La penosa actitud de las figuras
Perera cortó dos orejas y El Juli pasó de puntillas ante toros de Victoriano del Río
La fiesta de los toros -su presente y futuro- está en manos de las figuras, y estas están permitiendo que se derrumbe irremediablemente por un hondo precipicio. Pero hay más: en tardes como las de ayer, la impresión es que los que mandan la están empujando con todas sus fuerzas para que se despeñe de una vez por todas sin remedio.
Si no es así, nada se entiende.
El Juli y Miguel Ángel Perera se presentaron en una plaza de primera categoría con cuatro becerrotes infames de ganadería de fácil acomodo. Novillotes escurridos, sin presencia alguna, inválidos y mansos, por más señas, y nobilísimos, eso sí, hasta el punto de parecer cursilones. En una palabra, animales con una extraña apariencia de toros que provocaban más lástima que miedo.
Vergüenza ajena producía el primer ejemplar de El Juli, que embestía con casta tontuna, al que el torero pasó muy despegado -(¡un horror!)-, sin gracia, sin alma, como quien pone ladrillos mientras espera la hora del bocata.
Sampedro, Del Río/Ventura, El Juli, Perera
Dos toros despuntados para rejoneo de Hermanos Sampedro, mal presentados, manejable el primero y muy manso el otro; y cuatro de Victoriano del Río, anovillados, flojos y nobles.
Diego Ventura: rejón trasero (oreja); tres pinchazos y un descabello (ovación).
El Juli: pinchazo y estocada baja y trasera (ovación); dos pinchazos, media tendida y tres descabellos (silencio).
Miguel Ángel Perera: estocada caída (oreja); estocada baja (oreja y fuerte petición de la segunda).
Plaza de La Malagueta. 20 de agosto. Cuarta corrida de feria. Casi lleno.
"Toro, toro", pidió desde el tendido alguno de esos escasos aficionados que aún quedan en esta plaza cuando salió el quinto, otro animal esmirriado, al que El Juli no pudo dar un pase porque el toro se negó por su invalidez manifiesta y ausencia de casta. Al final, para acabar con el cuadro, dio un mitin con la espada y así finalizó el paso de una gran figura por la feria de Málaga.
Lo acompañaba Perera, que no quiso ser menos, y se hizo acompañar por hermanos gemelos de los ejemplares anteriores.
Inexplicablemente, brindó la faena de su inválido primero al respetable, que se movió como una ovejita gentil y candorosa, sin atisbo de emoción. El torero lo muleteó con holgura y facilidad; con tanta anodina facilidad que el público solo aplaudía tras el pase de pecho; vamos, que la faena transcurrió entre el cansino silencio de los tendidos, ambientado por los sones de la banda de música. Perera no dijo nada porque no había toro.
Se rehizo ante el torete manso, con algo más de vida, que fue el sexto. La movilidad del animal permitió comprobar las muchas cualidades que atesora este torero, quien se lució en tandas templadas por ambas manos y encandiló a los tendidos con su clásico arrimón como prueba de su dominio absoluto sobre su oponente. Cuando mató de una estocada caída, se pidió con fuerza la segunda oreja y se armó la marimorena ante la negativa de la presidenta. De todos modos, el triunfo reconocido de Perera no enmienda en modo alguno la conclusión final: que resulta muy triste comprobar que las figuras mantienen un nulo compromiso con la tauromaquia. Es más: con actitudes como estas, tan penosas como rechazables, quedan pocas dudas sobre la languideciente vida de la fiesta.
Abrió plaza el caballero Diego Ventura, que cortó una oreja a un toro chico, moribundo y colaborador con el que volvió a ofrecer una lección magistral del mejor toreo a caballo. El tercio de banderillas a lomos del caballo Nazarí fue sencillamente colosal, y extraordinario su sentido del temple, con los pitones del toro cosidos a la piel del equino. No pudo redondear faena ante el tercero, un animal manso, parado e inexpresivo.
Babelia
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