El rencor de las ovejas ahogadas
En 'Una sensación extraña', Pamuk enfoca a un hombre, una megápolis y a un país
Orhan Pamuk, siguiendo la consigna de que la novela es el relato de la vida privada de las naciones, cuenta la historia de Mevlut, un vendedor ambulante de boza —bebida de baja graduación—, que llega a Estambul a comienzos de los sesenta procedente del pueblo. El desarrollo urbanístico de Estambul se dibuja a través de la trama de aprendizaje de un contrapícaro, un muchacho que emigra, alentado por los cantos de sirena capitalistas, y solo logra corroborar el peso de su propia extracción social y la falsa fábula del hombre hecho a sí mismo. Mevlut asiste melancólicamente a la extinción de su mundo. Los vendedores de boza y yogur desaparecen, y especuladores y caciques, mafiosos paternalistas, aprovechan las leyes de amnistía catastral para ir acumulando suelo. La extensión de la ciudad necesita de explotadores y explotados, ricos y pobres, fachas —así los llama el narrador—, turcos y kurdos, religiosos —alevís, chiíes, suníes…— y laicos, de hombres y mujeres, cuyas pequeñas historias melodramáticas nos familiarizan con los usos amorosos de la Turquía de la segunda mitad del siglo XX: las cartas que Mevlut escribe a Rayiha, hija del Cuellitorcido, pensando que en realidad es su hermana Samiha, el engaño de Süleyman, la fuga y la felicidad con la mujer equivocada amenizan eróticamente el gran relato de la transformación urbana poniendo de manifiesto que las grandes cosas no se entienden sin las pequeñas, pero también que no todo cae del lado de la homogeneidad humanista. Más allá de lo universal, importan paisaje e historia: el ser humano es su territorio e incluso, entre las colinas chabolistas de Kültepe y Duttepe donde comen los mismos alimentos y ven los mismos programas de televisión, existen diferencias políticas irreconciliables.
Pamuk enfoca a un hombre, una megápolis y un país, y vulnera la equidistancia exigida a la literatura tomando partido y asumiendo el riesgo de buscar la verdad de la historia sumada a la verosimilitud de la narración. Los muertos siempre terminan siendo izquierdistas de toda índole con un recuerdo especial para los comunistas torturados tras el golpe militar del 12 de septiembre. Con la insistencia de estar narrando hechos reales, escribe Pamuk (¿testigo?, ¿autor?, ¿narrador?): “En esa noche pura e infinita, como en los viejos cuentos, ser turco era un sentimiento mucho mejor que el de ser pobre”. La nación como placebo de la clase. Esta reflexión, terrible y pasoliniana, tan propia del prisma compasivo de un Pamuk que sin dejar de abordar la frontera entre una Turquía europeizada y una autóctona, en este libro indaga en las formas de vida de los pobladores menos privilegiados, nos ayuda a entender por qué la gente desfavorecida a veces es reaccionaria. Como los primos de Mevlut, adoradores de Bruce Lee, anticomunistas, ultrarreligiosos y dispuestos a abrirle la cabeza al “enemigo”. Un narrador editorial hace recomendaciones al lector sobre su proceso de lectura —“Vuelva a la segunda parte”— y se erige en compilador de testimonios. De la biografía de Mevlut se derivan centrífugamente las voces de un corte de la sociedad estambulita —arribistas y perdedores— y el modo dramático —personajes que dan su versión de los hechos— “democratiza” un relato regido por una sola mirada que selecciona y decanta las fuentes por medio de una forma de invención inseparable de la observación. De ahí la insistencia del narrador en la “verdad” no solo como procedimiento para construir la ilusión de la verosimilitud. Las voces se contestan y se complementan, y la mirada editorial (¿autorial?) muestra una gran sensibilidad hacia los débiles: los pobres que no son capaces de cumplir su sueño de emprendimiento porque la igualdad de oportunidades no existe. Sobresale la delicadeza con que el narrador penetra en el mundo velado de un gineceo de recias trabajadoras. Su punto culminante es el alegato de Vediha, la mayor de las hijas del Cuellitorcido: “¿Es justo que…?”.
La trama de aprendizaje de Mevlut, abocada a la desilusión pese a que la novela rezuma el optimismo del gozo de narrar, oscila entre una pasividad no culpable y el rencor de unos ojos que el protagonista reconoce en las ovejas ahogadas en el Bósforo después de un terrible accidente. Pensamos hasta qué punto somos responsables de nuestra existencia. Hasta qué punto, dejando al margen la cobardía, podemos hacer. Queda “esa sensación extraña” que titula el libro: la que Mevlut siente cuando descubre que la mujer con quien se está fugando no es la mujer de la que se había enamorado; la de las contradicciones, los celos al ver cómo la esposa amamanta a la hija; la de que la suerte nos juegue malas pasadas que terminan siendo buenas y no se separan de lo previsible; o la de que los sueños no coincidan con la realidad y en ese desnivel no habite solo la amargura, sino cierta alegría nunca desmesurada pero agradable. La de vivir y amar. Una estupenda novela.
Una sensación extraña. Orhan Pamuk. Traducción de Pablo Moreno González. Literatura Random House. Barcelona, 2015. 636 páginas. 23,90 euros (digital, 11,99)
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