“Este es el aspecto que tiene una feminista que ganó el año pasado un millón de libras”
Caitlin Moran tiene un mensaje para las mujeres del futuro: en contra de lo que se cree, la lucha contra el patriarcado te consigue toneladas de sexo y dinero.
Y el aspecto de Caitlin Moran es, a la hora del desayuno de un calurosísimo sábado, el mismo que luce en sus conferencias-espectáculo, en las portadillas de sus libros y en su columna del Times: eyeliner à la Winehouse, sombra de ojos verde y ese mechón tipo Susan Sontag que se tiñó para un Halloween en el que se disfrazó de Elvira y ya no se ha vuelto a quitar.
Así que sí, Moran ganó en un año un millón de libras –real o metafórico, a saber– y eso es parte esencial del mensaje que quiere transmitir: “las mujeres que triunfan siempre están disimulando, quitándose importancia y diciendo ‘neeeeh, no es para tanto’. Eso es una tontería. Yo tengo poder y lo sé. Además quiero decirles a las mujeres más jóvenes que el feminismo te consigue sexo y dinero. No puedo ni decirte la de hombres que me han hecho avances en el último año. Si no estuviera felizmente casada, no hubiera parado de acostarme con tíos”.
La autora, que participó el pasado fin de semana en el festival Primera Persona de Barcelona, tiene un agenda de trabajo francamente abrumadora. Cuenta con sólo dos semanas para adaptar al cine su última novela, Cómo se hace una chica (Anagrama), le toca escribir la segunda temporada de su serie para el Channel 4, Raised by wolves, que tuvo un estreno triunfal; en breve debe acabar el ensayo de llamada-a-las-armas que encabezará su próxima recopilación de artículos, que se llamará Moranifesto (existe ya una Moranthology) y, en algún momento, debería ponerse a redactar las dos novelas que completarán la trilogía del Cómo: Cómo ser famosa y Cómo cambiar el mundo.
Nótese que todos esos proyectos van sobre lo mismo, la vida y obra de Cailtin Moran, que, como su última heroína, Johanna Morrigan, se crió en una familia numerosa de Wolverhampton y tuvo una educación caótica –que consistió básicamente en ver la tele y leer de todo, de George Orwell a Jilly Cooper, la exitosa autora de novelas trash repletas de fantasiosas escenas de sexo– empezó a publicar crítica musical a los 16 y consiguió su columna en el Times a los 18. “Mi historia es mi dinero; lo que no voy a hacer es contar la historia de otro. Woody Allen lleva toda la vida escribiendo sobre tipos blancos neuróticos colgados de mujeres más jóvenes y nadie le ha dicho nada. Yo escribo sobre adolescentes con sobrepeso que se masturban. Esa es mi especialidad. La siguiente novela estará situada en el siglo XIX y va sobre el nacimiento de las religiones y, adivina qué, también está protagonizada por una adolescente”. Que probablemente escuche a los Smiths.
"Woody Allen lleva toda la vida escribiendo sobre tipos blancos neuróticos colgados de mujeres más jóvenes y nadie le ha dicho nada. Yo escribo sobre adolescentes con sobrepeso que se masturban. Esa es mi especialidad"
Moran admite que su curiosa biografía sería ahora imposible de replicar: “yo me eduqué yendo a la biblioteca y eso ahora sería imposible. Fui a una hace poco y sólo tenían 50 sombras de Grey. Así serán más fáciles de desmantelar. Cuando el Gobierno se las vaya a cargar del todo, nadie luchará por salvarlas”. Ahora, dice, cualquier adolescente puede decir lo que piensa en las redes sociales. Pero entonces, ella era la única cronista en la primera línea de las trincheras del Britpop, una época que se propone redimir en Cómo ser famosa: “Fue la última vez que la gente de clase trabajadora definió la cultura e, incidentalmente, la última vez que la cultura británica fue importante en el mundo. Ahora a la gente le encanta decir que todo aquello se volvió amargo, que la gente empezó a tomar heroína, a escuchar los discos deprimentes de Radiohead y que todo desembocó en el rock de estadio de Coldplay y en Tony Blair, pero eso es sólo una manera interesada de contarlo, simplemente porque existen imágenes de televisión. Así que te ponen a Blur contra Oasis y a Noel Gallagher en el 10 de Downing Street. Pero olvidan el trip hop, la explosión de la música dance… No es verdad que no saliera nada de todo aquello. Creó miles de puestos de trabajo. Todos los directores, actores, músicos y artistas que todavía son relevantes y que son de extracción trabajadora surgieron entonces. Desde entonces, ni uno. Sólo surgen artistas pijos”.
