver. Su labor careció de intensidad, no le concedieron la oreja que algunos pidieron tras una buena estocada y se marcó una vuelta al ruedo barata, barata.
Sí paseó un apéndice del cuarto, (otra vez, la banda, tachán, tachán), que se mantuvo en pie, y su matador mostró quietud y entrega en una labor con altibajos. Mató bien otra vez y de ahí vino lo de la oreja con escaso peso.
Y el festejo se cerró con el más complicado; el sexto acudió al caballo con menos tristeza, pero puso en apuros a la cuadrilla y llegó al tercio final con serias dificultades para el torero. López Simón aguantó miradas de poco amigo y mostró que el valor es de sus cualidades esenciales. El público se emocionó ante la bronquedad del animal y la entrega del torero y trazó derechazos estimables. Marró con la espada
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