Oído al hombre
El nuevo libro de cuentos de Eduardo Halfon se mueve entre el altiplano guatemalteco y los campos de concentración para rastrear sin dramatismos los azares de la identidad
La naturalidad, no exenta de desasosiego, con que la narrativa de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) indaga en la identidad (el narrador es siempre el propio escritor) obedece a un dilatado proyecto del que Signor Hoffman es, de momento, la última aportación. Con El boxeador polaco (2008), La pirueta (2010) y Monasterio (2014), este indeterminado escritor guatemalteco de origen judío viene trazando un ámbito moral de geografía cambiante cruzado por el problema de la pertenencia inestable a un país (“me resulta difícil convencer a las personas, incluso convencerme a mí mismo, de que soy guatemalteco”) y el crédito a una intrincada genealogía familiar, de ascendencia libanesa y polaca, representada por su abuelo, que sobrevivió al Holocausto. Los cuentos de este libro, extrañamente magníficos, escritos con una prosa bien destilada, de una emotiva sencillez, se dirían variaciones que proponen la dificultad de agotar los temas universales. Pues no deja de sorprender de qué modo Eduardo Halfon consigue renovar asuntos tratados en innumerables ocasiones, de los que el lector puede sentirse empachado. La razón tal vez se halla en la falta de dramatismo.
En el primer cuento, que da título al volumen, sobre una visita al campo de concentración de Ferramonti di Tarsia (construido por Mussolini en 1940, en una región infectada de malaria que servía para exterminar judíos), la confusión del nombre de Halfon con Hoffman, un puro desliz, se verá confrontado con la muerte de Philip Seymour Hoffman y el trastorno, al conocer la noticia de la muerte del actor, de haber sido llamado Hoffman “mientras moría Hoffman”. El narrador rememora personajes interpretados por el actor, y la ocasión en que lo vio en un café de Greenwich Village, pero sobre todo su nombre ahora “suelto por el mundo”, que él había encarnado. En el último cuento, ‘Oh gueto mi amor’, le informan de que el escritor alemán E. T. A. Hoffman se encargaba, como funcionario prusiano, de poner nombres a familias judías obligadas a registrarse oficialmente, y que dependía de su ánimo asignar nombres serios, simpáticos, o de pescados o flores. O sea, inventados, que “se volvieron reales al nomás ser pronunciados”. Esta mezcla del azar en la determinación del nombre origina un trastorno donde la identidad se reduce a lo mínimo, a lo que nada dice del sujeto, aunque pueda llevar a una confrontación trágica. En ‘Han vuelto las aves’, en un pueblo del altiplano guatemalteco llamado La Libertad, corretea un gato que responde al nombre de Hitler, con “un corto y negro bigote como dibujado encima de su hocico blanco”. De ahí el alivio, que se desvela en otro lugar, de que Halfon signifique “aquel que cambia de vida”. De manera que el nombre, real, equívoco o impostado, no es una cuestión menor.
El escritor narra sus viajes e indagaciones convertido en personaje testimonial de una herencia confusa
Pero lo admirable es la serenidad con que se afrontan las más temblorosas experiencias, ya sea en la localización del apartamento en Lódz donde los nazis apresaron a su abuelo, ahora ocupado por una actriz porno, o los inconvenientes al entrar en Belice y presentar dos pasaportes, uno guatemalteco caducado y otro español en vigor, que suscita la sospecha de la policía fronteriza. El escritor narra sus viajes e indagaciones convertido en personaje testimonial de una herencia confusa que, al admitirla en su conciencia, le impone ver una realidad que constantemente remite a la experiencia de anulación y quebranto del legado de su abuelo. Como si la realidad se ajustara a su búsqueda, lo que induce a pensar, como airosamente escribe Halfon, “que un nombre, cualquier nombre, es así de trascendente, y así de caprichoso, y así de ficticio, y que todos, eventualmente, nos convertimos en nuestra propia ficción”.
Signor Hoffman. Eduardo Halfon. Libros del Asteroide. Barcelona 2015. 152 páginas. 13,95 euros.
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