Un correcaminos llamado Bob Dylan
Convertido en un fenómeno intergeneracional, el creador de 'Like a rolling stone' vuelve a los escenarios españoles
Sin novedad en el frente musical. Caen las discográficas históricas, las grandes empresas pelean por el hipotético negocio del streaming, los patrocinadores copan los festivales pero hay cosas que no varían: como siempre, Bob Dylan está en la carretera. Este mes ofrece seis conciertos en España, como parte de su Never Ending Tour.
La Gira Interminable no es ninguna broma. Cada año, Dylan ofrece alrededor de cien conciertos por todo el mundo; lo hizo incluso en 1997, cuando estuvo “a punto de reunirse con Elvis” tras sufrir una histoplasmosis. Con 74 años recién cumplidos, sigue siendo uno de los artistas más laboriosos del mundo del rock. Urge señalar que, a diferencia de tantos veteranos, no lo hace impelido por necesidades económicas. Con su impresionante catálogo de canciones y discos, Bob Dylan ingresa anualmente millones de dólares en royalties y derechos de autor, suficientes para garantizar el bienestar del artista, de sus seis hijos y de las siguientes generaciones.
La gira española
Bob Dylan actuó ayer sábado en Barcelona. Repite este domingo en Zaragoza, en el Pabellón Príncipe Felipe (con Pájaro). El lunes 6 de julio viaja a Madrid, donde tocará (con Los Lobos) en el Barclaycard Center.
El miércoles 8 estará en Granada (con Soleá Morente y Los Evangelistas), en el Palacio de Deportes. En Córdoba, el jueves 9 en el Teatro de la Axerquía. Por último, en San Sebastián (con Andrés Calamaro) el sábado 11, en el Donostia Arena.
Así que no mencionen la codicia como motivación. Entre paréntesis, eso es perfectamente compatible con el hecho de que el actual manager de Dylan, Jeff Rosen, haya transformado su leyenda en una máquina de generar ingresos, mediante ediciones de material de archivo y licencias de uso. A diferencia de lo que ocurre con los Beatles, cualquier película o serie televisiva con presupuesto puede acceder a temas clásicos de Dylan. Lo mismo con la publicidad: hasta el propio cantante está disponible para anunciar lencería o vehículos de motor.
Respecto a la Gira, Bob lo explicó en su libro Crónicas (Global Rhythm, 2005). Pensaba en dejar el directo cuando tuvo una revelación transcendental en Locarno (Suiza). Actuaba al aire libre con Tom Petty & the Heartbreakers y se quedó sin voz: “estás ante treinta mil personas que te miran y no sale nada. Pensando que no tenía nada que perder y sin tomar ningún tipo de precaución, eché mano de otro tipo de mecanismos para arrancar los resortes que no funcionaban. Lo hice automáticamente, a partir de la nada; lancé mi conjuro para expulsar al demonio. Fue como si un pura sangre hubiera cargado contra el vallado. Todo volvió a su sitio y en forma multidimensional. Inmediatamente, despegué a las alturas. Puede que la gente percibiera cierto cambio de energía, pero eso fue todo. Era como si me hubiera convertido en otro músico.”
La grabación de ese concierto (5 de octubre de 1987) no muestra ningún cambio tan dramático. Pero lo cierto es que, a continuación, Dylan contrató una banda fija que ha ido renovando y le ha acompañado hasta ahora. Músicos adaptables que conocen en profundidad la obra de Dylan y que cada noche tocan unas veinte piezas, sin grandes variaciones. Se trata, atención, de canciones que suenan irreconocibles hasta que llega el estribillo. Algo que irrita a muchos de sus seguidores, aunque estamos ante un gusto adquirido que ha conquistado a un público que adora las peculiaridades del personaje, incluyendo su voz decreciente.
Dylan hace todo lo posible por pasar desapercibido. Evita cualquier tipo de compromiso institucional: nada de meet and greet con las autoridades locales; tampoco trata con los representantes de su discográfica. Su propia organización se ocupa de alquilar los hoteles y buscar los restaurantes que pueda requerir.
Entre los profesionales de la música que han tratado a Dylan y que este periodista ha podido entrevistar durante los últimos años, domina la idea de que el autor de Like a rolling stone ha encontrado su vocación en la vida del músico ambulante. En su país, el compromiso con el directo le lleva a tocar incluso en ferias del condado, casinos, recintos universitarios medio vacíos. Por el contrario, fuera de Estados Unidos, sus visitas tienen consideración de eventos culturales y suelen registrar buenas entradas.
Por lo demás, Dylan hace todo lo posible por pasar desapercibido. Evita cualquier tipo de compromiso institucional: nada de meet and greet con las autoridades locales; tampoco trata con los representantes de su discográfica. Su propia organización se ocupa de alquilar los hoteles y buscar los restaurantes que pueda requerir. El contacto con los promotores que le contratan es mínimo. Ni siquiera necesita camerino: llega directamente con su asistente en un autobús particular (músicos y técnicos viajan aparte) hasta la parte de atrás del escenario y se marcha de igual manera tras los bises obligados. En el mejor de los casos, saluda brevemente a los músicos que le sirven de teloneros.
La distancia entre una ciudad y otra está estudiada: prefiere no desplazarse más de 200 millas al día. Para los viajes europeos, recurre a Beat the Street, empresa de autobuses austríaca especializada en transportar a gente del show business. Ocasionalmente, sale de su burbuja: en México DF, visitó un gimnasio de boxeo. En New Jersey fue parado por una policía que le consideró un vagabundo sospechoso: aparentemente, pretendía localizar la casa en la que creció Bruce Springsteen (se trata de una obsesión personal: en Canadá, visitó el primer hogar de Neil Young). En algún momento de sus locos años sesenta, Dylan decidió convertirse en un artista impenetrable y veleidoso. Lo ha conseguido.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.