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OBITUARIO

Baldo Pestana, el fotógrafo de artistas que acabó artista

Dejó Galicia con cuatro años y regresó con 90 tras acumular 17.000 negativos y retratar a los grandes escritores latinoamericanos

Baldomero Pestana, con fotos suyas de Neruda, Vargas Llosa y García Márquez, en la casa familiar de Bascuas (Lugo).
Baldomero Pestana, con fotos suyas de Neruda, Vargas Llosa y García Márquez, en la casa familiar de Bascuas (Lugo).XOSÉ MARRA

Un día en Lima, Baldo Pestana se topó con Borges paseando abstraído por la calle. Le disparó tres veces con su Hasselblad y dio en el blanco. El escritor siguió andando sin inmutarse. No se había dado cuenta de que lo estaban fotografiando; y el retratista no quiso arriesgar más. “En la vida tendré más ocasiones”, pensó. Y efectivamente las tuvo, pero en adelante renunció a hacerle fotos porque estaba ciego. “Borges veía manchas. Ojalá que sus ojos mirasen al infinito, pero no se puede decir tan siquiera eso. Estaban muertos”. Y una “mirada sin vida”, para Baldo, no valía la pena retratarla. Sería una ofensa para el modelo. “A un hombre hay que sacarle la vida interior, si no, no hay retrato”, defendía el fotógrafo gallego, que murió el pasado día 7 en Lugo a los 97 años tras una vida emigrante.

Baldomero Pestana (Castroverde, Lugo, 1918) emigró en un barco a Buenos Aires con varios familiares cuando tenía cuatro años. Su madre, soltera, fue la primera en escapar en busca de una promesa y luego todos siguieron su camino. A los 11 años, empezó a aprender el oficio de sastre, pero antes de los 20 se apuntó en una escuela de fotografía. Logró vivir de ello gracias a las bodas, las fiestas de la alta sociedad y los catálogos para empresas, pero era lector voraz y en su tiempo libre buscaba retratar escritores para captar fogonazos de su genio. Nunca comerció con esas fotos. Iba coleccionando los negativos y completando poco a poco su almacén de desbordantes vidas interiores. Las mejores instantáneas las revelaba y se las regalaba.

Harto del peronismo y ya casado con el amor de su vida, Velia Martínez, “bella hasta el final”, marchó a Lima y se hizo amigo del librero Juan Mejía Baca, que le presentó a los literatos consumados y a las entonces todavía promesas que protagonizaron el boom latinoamericano. A lo largo de muchos años, primero en América y después instalado en París, disparó a Bioy Casares, a Neruda, a Bryce Echenique, a ese “macho mexicano” que era Carlos Fuentes o a un García Márquez en plena corrección de la primera edición francesa de Cien años de soledad. Gabo atendía más a la radio, que narraba en directo la invasión de Praga (1968), que al objetivo, y Baldo, insatisfecho con aquellos ojos perdidos al otro lado de Europa, tuvo que volver otro día.

Pero el escritor que más problemas le dio fue Vargas Llosa, poco después de publicar La casa verde. Era un tipo “cordial” y “muy avispado”, recordaba en una ocasión el fotógrafo a este diario, pero tenía solo 30 años: “Su excesiva juventud y su físico de galán eran un inconveniente... Con el tiempo, su rostro se ha vuelto interesante”.

En su etapa en París, que duró cuatro décadas antes de enviudar y regresar a su tierra ya nonagenario tras “un viaje de 86 años”, Baldo —que nunca quiso que lo llamasen Baldomero— se ganó la vida haciendo catálogos de pintores para exposiciones. Tantos estudios de artistas pisó, que al fin descubrió que “podía dibujar mejor que ellos” y que el trazo a lápiz era el colmo de la fotografía perfecta. Empezó corrigiendo las luces y sombras de sus instantáneas con grafito y acabó cambiando el papel fotográfico por el Canson.

Con el lápiz en ristre, ha expuesto incluso en Asia y Estados Unidos. Con la cámara como arma, Pestana llegó a publicar en Time, Esquire y Life, pero no las fotos amadas de sus tótems. A lo largo de su vida, entre retratos de escritores y otros artistas como Roman Polansky, Man Ray o Dizzy Gillespie, además de estampas de viajes por medio planeta, el lucense llegó a acumular 17.000 negativos.

Aunque para él ninguna foto superó la que le hizo a José María Arguedas, exponente del indigenismo, pero perdedor entre tanta pluma triunfante. Este fue el retrato de su vida. “En él hay una ventana, y en la ventana, una ramita sin hojas”. La desolada imagen del olvido.

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