En España se dice ‘funky’
Lo comentaba el otro día Judy Cantor-Navas, corresponsal de la revista estadounidense Billboard. Al respecto de la nueva entrega del extremeño Gecko Turner, mencionaba una particularidad lingüística: en España, no se habla de funk, como se hace en el resto del mundo; la denominación dominante es funky, transformando así el adjetivo en sustantivo.
Especula Cantor-Navas que el mal uso puede derivar de aquel éxito de Wild Cherry, Play that funky music. Pero esa pieza data de 1976 y el término funky ya llevaba años entre nosotros, quizás derivado de Funky street, que Arthur Conley presentó en TVE allá por 1968; además, fue precedida por Funky Broadway, del intérprete Wilson Pickett.
Anécdotas aparte, la persistencia en el error deriva seguramente de un cisma ocurrido a finales de los sesenta en el mundillo musical español. Simplificando, los enterados decidieron que la música negra era hortera, un mero producto funcional destinado al baile; lo que merecía atención crítica era el rock progresivo, al que se atribuía una infinita gama de virtudes, incluyendo similitudes con la música clásica.
Parece una bobería pero tuvo consecuencias funestas. Un silencio total acogía a los discos de James Brown y otras estrellas del funk, que se publicaban en España para el mercado de las discotecas (los sobrantes terminaban indefectiblemente a cien pesetas —menos de un euro—, en las rebajas de enero).
Fue peor para los abundantes vocalistas, instrumentistas, compositores y conjuntos locales que practicaban el soul, el funk y sus parientes (el rock latino, el jazz comercial, lo brasileño bailable). Sencillamente, dejaron de tener atención mediática y respeto laboral. Algunos proyectos —el caso Barrabás— se orientaron con éxito para el mercado internacional.
Tendrían que pasar más de treinta años para que les llegara algún tipo de reconocimiento, con recopilaciones como Spanish grooves, Improvisto! o Sensacional soul. Allí se rescataba a numerosos grupos juveniles pero también a profesionales todoterreno, que apenas recordaban su etapa negroide: estoy pensando en Manolo Gas, Augusto Algueró, Alfonso Santisteban, Juan Carlos Calderón, Gregorio García Segura, Manuel Alejandro.
Se destaparon historias improbables, como la de Aureliano Toldos, subteniente de la Guardia Civil que grabó al estilo del sello Blue Note por encargo de TVE, que necesitaba fondos anónimos para sus programas deportivos.
Estos días, la revista madrileña Enlace Funk ha publicado su número 50; incluye un listado de los cincuenta “discos esenciales” de la música negra Made in Spain y recomiendo su revisión. Están algunos de los nombres ya citados junto a instrumentistas de sesión, como Tito Duarte, Juan Márquez o Pepe Sánchez, que aprovechaban los tiempos muertos en los estudios de Hispavox o RCA, sellos que luego publicaban los resultados. Ya sé que ahora es pecado mortal decir algo bueno de las discográficas pero algún día habrá que celebrar su producción de serie B. Incluyendo sus discos de (perdón) funky.
Babelia
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