Mi amigo el corrupto
'Dignidad', de Ignasi Vidal, pone en escena el lado privado del estallido de un escándalo político
Todo resulta familiar sobre escena. El discurso del candidato ficticio a las primarias, los tejemanejes del secretario general y ese gran logo del partido que preside el escenario: DD. Las siglas no se corresponden con ningún partido (por ahora). Vienen de Dignidad , la nueva obra de Ignasi Vidal (Barcelona, 1973), que sube a las tablas de los Teatros del Canal bajo la batuta de Cuco Afonso hasta el 26 de abril. Pero el espejo teatral refleja el lado privado de episodios que son familiares a las formaciones reales. ¿Qué destroza, además de la carrera política, un caso de corrupción?
La trama que envuelve a Fran (el propio Vidal) y Álex (Daniel Muriel) se inspira, en la lectura de la prensa y en la memoria. “Siempre me ha fascinado la relación entre Felipe González y Alfonso Guerra”, explica el autor. El estallido del caso Guerra, que implicaba al hermano del entonces vicepresidente del Gobierno en una red corrupta, hizo que este renunciara a su cargo en 1991. “Se veía que lo que realmente se había roto ahí era una gran amistad entre un tándem irrepetible”, recuerda Vidal. La traición y los reproches, aventura, han seguido repitiéndose en los modernos despachos que imita Dignidad.
La idea de fondo es que “los políticos no son extraterrestres”, explica el dramaturgo, formado como actor en el mundo del musical y recién incorporado a la escritura (su primera obra, El plan, se ha representado esta temporada en el off madrileño). Recuerda aquel chascarrillo que le contó un amigo diputado –no piensa decir quién– y que aparece en la obra: en medio de una reunión para formar Gobierno en una Comunidad Autónoma, el hasta entonces presidente regional se quedó profundamente dormido. “Con eso tenía que hacer algo”, suelta entre risas.
Y esto le lleva a defender que las manzanas podridas son minoría en un cesto de fruta sana. Asegura, incluso, que el proceso de creación le ha reafirmado en su confianza en la democracia. ¿Cómo es posible, sí ni los despachos de su obra están impolutos? “Es un sistema imperfecto porque ha sido creado por el hombre. Podemos aspirar a que sea un sistema mejor, más justo. Pero no perfecto”, explica. Algo parecido a lo que defiende Álex, el pragmático de la pareja.
La obra llega en medio de una fiebre por el teatro político, en el sentido más estricto del término. Sobre políticos, sobre política. El encuentro recreaba la pasada temporada la negociación entre Adolfo Suárez y Santiago Carrillo de la legalización del Partido Comunista. Ruz-Bárcenas reproduce palabra por palabra un interrogatorio del juez al extesorero del PP. Las guerras correctas (en gira, como la anterior) se centra en la entrevista realizada por Iñaki Gabilondo a Felipe González sobre los GAL en 1995. Vidal ve en esta tendencia el reflejo de una toma de conciencia global: “Los ciudadanos se han dado cuenta de que no estaban pendientes de sus dirigentes. Nosotros, en el mundo del teatro, igual”.
Tampoco se libran los recién llegados. Sobre escena, el logo del DD reluce en un tono anaranjado que resulta familiar. Uno de los personajes repite varias veces la palabra “podemos”. “¡Es una casualidad!”, se defiende el autor. La obra fue escrita en abril, antes de que la formación de Pablo Iglesias y Ciudadanos dieran la campanada. E insiste en que, pese a la similitud de las siglas con el PP, el DD podría ser “cualquier formación”. ¿Pueden todos darse por aludidos? “Sí”. Pero se detiene, y añade: “Aunque unos más que otros. No todos tienen la misma historia a las espaldas”.
La voz de Bob Dylan y su Times are a-changin flota sobre escena, cargada de ironía. Los personajes hacen continua referencia a la regeneración política, pero acaban pareciéndose a sus predecesores. ¿Están cambiando los tiempos? En la presentación de la pieza, Albert Boadella, director artístico del teatro, dijo que Dignidad seguiría estando vigente dentro de 30 años. Vidal respondió: “Pues mal vamos”.
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