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El reino de Roque Guinart

Las huellas del lugar donde se habría topado Cervantes con el bandolero Rocaguinarda, al que convirtió en personaje

Julio Llamazares
Ruinas del mas Rocaguinarda, en Oristà, en el Lluçanès barcelonés, pueblo natal de Perot Rocaguinarda.
Ruinas del mas Rocaguinarda, en Oristà, en el Lluçanès barcelonés, pueblo natal de Perot Rocaguinarda. Navia (EL PAÍS)

“Sucedió, pues, que en más de seis días no le sucedió cosa digna de ponerse en escritura; al cabo de los cuales, yendo fuera del camino, le tomó la noche entre unas espesas encinas, o alcornoques, que en esto no guarda la puntualidad Cidi Hamete que en otras cosas suele…”.

Así reanuda Cervantes su narración, que continúa con don Quijote y Sancho peleándose entre ellos, el caballero andante por ver de darle a su escudero, aprovechándose de la soledad del sitio, los tres mil azotes que éste se había negado a recibir en el palacio de los duques y que, según el falso Merlín, se necesitaban para sacar a Dulcinea de su encantamiento en rústica aldeana y el pobre Sancho defendiéndose como podía de lo que a todas luces era una imposición injusta de su amo (“¡Eso no —dijo Sancho—: vuesa merced se esté quedo; si no, por Dios verdadero que nos han de oír los sordos!”) y, luego, tras separarse y dormir un rato, por el descubrimiento del escudero de que el bosque en el que se encontraban estaba lleno de hombres colgados de las ramas de los árboles. “No tienes de qué tener miedo —le tranquilizó don Quijote—, porque estos pies y piernas que tientas y no ves sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados, que por aquí los suele ahorcar la justicia, cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta”, una explicación que al pobre Sancho Panza le sirvió para seguir durmiendo, no muy tranquilo, es verdad, pero que con el amanecer se demostró ilusoria cuando los aparentes ahorcados, que eran más de cuarenta, saltaron de donde estaban y rodearon a don Quijote y a su escudero “diciéndoles en lengua catalana que se estuviesen quedos y se detuviesen, hasta que llegase su capitán”.

La Panadella, Igualada, Jorba... ¿Dónde se produciría el asalto?

El capitán, “el cual mostró ser de hasta edad de treinta y cuatro años, robusto, más que de mediana proporción, de mirar grave y color morena” y que venía montado “sobre un poderoso caballo, vestida la acerada cota, y con cuatro pistoletes (que en aquella tierra se llaman pedreñales) a los lados”, no era otro que el célebre bandido catalán Roque Guinart, trasunto cervantino del histórico y real bandolero Rocaguinarda, al que quizá Cervantes conoció personalmente, de ahí que lo convirtiera en personaje de su novela, bien que con su apellido ligeramente cambiado como también hiciera con el de Gerónimo de Passamonte (Ginés en la ficción quijotesca). Pero, ¿en qué lugar exacto se produciría el encuentro?, pienso mientras contemplo el paisaje desde una cafetería del Port de La Panadella, en la frontera de las provincias de Lérida y Barcelona, rodeado de jubilados de Martorell que han venido de excursión y, de paso, a comprar los célebres pans de pessec que se fabrican en la panadería de enfrente. ¿Aquí, en lo que hoy es una gran estación de servicio venida a menos desde la construcción de la autopista de Barcelona a Zaragoza pero que en tiempos fuera un grupo de ventas para viajeros y arrieros cuyas construcciones aún se mantienen en pie, bien que abandonadas ya, o en los intrincados montes que rodean el camino hasta Igualada, la primera gran población de la provincia barcelonesa? ¿En los alrededores de Porquerisses o de Santa María del Camí, dos aldeas diminutas cuyos campos de labor se los disputan desde hace siglos una docena de familias que ignoran todo de don Quijote, incluso de la preciosa iglesia románica que pervive adosada a una masía en la segunda de las dos aldeas, o en los de Jorba, ya más grande y habitada gracias a su cercanía a Igualada, la capital de la comarca del Anoia y durante mucho tiempo de la industria del papel y de la piel catalanas? ¿En qué recodo exacto del camino —pienso mientras lo recorro— ocurriría el asalto de los dos capitanes de infantería que iban a Barcelona para embarcarse en galeras junto a un grupo de viajeros variopintos, frailes y damas con sus criadas entre ellos, o el encuentro de Roque Ginart con Claudia Jerónima, la muchacha que acababa de matar a su novio por celos? ¿En qué bosques se ocultarían durante los tres días que don Quijote y Sancho permanecieron con Roque Ginart y sus hombres, acogidos a su protección y admirando su modo de vida, que no era precisamente tranquilo: “Aquí amanecían, acullá comían; unas veces huían, sin saber de quién, y otras esperaban, sin saber a quién”?

Sentado en una terraza en la Plaza Mayor de Igualada, población que hierve de gente no sé si por la hora o porque es viernes, repaso el camino hecho y pienso quiénes de todas las personas que me crucé por él o que ahora veo pasear tranquilamente con sus familias o merendar a mi lado serán descendientes de aquellos bandidos que, al parecer, infestaban las sierras del interior catalán como la Sierra Morena que hace unos días crucé y que ahora queda tan lejos. Porque lo que resulta claro es que alguno descenderá de ellos.

Los bandoleros catalanes

En su indispensable manual Para leer a Cervantes,el gran medievalista y cervantista catalán Martín de Riquer, citado aquí varias veces ya, dedica un amplio capítulo a explicar el fenómeno del bandolerismo en su tierra, mucho menos conocido que otros del resto de España, pero que, según sostiene, tuvo igual o más importancia, cuantitativa y cualitativamente, que éstos. Según Martín de Riquer, el bandolerismo era un mal endémico en Cataluña contra el que luchaban sin éxito los virreyes de la Corona. Se trataba, además, de un bandolerismo con estrechas relaciones con los gascones franceses, derivado de las antiguas luchas feudales, lo que le daba un matiz político; de hecho, los bandoleros se dividían, según su origen, en familias, como los nyeros o los cadells, enfrentadas entre ellas a su vez por el dominio de tal o cual región o comarca.

Perot Rocaguinarda, uno de sus principales representantes a finales del siglo XVI, aparece en dos obras de Cervantes, El Quijote y La cueva de Salamanca, lo que para Riquer demuestra que el escritor debió de conocerlo personalmente. ¿Quizá porque lo asaltó?

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