Madrid, medio siglo después de la invasión melenuda
Las Ventas evoca ante 5.100 ‘beatlemaníacos’ jóvenes y mayores la noche en que John, George, Paul y Ringo adelantaron el reloj de todo un país
“Nosotros éramos unos chavales normales de la época. Nos gustaba el rock porque representaba un fenómeno nuevo, diferente, y yo todavía tenía el pelo muy, muy negro”, se sonríe el hombre de la cabellera blanquísima. Pero apostilla: “es verdad que las melenas no gozaban de buena fama…”. Exactamente igual que aquel viernes 2 de julio de 1965, Jesús Sanchidrián vuelve a sentarse en las primeras filas del graderío de Las Ventas, bien centrado frente al escenario, para disfrutar con la música de The Beatles. Entonces estudiaba en la escuela de ingenieros de Valladolid y, muy precavido, se cogió un jerseicito fino que no llegó a utilizar. Esta vez, con camisa color salmón y a sus espléndidos 75 años, lo tiene más claro que nunca. “De aquella sabíamos que eran unas voces brillantes y sonaban muy bien, pese a las limitaciones tecnológicas. Hoy estoy seguro de que dentro de dos siglos la humanidad seguirá escuchando estas canciones”.
Reproducir algo que aconteció hace medio siglo es metafísicamente imposible, y más cuando los protagonistas no son los mismos. Pero el homenaje de este jueves (que no viernes) a la única visita española de los Fab four sirvió para repasar dos docenas de títulos en el inmarcesible repertorio de Lennon, McCartney, Harrison y Starr, seguramente el mejor grupo que ha conocido, y quizá conocerá, la historia de la música popular. De ello se encargaron los llamados The Bootleg Beatles, que no es una banda tributo, sino casi clónica: Steve White (Paul) es un bajista necesariamente zurdo, Adam Hastings se acompasa con esas flexiones algo ridículas de rodillas que caracterizaban a John en los inicios, Hugo Degenhardt balancea la cabeza como lo haría Ringo y a Stephen Hill (George) le crece bigote cuando llega la hora de While my guitar gently weeps. Los cuatro sosias lucen al principio los trajes grises de éxitos primerizos como She loves you o Can’t buy me love, para luego exhibir los coloristas uniformes circenses de Sgt. Pepper’s y la mezcla de estilismos y personalidades que ya era patente a la altura del llamado Álbum blanco. Entretanto, un cuarteto de cuerdas se ha incorporado a partir de Yesterday y otro de vientos permite remedar las orfebrerías sonoras de Penny Lane o The fool on the hill.
Imitar a los Beatles constituye una tarea tan temeraria como garabatear en un lienzo a la manera de Picasso o desenvolverse tal que Messi con un balón entre los pies, pero los Bootleg aportan, al menos, la mejor de las intenciones. Y más aún Jorge Prada, el artífice último y decisivo para que estas reproducciones de los conciertos en Madrid y Barcelona del 2 y 3 de julio de 1965 hayan sido posibles (ayer, ante 5.100 espectadores). Prada, beatlemaníaco de pro y humilde promotor en el circuito de los conciertos municipales, encierra una historia triste pero muy hermosa. Hace unos años perdió a un hijo de corta edad, Eduardo, al que ya había inoculado el amor por las composiciones del irrepetible cuarteto de Liverpool. Su forma de sobreponerse a la tragedia fue planificar dos conciertos que evocaran lo sucedido en aquellas dos veladas históricas de los sesenta. El periodista radiofónico Fernandisco, que presentó el espectáculo en Las Ventas (como Torrebruno cinco décadas antes), lanzó un enigmático homenaje a “Eduardo, que está en el cielo”. Cuando más tarde Steve McCartney White dedicó The fool on the hill “al promotor, Jorge, y su hijo”, Prada ya no pudo contener las lágrimas.
No fueron los suyos los únicos ojos en los que anoche asomó el llanto. También tuvo oportunidad de emocionarse Diana Sáinz, hija del que fuera líder indiscutible de los Pekenikes, Alfonso Sáinz, fallecido 15 meses atrás en Florida. Pekenikes fueron teloneros de los Beatles en 1965 y ayer repitieron idénticas funciones con los émulos de los Beatles. Lucas Sáinz, que llevaba casi tres décadas sin subirse a un escenario, estrenó el instrumental My brother a la memoria de su hermano. Y Diana no dejó de disparar con su cámara mientras sonaba Hilos de seda, aquel éxito nacido, como ella, en 1966. “Mi padre ya era por entonces ginecólogo y siempre supuse que aquel título se refería al hilo que utilizaba para coser las heridas en las cirugías”, reveló.
Son muchas, muchísimas las cosas que han cambiado en aquel Madrid que le calzó sombrero cordobés a John Lennon. Aquel mismo día se inauguraba la ampliación del embalse de Santillana para paliar las restricciones de agua en la ciudad, el Atleti estaba a solo 48 horas de proclamarse campeón de la Copa del Generalísimo y ostentaba la alcaldía uno de los principales valedores del régimen, Carlos Arias Navarro. A él probablemente no se le habría ocurrido viajar en metro hasta su despacho, ni mucho menos desplegar una gigantesca enseña arcoíris, entonces inexistente, desde la fachada consistorial. Ningún espectador en su sano juicio habría imaginado en 1965 la hipótesis de cargar con un teléfono en el bolsillo. Ayer, en cambio, nadie se resistió a inmortalizar la jornada con la cámara incorporada al celular.
En realidad, lo único que no ha variado un ápice en estos diez lustros es la hostilidad del cemento venteño para con la zona sacra. “¡Almohadillas para la piedra, que la piedra está que arde!”, voceaba una arrendadora que acabó suministrando cientos de sus rojos cojines paliativos.
Ahora puede que ni el rock más incendiario conserve cierta capacidad de transgresión. Aquellos Beatles todavía algo cándidos, en una España que venía de celebrar los eufemísticos 25 Años de Paz y a la que le faltaban 11 temporadas para escuchar en directo a los Rolling Stones, eran, efectivamente, unos melenudos desestabilizadores. Al músico y folclorista Eliseo Parra, que de aquella sumaba 16 primaveras, no le dejaron comprarse una entrada. “Vivíamos por entonces con mi tía. Su marido, policía nacional, no se cansaba de repetir: ¡Bah, esa música es cosa de maricones!”. Esta vez no hubo distingos entre los partícipes de la fiesta, jóvenes y veteranos, recatados o melenudos. Y pese a las imprecisiones de esos Bootleg Beatles, quedó claro que Jesús Sanchidrián andaba en lo cierto: pasarán años y más años, seremos todos olvido y los acordes de aquellos cuatro chavetas maravillosos seguirán presentes en el tarareo de cuantas generaciones queden por venir.
Babelia
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