El triunfador fue el médico
La plaza tuvo ocasión de reconocerle sus muchos méritos a la enfermería cuando Abellán hizo salir al médico
Un día más, el viento fue el invitado molesto de la corrida. Fuertes rachas, de principio a fin, no solo desangelaron el ambiente, sino que modificaron sustancialmente el signo del festejo. Cómo sería el inconveniente que Miguel Abellán se plantó de rodillas por dos veces en la puerta de chiqueros para recibir a sus dos toros y se las vio y deseó para extender el capote el suelo; Perera intentó estirarse a la verónica en su lote, pero le fue imposible, y Fandiño quitó por chicuelinas en el quinto y la tela se la puso de gorra. En fin, que fue imposible. Y los tres pasaron un quinario con la muleta entre las manos, porque el viento la hacía volar como una bandera, los dejaba al descubierto y aumentaba el serio peligro de estar delante de un toro.
A pesar de la tremenda dificultad, los tres se empeñaron con sinceridad y valentía, aunque solo Abellán tocó pelo y paseó una -la única- oreja de la tarde. Pero, por encima de la terna, la tarde tuvo un triunfador: el equipo médico de la plaza, representado por su cirujano jede, el doctor Máximo Garrcía Padrós.
Parladé/Abellán, Perera, Fandiño
Toros de Parladé, correctamente presentados, mansos, justos de fuerza, sosos y descastados.
Miguel Abellán: estocada (oreja); pinchazo y estocada (ovación).
Miguel Ángel Perera: _aviso_ estocada (ovación); estocada _aviso_ y seis descabellos (silencio).
Iván Fandiño: pinchazo y casi entera (silencio); pinchazo _aviso_ estocada _2º aviso_ (ovación).
Plaza de las Ventas. 15 de mayo. Octava corrida de la Feria de San Isidro. Lleno de 'no hay billetes'..
La plaza tuvo ocasión de reconocerle sus muchos méritos cuando Abellán pidió permiso al presidente para matar a su primero y se dirigió al burladero de la enfermería, hizo salir al médico y se fundió con él en un largo abrazo mientras la plaza entera, puesta en pie, rompía en una sentida ovación de gala. El generoso detalle del torero sirvió para que la afición rindiera a los médicos un homenaje de respeto, admiración y agradecimiento por tantas vidas salvadas y, en especial, por su eficaz actuación ante la pavorosa cogida que sufrió el diestro Jiménez Fortes en el cuello, de la que, felizmente, se recupera. Como ocurre en tantas otras plazas, el equipo médico es una garantía para los que se visten de luces, una inyección de confianza para enfrentarse al peligro.
Asimismo, Abellán había tocado la fibra sensible del público y este se lo agradeció vivamente cuando se plantó con gallardía ante un animal reservón y parado, al que consiguió arrancarle algunos muletazos meritorios. Metido entre los pitones, los pases fueron muy jaleados por unos tendidos que estaban literalmente entregados al torero madrileño. No fue una faena brillante -quizá, no era posible-, pero la oreja fue el premio a la entrega del torero de principio a fin. Había recibido al toro frente a toriles, de rodillas, con una larga cambiada, y allá se fue de nuevo en el cuarto, un toro con más movilidad y nobleza, con el que no llegó a entenderse. Con la figura retorcida, y división de opiniones en las gradas, la faena no alcanzó el vuelo previsible y deseado.
No tuvo su tarde Perera entre el viento y el lote de toros sosos, descastados y de corto viaje que le tocó en suerte. Se mostró, firme, bien plantado y seguro ante el primero, un animal de embestida incierta, al que consiguió embeber en la muleta, pero su labor tuvo escasa repercusión. Menos clase tenía el quinto y todo quedó en un vano afán. Sin embargo, lo que son las cosas, su cuadrilla tuvo oportunidad de lucimiento: Joselito Gutiérrez, Guillermo Barbero y Juan Sierra destacaron con las banderillas.
Y Fandiño volvía a Madrid para recuperar la confianza que perdió el día de la encerrona y no se encontró con las mejores circunstancias. También recibió a sus toros de rodillas frente a la puerta de toriles, pero cerca ya del centro del ruedo. Y en las dos veces se vio obligado a tirarse al suelo para evitar el atropello. Su primero no valía un pimiento, falto de fuerzas, descastado y sin codicia alguna, y al torero se le vio desfondado. Quiso darlo todo ante el sexto, un toro de respetable presencia y dos muy astifinos pitones, que, como algunos de sus hermanos, acudió de largo al caballo para realizar una desigual pelea, y llegó al tercio final con la casta muy justa.
Comenzó Fandiño con un pase cambiado por la espalda muy ajustado, consiguió algunos muletazos estimables como consecuencia de su enorme decisión, y acabó con unas bernardinas ajustadísimas que pusieron a todos un nudo en la garganta. El broche fue una voltereta a la hora de matar que, por fortuna, no pasó del susto. Le pidieron la oreja y el presidente no la concedió, lo que, hoy por hoy, es un misterio con lo baratas que se han puesto en el mercado de Las Ventas.
Babelia
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