En su novela, los pijos están representados en Terry, un crítico musical con diploma de Harvard, al que le excita acostarse con una adolescente que vive de los subsidios del Estado y que está basado en uno de sus ex novios. Por muchos millones de libras feministas que llegue a acumular y muchas columnas que lleve firmadas en el periódico del Establishment, Moran se aferra a su origen. “Siempre quise hacer camisetas que dijesen ‘Los de clase trabajadora lo hacemos mejor’. Me niego a que me incluyan en la clase media porque entonces, ¿quién queda en la clase trabajadora?, ¿la gente pobre que fracasa?”. Sus dos hijas, de 13 y 11 años, quienes, por cierto, se niegan a leer sus libros, crecen ahora en una casa muy distinta a la suya. “Al final han resultado ser amables, brillantes y divertidas, arruinando mi teoría de que sólo los pobres salimos listos”.
Existe una curiosa entrevista que concedió Moran al Independent cuando tenía 18 años y presentaba un programa de televisión en la que habla de que lo que quiere es hacerse rica, largarse al campo y comprarse una cocina Aga, el carísimo electrodoméstico que es un distintivo de clase (alta) en Gran Bretaña. El artículo va acompañado de una foto en la que se ve un piso que podría ser de Pete Doherty –menos los restos. ¿Se acuerda de aquello? “Oh sí”, dice, con más afecto que vergüenza. “En aquella época yo era como Pipi Calzaslargas. Tenía 18 años, ganaba un montón de dinero y vivía sola en Londres pero no sabía hacer nada. Venían las estrellas de rock a mi casa y les preguntaba si querían comer algo, pero igual sólo tenía unos guisantes congelados. Así que perfectamente podía pasar la noche con Suede comiendo guisantes hervidos a la luz de las velas, porque habían cortado la luz”.
“El Britpop fue la última vez que la gente de clase trabajadora definió la cultura"
En Cómo ser una chica empieza a vislumbrarse aquella época. Johanna, una chica que vive en el extrarradio físico pero también social y cultural, se inventa un alter ego metropolitano, la indómita Dolly Wilde, simplemente tiñéndose el pelo y poniéndose una chistera –“como Slash, que era un tío del poblacho de Stoke llamado Saul pero se ponía la chistera y, pam, era Slash de los Guns’n’Roses”– y se infiltra en la escena indie. Al igual que esos directores que ponen en su película a una Manic Pixie Dream Girl, esa chica imposiblemente espontánea e irreal que está ahí para activar al héroe, Moran ha creado un personaje masculino que, ella admite, es su “fantasía masturbatoria”: un músico llamado John Kite, que está formado de pedazos de “Guy Garvey de Elbow, Norman Blake de Teenage Fanclub, un joven Richard Burton y básicamente todos los músicos con los que pasé horas hablando en los pubs de política y literatura”. La autora estaba cansada de encontrarse siempre en la ficción con músicos “estilo Pete Doherty, delgaditos, con gafas de sol y pantalones de piel” y quería reflejar a esos otros tipos que marcaron su educación sexual y sentimental.
En el ultimo libro de la trilogía, Kite y Johanna fundarán su propio partido político. “¡¡¡Tengo TANTAS IDEAS!!!” –Moran habla como escribe: con mayúsculas y exclamaciones de tres en tres–. “Cada año publicaría las cuentas del Estado y ofrecería un premio a quien pudiera cuadrar los presupuestos mejor que el propio gobierno. La gente tiene mil ideas para arreglar las cosas. Si preguntas a alguien que trabaja en la Seguridad Social, por ejemplo, cada uno de ellos tiene diez propuestas que podrían mejorarla, pero nunca se les pregunta. Siempre traen a un experto de fuera, a un tío blanco heterosexual que cree que puede solucionar algo copiando el modelo de un sector completamente distinto”. En parte porque le toca de cerca, ya que su marido, el crítico musical Pete Paphides es de origen griego, y mayormente porque confiesa tener “un enorme cuelgue con Alexis Tsipras, que está buenísimo”, Moran sigue de cerca lo que pasa con Syriza y está financiando un documental sobre sus primeros meses de gobierno. “Será interesante ver qué errores cometen para no repetirlos. Lo malo es que la izquierda siempre llega cuando las cosas ya están fatal, como es el caso”. Según ella, que es miembro del partido laborista, es posible que un movimiento similar surja en Reino Unido, a pesar de que David Cameron acaba de revalidar su victoria, y con mayoría absoluta: “Siempre dije que esta elección no contaba. La próxima será la buena”.
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