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Cataluña mínima

Jordi Canal consigue explicar la historia de una comunidad histórica con normalidad, anteponiendo el rigor a la manipulación, en menos de trescientas páginas

El presidente de la Generalitat Francesc Macià proclama la República Catalana en 1931.
El presidente de la Generalitat Francesc Macià proclama la República Catalana en 1931.

En estos momentos de confusión que vivimos (con el 27 de septiembre a la vuelta de la esquina), hay que saludar el singular logro que supone entregarnos una completa y documentada historia de Cataluña en menos de trescientas páginas de formato reducido. Escrita por un historiador catalán vinculado a la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, el éxito consiste en algo que pudiera parecer muy simple: explicar la historia de una comunidad histórica con normalidad, anteponiendo el rigor a la manipulación y “la historia crítica a la historia pública”, una tarea semejante a la que hace unos meses llevara a cabo Roberto Fernández (el rector de la Universidad de Lleida) con su excelente monografía Cataluña y el absolutismo borbónico. Historia y política (Crítica, 2014), igualmente merecedora de la máxima divulgación.

La Historia mínima nos lleva de la mano a través de todos los hitos de la historia política, económica, social y cultural de Cataluña, desde los primeros tiempos hasta el pasado mes de agosto de 2015. Así desfilan ante el lector la Marca Hispánica (o extremo sur del imperio carolingio en los siglos IX y X en las tierras que serán la Catalunya Vella), la aparición de Cataluña (“una entidad particular que requería tener un nombre” en el siglo XII tras incorporar la Catalunya Nova), la unión dinástica con el reino de Aragón (también en el siglo XII), la conquista de Mallorca y Valencia (siglo XIII), la expansión por el Mediterráneo (siglos XIII y XIV), la crisis bajomedieval (siglo XV), la unión dinástica de la Corona de Aragón con Castilla (fines del siglo XV), la inserción de la Corona de Aragón en la “monarquía compuesta” de los Austrias y de los Borbones (siglos XVI-XVIII), la convivencia en el seno del Estado-nación de España (siglo XIX), la proclamación de un “Estado autónomo dentro de la República española” (1931), la Guerra Civil (con sus secuelas: derrota, exilio, sometimiento, represión), la resistencia antifranquista (con el PSUC, el partido de los comunistas catalanes, como “principal referente opositor”), la restauración de la Generalitat (1977) y la sucesión de Gobiernos autónomos hasta nuestros propios días, en que hay abierto un proceso independentista que busca su refrendo en las próximos elecciones.

Dentro de esta narrativa lineal, el autor no rehúye ninguna cuestión polémica, sino que abre ventanas al tratamiento de temáticas específicas, como puede ser la utilización de los signos de identidad: el himno de Els segadors (incorporado por el Orfeó Català en 1892) la senyera (ya presente en el Cant de la senyera de 1896), la Diada del 11 de septiembre y sus diferentes lecturas, el Barça (y su carga simbólica de ser “més que un club”) o incluso la nova cançó y su contribución a la difusión de la maltractada lengua catalana.

Especial interés presentan la discusión del sentido de la unión dinástica de los Reyes Católicos, de las motivaciones del Corpus de Sang de 1640 o de la Guerra de Sucesión con su secuela de sustitución de un sistema político tradicional por un absolutismo centralista, pero que conllevaba al mismo tiempo los beneficios de un reformismo ilustrado que permitió (o propició) el gran crecimiento económico del siglo XVIII (ya estudiado magistralmente por Pierre Vilar): agricultura intensiva, auge de la industria, expansión de los intercambios, aprovechamiento de las oportunidades americanas (nunca vedadas por cierto a Cataluña).

A finales del siglo XIX y principios del XX se produce un salto cualitativo en la evolución de la conciencia nacional catalana o, incluso más apropiadamente, aparece la idea de Cataluña como una nación enfrentada a un “Estado español artificial y prescindible”. El autor señala cuatro elementos fundamentales: una coyuntura favorable, el descontento con la construcción del Estado-nación español, la existencia de una élite dirigente y la presencia de unas “tradiciones, conciencias, realidades, experiencias y señas de identidad”, elementos todos ellos que habían sido puestos de manifiesto por la corriente de la Renaixença y su valoración de la lengua y de la historia de Cataluña.

Es esta realidad la que hoy día no puede soslayarse ni minusvalorarse. Pese a que Cataluña es una sociedad mestiza (donde se lee por igual a Montserrat Roig y a Manolo Vázquez Montalbán y donde Lluís Llach convive con Miguel Poveda), no menos cierto es que existe un profundo sentido de identidad diferenciada. De ahí que, como concluye Jordi Canal, el proceso independentista no pueda ser despachado simplistamente (aunque ambos datos sean ciertos) enfrentando los errores del Gobierno catalán (que ha disimulado con el rearme nacionalista su política de recortes y de corruptelas) a la parálisis y el cerrilismo del Gobierno español del Partido Popular. Sin duda habrá que buscar (y pronto) una solución verdaderamente imaginativa.

Historia mínima de Cataluña. Jordi Canal. Turner. Madrid, 2015. 298 páginas. 14,90 euros.

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