Thierry Frémaux: “El cine europeo tiene que reinventarse”
La 68ª edición del certamen fílmico más importante del mundo arranca hoy
La expresión aparece con frecuencia en su boca, resonando con un eco de indudable orgullo. “Este es el mayor festival del mundo”, dice y repite este hombre de pelo blanco y puntiagudo, barba de tres días y cara de haber dormido poco y mal durante días o incluso semanas. En el desorden de su despacho parisiense, poblado por montañas de películas recién visionadas, Thierry Frémaux (Tullins-Fure, 1960) se refiere con esa socorrida muletilla al certamen que encabeza desde 2001, cuando fue nombrado delegado general y director artístico del Festival de Cannes, cuya 68ª edición arranca esta tarde con La tête haute, drama social con Catherine Deneuve como protagonista.
Hace 15 años que el director artístico del festival, con fama de inflexible estajanovista, se empeña en que el certamen mantenga ese cacareado título. Crecido en una barriada popular de Lyon, Frémaux ha logrado convertirse en la última década y media en uno de los individuos que más mandan en el cine contemporáneo. Si todo el mundo aspira a contar con su favor, es porque su apoyo a una película puede transformar su destino. Incluso sus detractores conceden que Cannes nunca había sido tan poderoso como hoy. “No debería decirlo yo, pero lo digo igualmente”, afirma Frémaux. “Se ha convertido en la casa común del cine mundial, en un lugar que proyecta el mismo día una superproducción de Hollywood y una película africana”, añade.
Fichado por el histórico Gilles Jacob, presidente del certamen hasta 2014, Frémaux tuvo la misión de renovar los vínculos con Hollywood, entonces algo desgastados. “Jacob sabía que existía un problema y que había que resolverlo”, admite sobre su mentor, que luego se convirtió también en su némesis: las relaciones entre ambos fueron ocasionalmente tensas a medida que su delfín ganaba poder y se convertía en un personaje imprescindible. Frémaux logró seducir a los estudios abriendo el elitista programa de Cannes a las superproducciones, de Moulin Rouge a El código Da Vinci y de Matrix Reloaded a Ocean’s 13. Afirma incluso que le hubiera gustado proyectar Resacón en Las Vegas. “Eso también es el cine de hoy”, sostiene. Las estrellas estadounidenses volvieron a guardarse un hueco en la agenda para el festival. En 2001, Jodie Foster renunció a presidir el jurado en el último momento para rodar La habitación del pánico con David Fincher. Una desbandada semejante parece inimaginable hoy.
Sin olvidar su misión de apoyo al cine de autor, Frémaux ha logrado construirse una red de influencias al otro lado del Atlántico. La noche anterior a este encuentro, Frémaux se vio con el todopoderoso Harvey Weinstein, de paso por París. “Nos fuimos a tomar una copa como dos amigos. Pero tendría que haber asistido a nuestro primer encuentro. Fue muy tenso. Me dijo que estábamos acabados y que el futuro era la Berlinale”, recuerda. Una década después, ningún otro festival puede medirse con Cannes. “Soy amigo de Berlín, Venecia y Toronto. Ya no hay peleas como en otros tiempos”, asegura Frémaux con pacifismo dudoso, teniendo en cuenta que ha aniquilado a toda su competencia. “Por eso ya no hay riña”, añade maliciosamente este hombre de sonrisa afable, pero con fama de ser inclemente con sus rivales.
Para Frémaux, la sección oficial del certamen “formula hipótesis, toma riesgos y dice cosas sobre el estado de la creación”. Al observar la lista de cintas escogidas, se detecta una clara voluntad de renovación para este festival acusado de invitar sistemáticamente a las mismas vacas sagradas. Este año, la edad media de los cineastas en competición es de 48 años, diez menos que en 2014. Muchos nunca habían formado parte de la competición, como Stéphane Brizé, Yorgos Lanthimos, Joachim Trier, Denis Villeneuve o Michel Franco. “No fue premeditado, pero terminó sucediendo. Acabamos diciendo que no a muchos habituales en nombre de esa renovación”, admite. Ante las críticas sobre la insuficiente presencia de mujeres directoras, Frémaux apostó por conceder la apertura a la cineasta Emmanuelle Bercot. “Igual que estamos atentos al equilibrio geográfico y a la diversidad de estilos, también trabajamos por la paridad”, afirma el director. Sin embargo, las cuentas todavía no le salen: solo dos mujeres (las también francesas Maïwenn y Valérie Donzelli) aspiran este año a la Palma de Oro, frente a un total de 17 hombres.
En la sección oficial también brilla por su ausencia el cine español. “Vimos bastantes películas que nos gustaron, pero no nos cabían todas. La verdad es que Cannes nunca ha sido una plaza excesivamente favorable al cine español. Almodóvar vino por primera vez con su decimocuarta película”, se excusa. Hasta el último minuto, sopesó añadir una cinta española a la sección oficial. Según fuentes del festival, no era lo último de Julio Medem ni de Alejandro Amenábar, sino un proyecto de menor envergadura de un cineasta semidesconocido. Frémaux también prestó atención a todo lo llegado de Latinoamérica, enamorado del continente desde “un lejano viaje de juventud”. “Es uno de los cines más vivos del mundo. Pese al ciclo económico, la sociedad latinoamericana cree que todo es posible”, se admira. “Allí surgen cineastas por generación espontánea. El cine europeo tendría que reinventarse, tal vez siguiendo ese ejemplo”.
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