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La sobria densidad de The National despide el SOS 4.8

La trama de arrebatado indie rock con filtro noir de los neoyorquinos supone lo más destacado de la noche del sábado, en la que Lori Meyers congregaron el mayor gentío

Matt Berninger, el cantante de la banda de rock alternativo estadounidense The National, durante el concierto en el Festival SOS 4.8 de Murcia.
Matt Berninger, el cantante de la banda de rock alternativo estadounidense The National, durante el concierto en el Festival SOS 4.8 de Murcia. javier carrión (efe)

El ceremonial tiene algo de piloto automático, pero su puesta en escena es tan sanguínea que nadie lo diría. Bloodbuzz Ohio irradia su runrún melancólico; Squalor Victoria termina en aullido lo que en disco es solo un lamento; a la altura de Abel el maltrato que Matt Berninger inflige a su micrófono se empieza a traducir en sonoros golpes, y para cuando Mr. November atruena, la cabeza del líder de The National ya asoma por las pantallas casi engullida por el público.

Es la escenificación del via crucis particular de los neoyorquinos. Tan previsible y tan efectivo. El eco de sus canciones se amplifica sobre el escenario, sin que su grandilocuencia llegue a ser invasiva. No hay quien conjugue mejor que ellos ese juego de intensidades post punk (después del propio post punk) ante audiencias que se cuentan por decenas de miles. Su pesadumbre, su angustia existencial, sus dentelladas nerviosas en medio de esa marea de épica contenida y seducción serena. Los puntuales arrebatos de rabia que sazonan su derroche de suntuosidad para (casi) todos los públicos. Con la elegancia sobria de Tindersticks, la tenebrosidad de Interpol y la marmórea credibilidad de Wilco. No hay más. Ni, desde luego, menos. Y no parece haber más resquicio para el disenso que su reiteración, a la espera de material nuevo. Pero eso no resta valor a la actuación más lograda (con diferencia) de la última jornada del SOS 4.8 de Murcia, un festival sólido que funciona como un tiro a la altura de su octava edición, y que ha vuelto a congregar en torno a las 33.000 personas diarias en el recinto ferial de La Fica.

El imponente concierto de The National anoche fue de los que aportan clase e inyectan pedigrí a cualquier festival, pero fue sin duda la actuación de los granadinos Lori Meyers la que llevó en volandas a un mayor número de gente. Que lo consigan mediante inspiradas sacudidas eléctricas (Tokyo ya no nos quiere) o medianías palmarias (Emborracharme) ya entra en el debate acerca de en qué punto de su trayecto comenzaron a olvidarse de Los Ángeles o The Left Banke y empezaron a escribir con punta gruesa. La disyuntiva se zanja cuando el inmisericorde bombo a piñón y las impepinables melodías de Mi realidad o ¿A-Ha han vuelto? elevan a varios miles de personas unos palmos por encima del suelo. Y a ver quién es el listo que cuestiona entonces su apuesta por la segunda opción, máxime cuando la ejecutan con tal solidez que da la sensación de que con los ojos vendados podrían repetirlo. Su ascenso a la primera línea de fuego de los festivales estatales ha sido secundada por los perseverantes Dorian, precisamente en el momento en el que aderezan algunos de sus pasajes de pop electrónico con una sección de cuerda.

Menos tumultuoso que el de Lori Meyers fue el pase de los británicos Temples, quienes están haciéndose también habituales de nuestros escenarios merced a un pop de acento psicodélico correcto y agradable, despachado con oficio y ausencia de picos. Lo suyo es el discreto encanto de la clase media festivalera, a la que no merecen trascender. Al menos de momento. Se encontrarán ahí con sus paisanos Glass Animals, más estimulantes cuando añaden pinceladas de bizarría o exotismo a su resultona fórmula o cuando versionan a Kanye West que cuando inciden en un funk triposo que recuerda demasiado a Morcheeba.

El resto de la programación, diseminada en torno a sus tres escenarios principales, deparó momentos de indudable interés en un día propenso para que un puñado de bandas hispanas mostrase sus credenciales. Bien sea como futuribles, emergentes o realidades en vías de consolidación. Ese fue el caso del impetuoso punk rock de los gallegos Disco Las Palmeras!, casi tan apabullantes como en los surcos de sus discos; de los cartageneros Nunatak, aupados en esa suerte de folk expansivo y de épica atemperada; de Murciano Total y su desigual balance entre un lo fi que nunca es demasiado sucio y un synth pop que tampoco promedia en lo rutilante; o de los catalanes El Último Vecino, cuya apuesta por los 80 sintéticos (La Mode, Golpes Bajos) cuajó con mayor rotundidad, por actitud, por entrega y por el peso de unas canciones deudoras pero irrebatibles. Mención aparte merecen Der Panther, quienes ofertan un fascinante híbrido de rock lisérgico, estímulos sintéticos y brotes tropicalistas, ocultos en el interior de un cubo de lona que reformula con sencillez la disposición escénica clásica, proponiendo un juego de capas superpuestas. O los franceses Super Discount, el proyecto del experimentado Étienne de Crécy, emblema del french touch electrónico de los años 90, quien prolongó la noche demostrando (una vez más) que el baile no es en modo alguno incompatible con la elegancia cuando el house minimalista se pone en sus manos.

En síntesis, suma y sigue para el festival murciano, más que consolidado entre la oferta de citas punteras que las principales capitales de nuestro país proponen de mayo a septiembre. Sin visos de que la cacareada burbuja llegue a pincharse, claro. Y que en el caso del SOS 4.8, parece haber ampliado (por lo alto) el espectro de edad de su público con la elección de sus cabezas de cartel de este año.

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