El cuento del abuelo, la nieta y el olivo
Iciar Bollaín rueda una película sobre el inconformismo y la esperanza
En medio de un extenso campo de olivos y almendros en las faldas de El Maestrazgo, en Castellón, se alza una masía medio abandonada y algo destartalada. De la vivienda sale un hombre mayor, entristecido, que ni mira a su hijo cuando, dejando de cortar leña en el exterior, le da los buenos días. El abuelo, que hace tiempo dejó de hablar, se aleja hacia el campo. Va en busca de algo que ya no está donde estaba. Un olivo milenario, arrancado de su tierra, es el origen de los pesares de este hombre de campo con las manos encallecidas.
Iciar Bollaín está dando forma estos días a un cuento, un cuento de un abuelo, una nieta y un olivo. Con guion de Paul Laverty, El olivo es la aventura de una adolescente decidida, una chica que se embarca en una empresa imposible: la de recuperar ese olivo replantado en algún lugar de Europa y traerlo de vuelta a la masía familiar, al mismo lugar donde su abuelo se dirige todas las mañanas y va poblando de piedrecitas el agujero que dejó el árbol. Anna Castillo, Javier Gutiérrez, Carme Pla, Manuel Cucala, Miguel Ángel Aladren y Pep Ambrós protagonizan esta historia, producida por Morena Films en coproducción con la alemana Match Factory Productions, con un presupuesto de 4,2 millones de euros, que se rueda estos días en el Maestrazgo, el Ampurdán y la ciudad de Dusseldorf, en Alemania.
Paul Laverty, pareja de Iciar Bollaín y asiduo colaborador del cineasta Ken Loach (su guion Felices dieciséis fue premio en Cannes en 2002 y la película El viento que agita la cebada consiguió la Palma de Oro también en Cannes en 2011), parte de una metáfora para tejer toda una historia sobre el inconformismo, la especulación y la crisis de valores. Fue una noticia aparecida en el diario EL PAÍS la que le dio pie a fijarse en la historia de ese abuelo con el olivo. Lo cuenta Bollaín en un descanso del rodaje en medio de un campo en el Maestrazgo castellonés. “Todos esos olivos milenarios que por caprichos de la moda son arrancados de la tierra y vendidos y trasladados a jardines particulares o empresas internacionales. Hace años comenzaron a venderlos a miles. A Paul le pareció una buena metáfora para contar todo el expolio que se ha vivido en España con el boom inmobiliario, con una costa poblada de ladrillo y un paisaje que hemos machacado vendiendo hasta la última hectárea. Es una manera muy concreta de hablar de algo muy complejo, la especulación con cosas básicas como un árbol, el poco respeto a algo que lleva en la tierra tanto tiempo y que ha sido fuente de salud, de bienestar y de placer”, explica la cineasta.
¿Qué nos hemos hecho? ¿Nos hemos vuelto locos? El olivo es todo un grito, asegura Bollaín, a favor de cuidar nuestras cosas, en contra del despilfarro. Es un filme también contra el inconformismo y la esperanza de que no todo está muerto y acabado. Es, dice Bollaín, una mirada sobre lo que ha pasado en España desde un lugar original, no es contar el boom inmobiliario ni las desgracias de la crisis. No es una denuncia, ni un drama social, sino que tiene tono de cuento. “Es un cuento sobre lo que ha pasado en este país y lo que nos gustaría que pasara a partir de ahora. No tiene el tono agresivo de la denuncia porque está contado desde un lugar muy emotivo y, además con mucho humor. Las emociones salen desde la risa y el absurdo. Suena un poco religioso pero habla de creer, porque parece absurdo ir a la búsqueda de un olivo, a miles de kilómetros de tu pueblo, si uno no tiene la seguridad de que lo va a conseguir. La protagonista, Alma, mueve ficha en su entorno de una manera tan potente que todos se recolocan a su alrededor. Es un viaje quijotesco sin plan ni lógica, pero ella tiene algo de naïf y de creencia de que las cosas ocurren”, continua la directora, que con esta película no solo ha realizado un casting de actores, sino de olivos. El olivo como símbolo del filme tenía que tener una buena copa y un buen tronco y, tras una selección de unos cincuenta, Bollaín dio el visto bueno a uno que encontraron en un pueblo de Castellón.
A pesar de que es alérgico al olivo, en cuanto leyó el guion, Javier Gutiérrez no dudó un momento en estrenarse como actor con Iciar Bollaín. Premio Goya a la mejor interpretación masculina por La isla mínima, Gutiérrez da vida en El olivo a Alcachofa, el personaje más perdedor de todos, aquel al que la crisis le ha tumbado tanto económica como emocionalmente. Habla, sin embargo, Gutiérrez de una película “poblada de personajes perdedores, pero vitalista, optimista, llena de vida y a favor de los sueños absurdos que se pueden cumplir”. Alcachofa es uno de los hijos de ese abuelo al que le han arrebatado su amado olivo a cambio de un puñado de dinero. “En España estamos en el momento idóneo para contar esta historia, trufada de aspectos que nos remiten a la situación de corrupción que estamos viendo. El olivo es el símbolo de cómo nos cargamos lo más valioso que tenemos, a veces por avaricia pero otras para salvarnos”.
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