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La segunda vida de Blur

El grupo reaparece con ‘The magic whip’, mientras Albarn, sigue con otros proyectos

Diego A. Manrique
Damon Albarn de Blur, en una actuación en Milán.
Damon Albarn de Blur, en una actuación en Milán.Stefania D'Alessandro (Getty)

Que un grupo puntero de los noventa se reúna y anuncie conciertos no debería ser noticia: el negocio de la música en directo requiere ansiosamente grandes nombres y paga en consecuencia, allanando rencillas y conflictos. Más extraordinario es que la reaparición venga acompañada por una atractiva colección de canciones nuevas. Eso ha pasado con Blur. El 18 de julio, son cabeza de cartel en el FIB de Castellón. Y este martes se publicó su octavo álbum de estudio, The magic whip. Para las comunicaciones por Internet, el disco tenía el seudónimo de Project Mao. Lo que da alguna pista sobre su génesis.

Así lo explica su cantante, Damon Albarn: “En 2013, nos fuimos de gira por Asia y suspendieron un par de conciertos. Estábamos en Hong Kong y teníamos días libres. En vez de salir de compras, decidimos alquilar un estudio y tocar por placer. Fue un ejercicio muy sano; grabamos piezas sin formas definidas, bastantes delirios; no había canciones evidentes. Hasta que el año pasado Graham (Coxon, guitarrista) dijo que quería comprobar si allí había un disco. Y le dije que sí, que probara”.

Conviene recordar que, aunque fueron amigos íntimos, Albarn tomó la decisión de expulsar a Coxon de la banda en 2002. Hoy asegura que “Graham necesitaba parar y, de hecho, entró inmediatamente en rehabilitación. Aunque le reemplazamos, su ausencia provocó que Blur dejara de existir. Al final, resultó positivo. Todos necesitábamos crecer y Blur se había convertido en un lastre monstruoso”.

El disco lo grabaron durante unos días de ocio de una gira en Hong Kong

Adelantamos hasta 2014. Coxon descubrió en aquellas jams el esqueleto de un disco y Albarn aceptó el reto. “Soy hombre de impulsos, de bosquejar algo y pasar a lo siguiente. Graham es el artesano, alguien que sabe dar forma a ideas difusas. Así que el resto del grupo empezó a regrabar partes instrumentales y yo volví a Hong Kong, para pensar las letras. Filmé mucho y tomé notas: esa ciudad nos muestra el futuro, aunque no sea muy deseable”.

Una casualidad: el retorno de Blur coincide con la supuesta reconciliación de los hermanos Gallagher, lo que abriría las puertas a una vuelta de Oasis. Hoy, con la cabeza puesta en una adaptación musical de Alicia en el País de las Maravillas para el National Theatre, Damon se manifiesta incómodo por la evocación de aquellas batallas en la cumbre del brit pop. Nada de lo que avergonzarse, sugiero: aportaron color al mundillo. Y reflejaban posturas políticas: Oasis se dejó atraer por el espejismo de Tony Blair, mientras que Damon mantuvo las distancias y, con la invasión de Irak, pasó a la oposición frontal: “En el Reino Unido pasó lo mismo que en España, un rechazo masivo a la guerra y un líder que ignoró a los ciudadanos. Fue una lección muy dura: estaba convencido de que podíamos parar aquella locura. Al menos, yo no tenía fotos en el nº10 de Downing Street, echándome unas risas con el hipócrita de Tony Blair”.

En lo que llevamos de nuevo milenio, Damon ha florecido creativamente. Aparte de un excelente disco en solitario (Everyday robots), ha animado grupos de gran impacto (Gorillaz) y aventuras fugaces (The Good, The Bad and The Queen o Rocket Juice and The Moon). “Me parece que ese resumen da una idea correcta de mi forma de trabajar. Tengo una creatividad muy fluida. Si se me ocurre algo y alguien recoge inmediatamente la pelota, es posible que terminemos en un escenario o en un estudio. Por el contrario, si me dicen ‘estás loco, Damon’, lo normal es que se me olvide. Mañana, tendré otra idea nueva”.

Albarn: “En mi país la música nos ayuda a superar nuestro ensimismamiento”

Reconoce que esa feliz dispersión fue facilitada por la creciente debilidad de EMI, la discográfica que tenía contratados sus servicios, que en 2012 dejó de existir como empresa independiente. Puntualiza que no se alegró: “Tienes que olvidarte de tus pequeños conflictos y pensar en la función que desempeñó EMI a lo largo del siglo XX. No hablo solo de los Beatles o Pink Floyd, lo que más me apasiona es lo menos visible, los centenares de miles de discos que hicieron por todo el mundo. Con mis amigos de Honest Jon’s (tienda de discos en Portobello Road) sacamos varios recopilatorios de grabaciones realizadas durante la primera mitad del siglo. Estuve en el archivo de EMI y caí de rodillas. Es un edificio feo, pero es el equivalente de la British Library o el Museo del Louvre”.

Estamos ante uno de los raros casos de figura del pop que no ha quedado estigmatizado por su contacto continuado con la llamada world music. “No me gusta la etiqueta, aunque sé que inicialmente fue una genialidad que abrió un hueco en las estanterías de las tiendas físicas. Para mí, la música es la lingua franca del mundo. Vas a Mali y el hecho de ser músico te abre muchas puertas. Y lo mismo aquí: vienen Songhoy Blues y hacen vibrar a gente que no sabe nada de lo que sufrieron en Tombuctú con unos fundamentalistas que prohibieron la música”.

Eso nos lleva a uno de los misterios británicos: la gran pasión por la música de sus habitantes. A Damon le cuesta encontrar una explicación: “Quizás sea debido a que tenemos unos medios de comunicación muy fuertes, con alcance nacional. Cualquier fenómeno reverbera en todo el país. Así fue como la música pop se convirtió en nuestro folk. Aparte, la música nos ayuda a superar nuestro ensimismamiento, nuestra reserva emocional”.

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