Buenos aires para la novela negra
El festival de la capital argentina se consolida como foro vital de autores de las dos orillas del Atlántico. Dos autores cuentan su experiencia.
Imagínenselo: despreciar la playa ansiada tras un año duro de trabajo, huir de las terrazas frescas, de los buenos amigos, renunciar a la hamaca y al dolce far niente para embutir el cuerpo en un asiento incómodo de un vuelo interminable que cruza el Atlántico en diagonal, paralelo tras paralelo, uno tras uno, y viajar al invierno. El frío y la lluvia inundan Buenos Aires con permiso de los hinchas del River, que no reparan en charcos si de saltar para jalear su victoria se trata.
Para hacer todo eso, decíamos, hay que estar loco o ser escritor, sin que valga aquí la redundancia. Hay una tercera. Que no te guste estar en casa. Elijan la opción que quieran pero no desestimen esta última. Aunque es una de esas verdades que los que trabajamos con ficción nunca desvelaremos.
Y ahora, pongan cara a algunos de los autores que han celebrado estos días Buenos Aires Negra (BAN), un festival convertido ya en un clásico del género y puente entre las dos orillas: el irlandés John Connolly, los argentinos Claudia Piñeiro, Guillermo Orsi, Jorge Fernández Díaz y Raúl Argemí o los españoles Dolores Redondo, Andreu Martín, Víctor del Árbol y quienes esto escriben. Todo bajo la batuta de un veterano del género, Ernesto Mallo y el apoyo del Ministerio de Cultura de Buenos Aires.
Aquí le llaman policial al territorio que entendemos por novela negra, del mismo modo que cuadras a las manzanas de casas. Palabras distintas para referirse a lo mismo: y es el único género que los últimos años hierve especialmente en un magma literario debilitado, en ocasiones, con la vocación de denuncia social y, en otras, en lo que hoy se considera la novela costumbrista por excelencia. Ha sabido entretener a los lectores al mismo tiempo que ha querido renovarse sin perderlos.
“La novela negra y policial siempre ha tenido audiencia, pero además vive momentos primaverales como este”, afirma Mallo (La Plata, 1948). “Lo que más la impulsa es el tiempo atroz que vivimos de crímenes y corrupción. La novela nos sirve para metabolizar este tiempo horrendo de crisis. Lo que es malo para la humanidad es bueno para la literatura y esa es la parte buena de lo que está ocurriendo: las dificultades para sobrevivir generan momentos de estrés y creatividad que desembocan en estas explosiones de literatura”.
La novela nos sirve para metabolizar este tiempo horrendo de crisis. Lo que es malo para la humanidad es bueno para la literaturaErnesto Mallo
Todos los festivales tienen sus particularidades. Las del Bueno Aires Negra (BAN) son las que imprime Ernesto Mallo, con pinta de púgil fajado pero que conserva la mirada de chaval de barrio siempre en alerta. Éste te recibe a pie de ring, te presenta, te despide, se mide con el público, hace sonar la campana y manda a dos excelentes cómicos poner el broche de oro a cada intervención. Por eso el BAN tiene ese sesgo de festival peleón.
Los autores –y ésta es otra de las particularidades del BAN- somos invitados, sí, pero no para mirarnos el ombligo, hablar de nuestros libros y de lo buenos que somos, sino que estamos obligados a preparar dos charlas de 25 minutos sobre temas acordados. Hay dos reglas: la charla no se lee; y no hay presentaciones de libros. Y no estamos acostumbrados. En el mejor de los casos un escritor es alguien que sabe escribir. En el peor es alguien que solemniza lo obvio, alarga frases del bar, perogrulladas y deja los mejores golpes cuando va a sonar la campana. En el BAN se han escuchado a autores, sí, pero también a tanatólogos, abogados, ladrones, policías o periodistas sobre temas de lo más variopinto: burbuja inmobiliaria española, teorías conspirativas, el genocidio armenio, delitos de clase media, formas divertidas de matar, prostitutas judías de la calle Junín y a Dolores Redondo, que pilló, es un suponer, a Mallo despistado y habló de su trilogía.
Uno de los temas estrella del BAN fue cómo la ficción a base de mentiras puede llegar más lejos que un periodista o un juez a la hora de demostrar cómo fueron las cosas, quién decidió qué, y quién es el culpable en un mundo en el que todos matamos a Laura Palmer pero nadie es responsable de casi nada. Ese espacio fue rellenado por un tan eficiente como genial Andreu Martín que tanto sirve para posadas y palacios, y que es siempre un antídoto contra las Mayúsculas de los demás.
Hay planes e ilusión por parte de los escritores españoles de ser leídos en Argentina, y hay un público no español que espera qué de nuevo y de bueno le podemos dar los autores de novela negra, en este caso. Si algo demuestra el BAN son las ganas de saltar de una a la otra orilla, en ambos sentidos.
Con todo, quien sigue saltando no la orilla sino la banca un año más en el BAN son las aventuras de Dani El Rojo, el goleador sin paliativos del partido que no ganó River. Pero además queda un poso de buena literatura y ganas de escribirla y leerla, la sensación de que está pasando algo y que no puede ser malo. Ser endiabladamente Connolly o arrolladora Redondo. El entusiasmo de Andreu Martín o el hecho de no poder cruzar una vía de tren sin pensar en la última novela de Claudia Piñeiro. ¿Podremos conectar? Nadie lo sabe. Ofrendas a la tormenta con un millón de gotas, sociedades negras sin margen de error, hijos de Mary Shelley y Johnny Thunders. Juego hipnótico en el baile de piernas del BAN. Uno recuerda cuando Cortázar era un autor español y Serrat un poeta por las calles de Buenos Aires. Y parece que todos queremos que eso vuelva a pasar, a base de novela negra, policial o cómo quieran llamarle a lo que escribimos.
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