La del ‘indie’ español no fue una dulce derrota
'Pequeño circo', de Nando Cruz, es una titánica historia oral de la música independiente nacional en los años noventa y el crudo relato de su fracaso
Resulta admirable el titánico trabajo de Nando Cruz (Barcelona, 1968) en Pequeño circo. Periodista a secas antes que periodista musical, y periodista musical antes que crítico, Cruz firma una obra de casi mil páginas en la que intenta desgranar a través de un centenar de voces la historia de los primeros 10 años del indie español. Fija en 1988 el comienzo de este circo que ni fue un estilo ni un movimiento, sino una mezcla de ambas cosas en cantidades variables y que, como queda explicado en el libro, fracasó estrepitosamente.
Parece deducirse que su pecado imperdonable fue no triunfar comercialmente. Exceptuando Devil came to me (1997), de Dover, que vendió medio millón de copias, y algunos éxitos menores, ninguno de los grupos que aparecen en el libro triunfó. Y se cuentan con los dedos de las manos los que consiguieron mantener una carrera viable. De esa primera oleada quedan Los Planetas, La Habitación Roja, Sr. Chinarro o Nacho Vegas, aunque la verdad es que él empezó a despegar allí donde termina esta historia, en 1998. Por cierto, el dúo barcelonés Astrud parecen aprovechar la ocasión para dejar caer que su largo parón apunta a definitivo.
No fue una dulce derrota y se le reprocha con saña. En los últimos tiempos, el indie parece ese prometedor veinteañero en el que la familia proyectó sus esperanzas y al que, al cumplir los 40 sin dar fruto, le llueven palos por todas partes. Al pobre le da caña hasta el último cuñado. En Pequeño circo al indie le llaman egoísta, infantil, machista, obtuso e insolidario. Incluso “adocenado”, “turboelitista” y “mesocrático”, sea eso lo que sea.
Tampoco falta esa clásica obsesión paternalista del “con lo que hicimos por ti, no supiste estar a la altura…”. Uno de los entrevistados llega a decir que en una publicación (nada menos que Spiral. ¿No la conoce? Exacto) había órdenes de no meterse con nadie. Pobres redactores, les pusieron una pistola en la cabeza, ¿y qué iban a hacer? La culpa, siempre, es del otro.
No hay piedad con el reo. Algunos, los menos, intentan defenderlo recordando que los hijos bastardos del indie han conseguido el éxito que ellos no lograron, pero ni siquiera se les da la oportunidad de quedar como pioneros. Sus detractores, que en el libro son mucho mas numerosos, afirman que ese éxito no cuenta: es neoliberalismo salvaje.
Cruz, que ya se había bregado con esta época en otra obra mucho más breve dedicada a Una semana en el motor de un autobús, el disco más importante de Los Planetas, elige para este volumen el formato de la historia oral. Se entrevista a los principales protagonistas de una historia y se encadenan sus declaraciones de forma que el autor es (aparentemente) un mero oyente. Es un género que se ha demostrado muy efectivo a la hora de enfrentar historias cercanas en el tiempo. Por favor, mátame, la historia oral del punk anglosajón, es su referente más claro, hasta el punto de que uno de los títulos alternativos que se manejaron para el libro fue Por favor, págame.
Pero el problema al que se enfrenta Cruz es que es un formato que funciona mejor cuanto más conocido es el contexto y más focalizada está la historia. Y el indie español fue un movimiento muy pequeño que se desarrolló en paralelo en muchos lugares distintos. A cada uno de ellos dedica su correspondiente capítulo. Aparecen Madrid, Barcelona, Zaragoza, Gijón, Granada, Albacete o San Sebastián, pero también hay una narración pormenorizada de escenas que nacieron en lugares bastante más insólitos, como Bullas (Murcia), Burlada (Navarra) o Bembibre (León). Es tan minucioso que esa zona que se denomina el Gran Bilbao tiene tres entradas. Una para la misma ciudad y las dedicadas a Santurce y Getxo.
Obviamente hay historias más apasionantes que otras. Al final resultan más interesantes los ajustes de cuentas y los recuerdos de pequeñas reyertas, decepciones y traiciones reales o imaginarias que los que hablan de aquellos años como si no fuera con ellos, con una distancia resabiada de viejo prematuro, o con arrepentimiento. Sobran pelmazos que en su momento actuaron como groupies del indie y ahora son groupies de otras escenas.
Es una obra pendiente de la perspectiva de 2015, que no es desde luego, la de 1996. Por ejemplo, se revuelven algunos incómodos cuando les preguntan por su compromiso político (por si no lo han notado, 2015 es el año en el que hay que escoger bando). Y sus justificaciones asombran. Los grupos de Getxo afirman que cantaban en inglés para no elegir entre el español y el euskera. Y sin embargo los grupos donostiarras no ven ninguna intención en cantar en castellano. El resultado en ambos casos es el mismo: culpables de falta de compromiso. Y uno cree recordar que se percibía como una declaración de intenciones hacer discos que no incluyeran posicionamiento explícito con ningún bando. Música sin propaganda barata llena de falsedades y consignas. Pero quizás el mayor problema no sea que a muchos les cuesta recordar qué hacían, el tiempo y los excesos no perdonan, sino que otros tantos parecen no tener ni idea de por qué lo hicieron.
Pequeño circo. Historia oral del indie. Nando Cruz. Editorial Contra. 952 páginas. 25 euros.
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