De Courtney Love a Mrs. Thatcher
Con su pluma al servicio del humor, la periodista británica Caitlin Moran desarrolla una novela de aprendizaje en el mejor estilo de la cultura de “vivienda de protección oficial”
Johanna Morrigan, alias Dolly Wilde, la adolescente protagonista de esta novela de la premiada periodista Caitlin Moran, suelta un chiste inoportuno en la televisión local tras recoger un premio de poesía que acaba de ganar. A pesar de darse cuenta de que durante un tiempo será el hazmerreír de su barrio debido a la metedura de pata, no se arrepiente, básicamente porque la situación escapa a su control: “El chiste me ha obligado a que lo diga”, afirma, y en esta frase se condensa el espíritu de lo que son tanto la narradora de esta novela como su artífice, Caitlin Moran: cómicas de pura cepa.
La autora no adereza sus textos con chistes como si los primeros fuesen una ensalada esperando un aliño que la haga más sabrosa, sino que practica una escritura al servicio del humor, que parece emplearla como médium para filtrarse a través de su voz a la menor oportunidad en frases como “Cuando usas una talla 100E de sujetador, todos dan por hecho que eres sexualmente activa, y que has tenido relaciones sexuales sin protección y con regularidad en algún descampado”.
Moran no da tregua al lector, y en ese tono a base de latigazos de sarcasmo se desarrolla esta novela de aprendizaje, inscrita en la tradición británica de la ficción literaria y cinematográfica protagonizada por familias de clase obrera, un subgénero casi denominable “novela de la vivienda de protección oficial”, pues es éste su escenario más cotidiano. Así, en esta historia de tintes costumbristas con banda sonora britpop, cuya protagonista sobrevive en una ciudad inglesa anodina en pleno thatcherismo gracias a los escasos ingresos y subsidios que obtiene su familia mientras lucha por convertirse en crítica musical en una revista londinense, se podría emparentar a Caitlin Moran con Mike Leigh y Stephen Frears en sus largometrajes sobre familias de clase obrera, o incluso en ocasiones con la también británica Jeanette Winterson, aunque en una versión más pop y heterosexual.
Nada de lo que cuenta Moran en su novela semiautobiográfica es nuevo: las tribulaciones de una adolescente que se está fabricando su identidad adulta —la propia autora se queja en una entrevista de la escasez de modelos femeninos a imitar en su época: Courtney Love o Margaret Thatcher eran las únicas opciones—, su alocada misión autoimpuesta de decir adiós a la virginidad, combinada con sus inseguridades sexuales (la novela incluye la cistitis más hilarante y pormenorizadamente descrita de la literatura británica), y la precariedad en la que vive su familia las hemos leído y visto ya en cientos de narraciones; tampoco es nuevo su tono a través del cual se ríe con frecuencia de sí misma, así que surge la pregunta sobre qué mantiene al lector atento a lo largo de las casi 400 páginas de la narración. La respuesta se encuentra en una frase rotunda de la novela que resume sus intenciones y logros: “Todos hacemos lo mismo: intentamos sobrellevar estos años para llegar a un sitio mejor que vamos a tener que construir nosotros mismos”. A través de ese “todos”, que la autora sostiene a lo largo de la novela, consigue Moran la empatía con sus lectores de ambos sexos, lo que salva a la narración de quedar encasillada en los estrechos aposentos de la chick lit o literatura para chicas de hoy día.
La novela es también un buen esbozo de la sociedad británica de la época, especialmente de sus sempiternos conflictos de clase, sin descuidar sus tensiones con Estados Unidos, que basculan entre la envidia y la admiración, pues a Reino Unido parece ocurrirle algo similar a lo que Johanna intuye sobre sí misma: “Lo que yo quiero ser todavía no se ha inventado”, y coherente con esa frase, Johanna inventa a Dolly y Caitlin Moran a Johanna por medio de la escritura, que, por suerte, “es de las pocas cosas que la pobreza y la falta de contactos no puede impedirte hacer”. Y nos congratulamos de que así sea.
Cómo se hace una chica. Caitlin Moran. Traducción de Gemma Rovira Ortega. Anagrama. Barcelona, 2015. 400 páginas, 20,90 euros.
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