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'IN MEMORIAM'

Carlos Pinto Grote, intelectual clave de Canarias

El poeta y psiquiatra era un experto de la obra de Miguel Hernández y Nietzsche

Juan Cruz
Carlos Pinto Grote, en su casa de San Cristóbal de la Laguna, en 2007.
Carlos Pinto Grote, en su casa de San Cristóbal de la Laguna, en 2007.PEDRO PERIS

Carlos Pinto Grote fue un hombre singular: poeta, psiquiatra, narrador, intelectual, una especie de ministro de Asuntos Exteriores de la relación de Canarias con el mundo y los habitantes de la poesía, y un anfitrión. Este republicano, nacido en La Laguna, que no se ocultaba de la bandera que acogió sus sentimientos murió ayer, miércoles, en Tenerife a los 91 años. Deja a su esposa, Delia, y a sus hijos, Carlos Eduardo, poeta y galerista, y María, también poeta.

De una familia de raigambre intelectual y poética, su vida giró en torno a la psiquiatría, su oficio. Estuvo 44 años en el Hospital Psiquiátrico de Tenerife; de esa experiencia nació su conjunto de narraciones Horas de hospital. Su aliento poético nació cuando era muy chico; tenía 12 años cuando leyó a Juan Ramón Jiménez (inspiración también de coetáneos suyos, como Caballero Bonald o Ángel González), y desde entonces no paró su poesía. Por esa dedicación, que fue también una manera de ser, le concedieron en 1991 el premio Canarias de Literatura.

Fue un anfitrión notabilísimo, con peculiaridades imborrables. Reunía a sus amigos (artistas, poetas, gente de toda clase) en lo que parecía el horno de su casa; allí les servía huevos fritos y bebidas, y podían estar todo el tiempo que quisieran. A las doce en punto, sin embargo, él abandonaba impertérrito la reunión, que seguía su curso quizá hasta el amanecer.

A esa reunión iban también los poetas peninsulares que recalaban en la isla, fundamentalmente tras las huellas profundas de su amistad invariable. Entre esos escritores de los que él se hizo guía en las islas y amigo también fuera de ellas, yo recuerdo a José Hierro, a Ramón de Garciasol y a Leopoldo de Luis. Fueron muchos más, entre ellos, claro, Pedro Lezcano, el gran poeta grancanario que fue quizá su mejor amigo en la tierra.

Uno de sus poemas más conocidos en las islas (y fuera) se titula Llamarme guanche, que se tornó en canción en la voz (y los instrumentos) de Los Sabandeños, legendario grupo musical que hoy lo despidió con honores de poeta imborrable en las palabras de despedida de su director, el periodista y musicólogo Elfidio Alonso.

Fue un hombre de intereses muy diversos, un elegante caballero que a veces parecía que venía directamente del claustro de la Universidad de Oxford. Y fue un buen conocedor de la poesía de Miguel Hernández y de Alonso Quesada, y buen cultivador de la obra de Nietzsche.

De uno de sus más hermosos libros de poemas, Elegía para un hombre muerto en un campo de concentración (1956), escribió el crítico Domingo Pérez Minik, su amigo: “… Es una poesía sin contaminación. (…) Esta elegía se nos presenta como un hecho temporal llorado desde un ángulo muy amplio de una metafísica existencial y donde el hombre carga con el terrible peso de una libertad humillada”.

Fue un intelectual de mucho peso en las islas; por la vía de la amistad, que cultivó como una de las bellas artes, Carlos Pinto Grote fue un gozne entre las distintas generaciones canarias, la republicana, la que sufrió la guerra y la que convivió luego, en la posguerra, con el franquismo oscuro. En su casa y fuera de ella, es decir, en el horno y en la calle, se comportó siempre como un hombre estimulante y generoso al que muchos le debemos el calor de los primeros consejos (y de los primeros huevos fritos).

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