Interpretar, envejecer...
Assayas, al parecer, aborda un montón de temas trascendentes, que según el propio director surgen de corrientes subterráneas
Me resulta complicado a partir de mayo encontrar películas en la cartelera que resulten inicialmente apetecibles. No voy al cine con anhelo o perspectivas, sino exclusivamente por la obligación profesional. Como, además, no suelo consultar las listas críticas que las valoran y si caen en mis desganadas manos tampoco me fío ni mínimamente de ellas, encontrar por instinto algo que me sorprenda gratamente o me embelese es un tarea imposible casi siempre. Ojalá que esa sequía no se prolongue también el resto del año. Está claro que el paladar cinéfilo se alimenta cada vez más de excelentes series de televisión, que incluso los directores más grandes están desertando del cine o ruedan cada vez menos en ese formato destinado a las salas oscuras y compartido con otra gente (aunque ya no es extraño que seas el único espectador, o que solo te acompañen en el cine otras tres o cuatro almas perdidas), que el viejo ritual está cambiando a marchas aceleradas.
En esa búsqueda de algo interesante que llevarse a la retina me encuentro con la última entrega de Olivier Assayas, director venerado sistemáticamente por la prensa especializada y del que me han gustado determinadas películas. Pero cuando intento recordar sus títulos o sus argumentos me resulta farragoso o imposible, algo que me resulta muy raro, de lo cual puedo culpar a la agonía de mi memoria, o en el peor de los casos, a que vi esas películas con cierta atención pero su huella se borró rápidamente. Hasta el extremo de que el único recuerdo que tengo nítido de su obra es la magnífica miniserie Carlos, reconstrucción de la oscura personalidad y los sonoros atentados de El Chacal, revolucionario con afición a derramar sangre y que acaba actuando como un mercenario. Carlos chorreaba tensión, complejidad, misterio, violencia, acción, esas cositas tan frívolas.
Viaje a Sils Maria, al parecer, aborda un montón de temas trascendentes, que según el propio Assayas surgen de corrientes subterráneas y del poder de lo inconsciente. También que es una película sobre la que no hay que dar explicaciones, ya que no es geométrica, sino líquida. Él sabrá. No captando yo esas profundidades y sutilezas me limito a constatar la historia de una actriz gloriosa y señora otoñal que en compañía de una asistente tan joven como antipática se plantea volver a interpretar la obra de teatro con la que deslumbró a todos los espectadores cuando era una cría y cuyo autor, que fue su Pigmalión, acaba de suicidarse. Lógicamente en esa obra ya no podrá dar vida a la protagonista. Todo esto lo veo y escucho con un poco de tedio, pero seguro que no me entero del subtexto y de las múltiples y fascinantes ramificaciones. ¿Y madame Binoche, la musa de todos los autores con universo propio e inquieto? Bien, como siempre. Hasta la comprendes, al lado de ese cardo retorcido y musa juvenil llamada Kristen Stewart. No pillo yo la profundidad y el magnetismo de esta película. Casi prefiero una titulada Eva al desnudo.
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